El que su hijo sea libertario y haya estudiado a la Escuela Austriaca de Economía no excusa a Bolsonaro.
Esta semana, las elecciones en Brasil y el mitin de Vox en Vistalegre me han traído a la memoria estos versos del nicaragüense Rubén Darío, en su Poema de Otoño. Inevitablemente, al leerlo, uno asocia ese paraíso artificial con los que mencionaba Baudelaire refiriéndose al hachís y a las drogas alucinógenas que nos perturban la mente haciéndonos vivir una realidad inexistente. Y, sinceramente, esa es la sensación que me produce un repaso a la actualidad.
Por un lado, tenemos a los seguidores de la derecha más tradicional asombrados porque el autor de la canción que cantaron en su mitin, Coque Malla, que nunca ha ocultado ser de izquierdas, ironiza con el significado de la letra para cachondearse de Vox. Y se muestran escocidos porque no protestaría si fuera Podemos, al más puro estilo snow flake generation.
Por otro lado, la misma derecha tradicional se apresura a disculpar las declaraciones de Bolsonaro, el ganador de la primera vuelta en las elecciones brasileñas. No se trata de afirmaciones típicamente conservadoras, hablamos de aseverar que los negros no sirven ni como reproductores, o que jamás podría amar a un hijo homosexual, o que preferiría verle muerto que andando con un hombre con bigote. Se trata del mismo Bolsonaro que dedicó su voto para destituir (justamente) a Dilma Rousseff al militar responsable de las torturas a la propia Rousseff, y el mismo que en un debate plenario en la Cámara de Diputados acerca de la violencia y la cultura de la violación, al ser señalado como violento, le dijo a una diputada que no la violaría por fea.
El que su hijo sea libertario y haya estudiado a la Escuela Austriaca de Economía, o que haya contratado a un economista brasileño educado en el liberalismo de Chicago, no le excusa. Sigue siendo el diputado que defiende la dictadura militar y la pena de muerte. Mis amigos libertarios brasileños me señalan lo terrible que es su oponente. Y ahí viene como anillo al dedo el verso de Darío: huyendo del mal, de improviso se entra en el mal.
Nuestras flores artificiales (como había pensado llamar Baudelaire a sus paraísos) son bien conocidas. Cada partido dibuja al otro como el hombre del saco que va a venir a llevarte mientras duermes. Por un lado, la extrema derecha, a la que se le niegan minutos de televisión excepto para asociarlos a Franco y promover vergonzosamente los miedos guerracivilistas. Por otro lado, la extrema izquierda que viene a descapitalizar nuestra economía y a acabar con el derecho a la propiedad privada. En este caso, con esos argumentos, que suelen ser ciertos, la derecha de Vox, que se presenta infundadamente como liberal, tapa sus propias flaquezas, como las señaladas por Manuel Llamas en twitter, respecto a las leyes contra la inmigración (legal o no), y la centralización en lugar de buscar una mayor autonomía financiera de cada región, lo que las llevaría a ser más responsables. Como decía Lorenzo Bernaldo de Quirós, un partido populista de derechas, nada más.
Y mientras nos dejamos llevar por estas alucinaciones, que desde mi punto de vista son solamente sombras, la cruda realidad se acerca. Más allá de anestésicos políticos la realidad son los presupuestos del 2019, que el gobierno ha de enviar al congreso para su aprobación el 16 de octubre a más tardar. Unos presupuestos que está pactando con Podemos y que le están trayendo al presidente Sánchez muchos quebraderos de cabeza. Como siempre, los partidos nacionalistas, desde Canarias al País Vasco, ya están poniendo la mano para el reparto del botín.
¿A costa de qué? Ya lo sabemos: nos van a crujir a impuestos. No lo pensamos. Estamos entumecidos con la exhumación de Franco, con los exabruptos de Carmen Calvo, con Bolsonaro y con Vistalegre y la canción de Coque Malla. Pero todos sabemos que cuando dicen “subiremos los impuestos a los ricos malvados” lo que quieren decir es que somos la clase media la que va a pagar la fiesta de gastos que se está pegando el líder de la nación.
Es una estrategia muy antigua cuando uno no tiene muy claro ganar unas elecciones. Recordemos que Sánchez no sólo no es el presidente electo, sino que obtuvo los peores resultados de la historia del PSOE. Así que bailemos mientras dure que ya vendrá otro a limpiarlo todo. Porque si al menos hubiera jugado bien la carta catalana, todavía. Pero no ha sido muy claro y se ha dejado chulear en público. Igual que ahora le está chuleando Pablo Iglesias (como siempre hace) dándole y retirándole su apoyo para la aprobación de los presupuestos. En esas condiciones ¿qué es lo único que le queda por hacer? Lo que vemos: mensajes triunfales sobreactuados en redes sociales, viajes para hacerse fotos con los líderes más cool del ámbito internacional, colocar a quien se pueda, aunque sea de la manera más obscena posible, no dar jamás la cara ante la prensa y gastar como si no hubiera mañana. Porque para él, como presidente, probablemente no lo haya.