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Wikileaks, libertad y responsabilidad

Publicado en Libertad Digital

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…y no parecía haber ninguna excusa para semejante comportamiento, ni lágrimas si morían en actos de servicio. Y aunque doliera que pillaran a uno de los nuestros, no se consideraba injusto que se le aplicara la misma medicina.

Pero ya no hay enemigo común o, aunque exista, no todos lo reconocen como tal. El islamismo no es una organización centralizada como lo era el totalitarismo comunista soviético y entre sus métodos raramente se encuentra la confrontación directa, sino la llamada "guerra asimétrica", en la que el terrorismo, la guerrilla y la propaganda son las principales armas. Cierto es que ambas luchas tienen algo en común, como el uso de la libertad de expresión en Occidente para minar el esfuerzo de las democracias o el carácter totalitario de la ideología a la que nos enfrentamos, pero las diferencias parecen mayores que las semejanzas.

Quizá me exceda en mi ingenuidad, pero creo que la línea divisoria entre quienes defienden o se muestran "objetivos" ante las filtraciones de Wikileaks de documentación secreta norteamericana y quienes la critican no es ideológica y se reduce a si creen o no que estamos en guerra. De ahí que Wikileaks y su fundador, el australiano Julian Assange, se hayan convertido en traidores o héroes de la libertad de expresión, dependiendo de a quien se pregunte.

No creo que nadie se sorprenda cuando les comunique solemnemente que yo sí creo que estamos en una guerra contra el islamismo. De ahí es difícil no concluir que la labor de Wikileaks en lo que al Gobierno de Estados Unidos se refiere se parece mucho a la de Alger Hiss, los Rosenberg o el Círculo de Cambridge, por más que sus métodos hayan cambiado y en lugar de pasar microfilms en calabazas ahora lo publiquen en un sitio web.

Sin embargo, no es sólo eso. Quizá ni siquiera sea principalmente eso. No confío en Wikileaks ni en Assange. Primero, porque en su lucha por la transparencia no se limita a asuntos relevantes. No sé qué interés informativo tiene publicar vídeos de los rituales de los mormones o los masones, no digamos ya los de las hermandades universitarias. Publicarlos, como ha hecho Wikileaks, me parece equivalente a si colgaran un vídeo sexual robado, sea a un famoso o a una persona anónima.

Yo tengo secretos. Y usted también, no disimule. Seguramente tanto los suyos como los míos le provocarían la risa floja a cualquier observador imparcial ante su poca importancia. Pero el caso es que para la persona que los guarda suelen ser importantes. A Wikileaks eso le da igual; la transparencia es un valor ante el cual todos los demás palidecen. O, al menos, en el caso de los demás, porque Wikileaks es cualquier cosa menos transparente. Si siguiera las mismas reglas que parece exigir a los demás, colgaría en su web todos los correos, audios y vídeos de su trabajo, en el que se viera, se leyera y se escuchara cómo toman todas sus decisiones y por qué. Por supuesto, no lo hacen.

Seguramente tienen razones legítimas para ocultarse, como también existen muchas razones legítimas para no decirlo todo sobre todo. Evidentemente, los políticos de todo el mundo abusan del secreto para ocultar cosas que si se supieran sólo podrían en riesgo sus propios culos. Pero no parece que Wikileaks haga muchas distinciones entre una cosa y otra. La web no es un mero receptáculo digital que publica todo lo que le llega; Assange tiene la última palabra a la hora de decidir qué cuelgan y qué no. No parece la persona más responsable a la hora de tomar esa decisión.

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