La legalidad está hecha añicos, arrollada por el socialismo bolivariano.
Este jueves, la Policía Nacional Bolivariana y la Guardia Nacional Bolivariana (una policía de partido, las SS del chavismo), lanzaron botes de gas lacrimógeno contra un grupo de manifestantes que intentaba acercarse a lo que todavía se llama Tribunal Supremo. La represión tuvo lugar en Miranda y Chacao, dos bastiones de la oposición a la dictadura de Maduro. La Policía y la fuerza paramilitar se emplearon a fondo. Los botes rompían las ventanas y anegaban de humo los garajes. La lucha contra la oposición en las calles no tiene escrúpulos.
Horas antes, el régimen había dado un salto cualitativo en su fagocitación de las instituciones. El vicepresidente del Gobierno, Tareck El Aissami, rodeado de Policía y otras fuerzas armadas, hizo una declaración el 5 de julio, efeméride 206 de la firma del acta de independencia, en la que decía que la única Asamblea con poder era la Constituyente. Se trata de una cámara ideada por el régimen, ajena a lo que tiene Venezuela por Constitución, y que estará compuesta sobre todo por grupos adheridos al mismo. Ya hay una Asamblea Nacional, en la que el pueblo venezolano se representa de forma mayoritaria con diputados de la oposición. Aissami la rechaza precisamente porque hay una mayoría de la oposición, a él le vale con decir que son parte de la “oligarquía”.
El mismo día, un grupo armado, pero no uniformado, del gobierno, realizó un violento ataque a la Asamblea Nacional. Hirieron a cuatro diputados elegidos por el pueblo. Su sangre, que tinta las paredes del edificio, es la prueba de que la amenaza es real. En las calles, los muertos de la oposición aún se cuentan por decenas, pero eso va a cambiar pronto. No es ya que el régimen deslegitime a la última institución elegida por las urnas, y quiera sustituirla por otra no democrática, sino que le infringe la revolución por medio de una violenta muchedumbre.
Ante esta situación, la oposición está ante un grave problema. Su estrategia consistía en esperar que la situación se deteriorase, en aferrarse a las instituciones dizquedemocráticas de Venezuela, y en permitir que su funcionamiento les aupase al poder, con el reconocimiento generalizado por parte de la comunidad internacional.
Pero el chavismo no lo va a permitir. Devora lo que queda de instituciones democráticas y las substituye por otras de obediencia partidista. Somete a las empresas, a los medios de comunicación, a los ciudadanos en las calles, y ahora a la misma Asamblea Nacional, a la violencia. No va a haber unas próximas elecciones democráticas en Venezuela. No va a haber una transición a la española de la dictadura a la democracia. No va a haber una entrega del poder a la chilena. Recuerden que Augusto Pinochet convocó un referéndum sobre su continuidad y abandonó el poder tras comprobar que no contaba con el favor del pueblo chileno. Nicolás Maduro no va a hacer esa concesión.
De modo que la estrategia de esperar a que el gobierno se pudra para recoger el poder no funciona. Es más, no puede funcionar. El régimen se sustenta en un entramado de narcocorrupción. Ese entramado no va a permitir que otros se hagan con los resortes del poder que ellos necesitan para sus negocios. Y recurrirán a la fuerza para mantener el control del poder.
La oposición todavía podría recurrir a intentar dar un golpe de Estado, pero no le conviene por varios motivos. El primero es que fracasaría, muy probablemente. El segundo es que es lo que necesita el régimen para acabar de legitimar su dictadura. Y el tercero es que perdería gran parte de los apoyos en el exterior, y alguno dentro del propio país.
Por eso ha adoptado esa medida desesperada de convocar un referéndum sin base legal el próximo día 16. En realidad no es más que una encuesta en las calles para recoger el malestar de los venezolanos con el chavismo. Es inteligente, pero es una estrategia que le sitúa ya en un terreno que no es el institucional, porque la legalidad está hecha añicos, arrollada por el socialismo bolivariano.
La democracia venezolana se pudre en un pozo de socialismo, y la salida de la situación será violenta. A la oposición lo que le espera es que las defecciones dentro del propio régimen permitan la transición, o prepararse para un autogolpe como paso previo a una guerra civil.