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Una Venezuela armada, atómica y empobrecida

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…ambos han decidido dar un peso considerable a las relaciones con los enemigos de Occidente. Zapatero, bajo el paraguas ideológico de la Alianza de Civilizaciones y su obsesión por desmarcarse de la política de su predecesor José María Aznar. Chávez, por su interés imperialista en una América latina unida bajo las directrices de su personal visión de la utopía de Simón Bolívar y el Socialismo del Siglo XXI.

Dentro de este escenario y acosado por los problemas internos y externos que su propia política ha generado, Hugo Chávez acaba de realizar una visita a Rusia donde ha firmado una serie de acuerdos de colaboración financiera, petrolera, energética y militar con el gobierno del presidente Dimitri Medvédev y de su primer ministro (y dicen que presidente en la sombra) Vladimir Putin.

El tremendo peso que tiene la energía atómica como argumento informativo para los medios de comunicación occidentales, ha hecho que éstos centren su atención en el acuerdo por el cual los rusos construirán una central nuclear en suelo venezolano con dos reactores de 1.200 megavatios cada uno. Rusia ha descubierto en este tipo de infraestructuras un negocio que le beneficia en dos aspectos. Por una parte, aporta fondos a su maltrecha economía que como las del resto del mundo no se ha librado de los efectos de la crisis económica. Pero sobre todo, socava el papel de Estados Unidos como líder mundial que se ve obligado a apagar demasiados fuegos mientras que su peso económico se ve afectado por las políticas del presidente Obama y de la FED. El portavoz del Departamento de Estado de la Casa Blanca, Philip Crowley, dijo que vigilará "muy de cerca" este acuerdo.

Hay que recordar que los rusos ya han construido para el régimen iraní de los ayatolás una central nuclear que ha puesto en alerta, no sólo a Estados Unidos e Israel, primeros objetivos de los terroristas que apadrina el régimen iraní, sino a todo Occidente y que Irán también es otro de los países con los que Hugo Chávez tiene una alianza estratégica a varios niveles.

No parece que la central nuclear que se construya en suelo venezolano sea más amenazadora que la que se ha construido en suelo iraní, pero no pocos sacarán algún paralelismo entre esta situación y la crisis de los misiles entre Estados Unidos, la URSS y Cuba allá en la década de los 60. Al fin y al cabo, la Venezuela bolivariana se ha declarado heredera de la Cuba castrista. Hay que recordar que Venezuela es signataria del Tratado de No Proliferación Nuclear y tendría que ajustarse a las directrices y la vigilancia del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

El presidente Medvédev ha sido claro en este mensaje velado a Estados Unidos: “Ambos, Rusia y Venezuela, estamos a favor del desarrollo de un nuevo y justo orden mundial, donde nuestro futuro no dependa de la voluntad ni del deseo de ningún país, de su bienestar o de su estado de ánimo”. Habría que entender que en ese nuevo orden, Rusia y Venezuela serían estados predominantes y líderes en sus respectivas áreas geográficas, es decir en la antigua URSS y alguna parte más de Europa, para el primero y en toda Latinoamérica, para el segundo.

Sin embargo, si es más polémico el acuerdo militar entre ambos países pues las armas convencionales sí que son una amenaza seria y directa para la estabilidad en la zona. Este acuerdo militar, que se une a otros ya existentes entre ellos, supone la venta a Venezuela a cambio de 5.000 millones de dólares de carros de combate T-72, sistemas antiaéreos S-300, misiles antiaéreos TOR-M1 y cañones antiaéreos ZU-23-2. Todo sumado: armamento, interés por la energía atómica en un país donde el petróleo es una de las principales fuentes de ingresos y la exportación de la revolución bolivariana al resto de Latinoamérica, lleva a un escenario no especialmente halagüeño, más bien desestabilizante con apoyos claros a grupos terroristas, intervenciones en las políticas de otros países del continente y enfrentamiento directo con su vecino Colombia.

Las políticas expansionistas siempre han repercutido mucho en la población de aquellos países que las llevan a cabo. Que este pernicioso efecto sea más o menos catastrófico suele radicar en la productividad de la economía del país. Así, la exportación de la democracia que intermitentemente realizan ciertos gobiernos de Estados Unidos, es factible pues su productividad es lo suficientemente alta como para que el efecto sea menor. Además, la economía americana está más cerca al libre mercado que la de otros países lo que permite flexibilidad y adaptabilidad. Por el contrario, las políticas socialistas, rígidas y sujetas a planes económicos tan precisos como imposibles, suelen nacer ya cadáveres aunque se empeñen en resucitar al muerto a través de nacionalizaciones descaradas o intervenciones disfrazadas de políticas sociales. Convendría tener en cuenta esta política expansiva y derrochadora si en el futuro Venezuela termina como su aliada Cuba, un bello país convertido en una cárcel para su propia población, empobrecida, ideologizada y secuestrada por sus propios dirigentes.

La bajada de los precios del petróleo, las nacionalizaciones de empresas nativas, la intervención en sectores estratégicos, los conflictos abiertos con las empresas extranjeras que empiezan a abandonar el mercado venezolano, las continuas expropiaciones y la necesidad apremiante de divisas que ha llevado a vender a los chinos buena parte de la producción petrolera de los próximos años, demuestra que las mal llamadas políticas sociales del gobierno bolivariano no sólo no terminan de funcionar, sino que no debería permitirse gastos militares como los que se han realizado, que tampoco deberían vivir en un continuo enfrentamiento con sus vecinos y que exportar el Socialismo del Siglo XXI es un error que no pagarán necesariamente quienes lo han puesto en marcha, sino quienes lo sufren. El sistema se empeña en demostrar que la pobreza ha disminuido entre 1996 y 2009 del 70% al 23%, pero sus acciones más bien invitan a pensar que la pobreza se ha repartido y que el listón se ha puesto muy bajo a la vez que la máquina de propaganda ha empezado a trabajar mostrando los grandes logros de un modelo que en otros países y otros momentos ya ha fracasado catastróficamente.

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