Incapaces de juntar más de diez palabras con algún sentido, han impreso tres en una pared que expresa el sentimiento que mueve a estos jóvenes a actuar como lo hacen: "Vive y odia".
El odio es el sentido del movimiento okupa. No entienden en qué consiste y cómo funciona la sociedad libre y no aceptan todo aquello que hacemos los demás para salir adelante. Levantarse pronto todos los días, llevar un aspecto aseado y agradable, estudiar si estás en la edad de hacerlo, trabajar y ahorrar, llevar una vida (más o menos) ordenada, fijar objetivos para el futuro…
No. Ellos se creen con el derecho a tener lo que desean, pero no aceptan sacrificarse y trabajar para conseguirlo. Y lo toman por la fuerza. Odian la sociedad porque les fuerza a tener unas responsabilidades que no quieren aceptar. Están en la adolescencia permanente que caracteriza a todo progre. Pero éstos no leen con fruición un artículo en El País sobre el último jirón de violencia en Chiapas, o una reunión de movimientos terroristas en Porto Alegre, fantaseando con la revolución pendiente mientras llevan la vida que dicen aborrecer. No son, por tanto, el típico progre, sino que tiran por la calle del medio y parasitan la propiedad de cualquier vecino.
La izquierda siempre ha tenido fascinación por todos los comportamientos antisociales, y los ha justificado (la culpa es de la sociedad, ya sabe). Pero siente especial aprecio por los okupas, siempre que sea la casa de otro y no la suya la que vampiricen. Su alternativa a la sociedad libre se desmoronó a una velocidad espectacular, y la izquierda sigue sonada, aturdida, sin dar con otro modelo que oponer al capitalismo. Lo único que mantiene es el odio, otra vez el odio, por las sociedades abiertas y por todo lo que huela a Occidente, así que se apunta, desde el Islam a los antiglobalización o los okupas a todo lo que se opongan a ellas.
Como cada vez somos más ricos, nos podemos permitir más parásitos, de modo que o se toma el asunto en serio o este movimiento irá a más. El Estado, si tiene alguna justificación, es la de defender la vida y la propiedad de los ciudadanos, y cuando falla, el ciudadano tiene todo el derecho a recurrir a los medios necesarios para recuperar lo que le pertenece. Ya han surgido iniciativas privadas que suplen, una vez más, el hueco creado por la ineficacia estatal, y que se encargan de desalojar los pisos. Seguro que contra ellas no habrá la comprensión que desbordan ciertos políticos hacia quienes ocupan lo ajeno.