Los niños asesinados en el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza no murieron por ser "constitucionalistas", sino por españoles, que es "una de las pocas cosas serias que se puede ser en esta vida". Es una perogrullada pero conviene recordar, ahora que todo se olvida, que los terroristas no asesinan para deteriorar una democracia en la que no creen, sino para destrozar a España. La nación es lo sustantivo; su forma política sólo coyuntural, adventicia.
Pero es que además, en la situación actual, con los políticos de algunas regiones en abierta rebeldía constitucional bajo la sonrisa cómplice de quien un día juró cumplir y hacer cumplir los preceptos de la Carta Magna, el decir que uno muere por la Constitución del 78 es como afirmar que se ha ido al otro mundo defendiendo la ley de costas o el reglamento del catastro. Una gilipollez, que diría el insigne alcalde lorquino.
El consenso de partidos, siguiendo el férreo dictado de la izquierda, trazó una línea en el tiempo que dividía a las víctimas en malas o buenas según hubieran caído antes o después del seis de diciembre del 78. El origen de esta halitosis moral hay que buscarlo en los estertores del franquismo, cuando contra el régimen valía todo, hasta el asesinato de guardias civiles andaluces o extremeños, a los que se administraba un responso clandestino para sacarlos por la puerta de la sacristía en una caja de pino con destino a su pueblo.
Ahora parece que se anuncian movilizaciones contra el último embate del separatismo. Si es para reivindicar "el espíritu de la transición", a mí que no me esperen. No pienso escupir a los muertos dando vivas al proceso que los convirtió en carne de cañón.
En realidad, lo único práctico en toda esta época de desahucio moral colectivo, es que las víctimas no tendrán que cambiar las siglas de su asociación: AVT, Asociación de Víctimas del Talante.