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Y con Jinping llegó la revolución

Publicado en La Información

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Para China poner un pie en Europa no es cualquier cosa.

El fin de semana pasado, el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, visitaba la Italia de Salvini. El tema por discutir era la posibilidad de firmar un tratado bilateral para revivir la Ruta de la Seda, ese corredor que impulsó el comercio libre durante más de diez siglos. China está interesada en estrechar lazos económicos con los países de la Unión Europea y su presidente está tocando, una a una, a las puertas correspondientes. España no lo consideró pertinente. Pero Italia, con una economía deprimida, ha mostrado más que interés en estudiar la propuesta.

Como decía el profesor Rafael Pampillón en ‘Expansión’ «se juntaron el hambre con las ganas de comer». Porque si para Italia este pacto supone inversión extranjera en infraestructuras, asociarse con un pez grande y reactivar una economía que no pasa por sus mejores momentos, para China los vientos también son favorables. Poner un pie en Europa no es cualquier cosa.

¿Qué puede salir mal?

En primer lugar, los Estados Unidos de Trump se han puesto muy nerviosos por las posibles consecuencias que esta «intromisión» china, su rival, en la Vieja Europa pueda tener. Parece olvidar que, si América es para los americanos, tal vez Italia también puede seguir esa misma lógica y buscar los tratos y contratos más convenientes para los italianos. Puedo imaginar perfectamente a Trump pensando: «Hagamos que nos les resulte tan conveniente…». Y luego la escena de la cabeza de caballo en la cama de Matarella, el presidente italiano.

Pero ha habido más reacciones. La Unión Europea ya ha puesto los ojos en blanco y Macron, que, junto con Merkel y Junker, ha recibido a Jinping, ha pedido «respeto». ¿A qué? A una Europa unida como bloque comercial y geopolítico. Que es como si le dijera al presidente chino «Mire, esta mujer viene conmigo, haga el favor de no invitarla a salir». En este caso, imagino que Macron y, en general, el bloque franco-alemán, que son los que defienden el sacrosanto matrimonio europeo, piensan que si Italia necesita ser rescatada, ya está la Unión Europea que, subida en un blanco corcel, acudirá en su ayuda, como con Grecia. Si se tratara de verdad de una novia, habrían saltado todas las alarmas feministas y estaríamos hablando de «empoderamiento e independencia». Como hablamos de países creo que es más procedente hablar de soberanía. Si Italia, con o sin razones suficientes, decidiera firmar un acuerdo para recibir inversión china, es muy probable que la Unión Europea tratara de impedírselo.

Tampoco sería la primera vez. Como me recuerda mi amigo Rafa Galán, compañero de ‘Thinknomics’, ya hubo sus más y sus menos con el ferrocarril Budapest-Belgrado y la inversión china. ¡Que vienen los chinos! ¡Que vienen a invertir! ¡Horror!

No deja de sorprenderme que, de nuevo, como tantas otras veces en la historia, el potente motor del miedo a la competencia nos lleve a cerrar puertas con candados y cadenas, en lugar de aceptar el riesgo de la libertad de mercado. Porque, detrás de todo está eso: no queremos competir. Esta vez no se trata de bienes sino de capitales. Resulta que la Europa del sur lleva décadas penalizando la inversión, asociándola a los privilegios gubernamentales, para «regularla», no sea que se vuelva un animal salvaje desatado o algo. Y, cuando aparece un inversor extranjero, sacamos la bandera de la unidad europea y la importancia de ser un bloque unido. Porque los chinos son muchos, y son comunistas, y no sabemos muy bien qué oscuras intenciones ocultan.

Parece bastante claro lo que quieren: quieren una economía capitalista. Quieren mejorar la renta per cápita de la población media. Se han dado cuenta de que lo relevante es el largo plazo y tienen un plan. Justo lo opuesto a nosotros, que estamos cegados con el corto plazo y vamos improvisando a golpe de campaña electoral. Y ahí está el resultado: vamos a poner en la Moncloa al partido que prometa aumentar más el gasto público y castigue más el ahorro y la inversión.

Es muy posible que el régimen presidencialista chino tenga como objetivo fortalecer el Estado mejorando el nivel de vida de la población. Esa es la finalidad de la socialdemocracia y de los fans del «estado del bienestar». No sé cuál es el escándalo. Para mí, como libertaria, ambos se diferencian en el grado de arbitrariedad y en el modo de llevar a cabo el insostenible sueño benefactor.

La Unión Europea, con todo lo positivo que pueda tener, y no lo pongo en duda, necesita una reforma profunda de su objetivo vital. Una terapia existencial a fondo. Por eso entiendo la confusión que ha producido el Brexit. Confusión que se hace muy evidente cuando la noticia de la semana es que el «mentalista» Uri Geller ha mandado una carta a Theresa May explicándole que va a bloquear el Brexit con su poder mental. Puede llamar a Aramis Fuster para que le ayude. Tienen la misma credibilidad. Lo llamativo es que la preocupación ciudadana alcance tales cotas y el Brexit sea pasto de semejantes noticias.

No estaría mal que nos planteáramos si estamos fomentando que haya inversores españoles, italianos, europeos que sean un «bloque», no sólo comercial y geopolítico, sino creador de capital y riqueza. Pediría «respeto» para el ahorrador, el inversor, el capitalista. Así, a lo mejor, no nos asusta que vengan los chinos.

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