Skip to content

Ya hemos probado con el canibalismo y no funciona

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Será eso, o simplemente que estoy tan habituado a las cloacas que ni mi buen daimon tiene fuerzas para apartarme de algunas de ellas. Así es la ciudad de los medios de comunicación, donde las grandes avenidas están escondidas y son las cloacas las que están sobre el firme.

El caso es que he visto la última creación de un viñetista con el alma rota en la que un oscuro personaje dice: "Si falla el capitalismo, podemos probar con el canibalismo". El capitalismo es la sociedad libre, el conjunto de instituciones basadas en una red de intercambios voluntarios, en el acuerdo entre dos o más personas. Es la sociedad kaleidoscópica, varia, libre y espontánea; es la disolución de la jerarquía y la emergencia del buen consenso, el que llega sin imposiciones.

El capitalismo es la sociedad en la que podemos decir "no" a lo que nos concierne y no deseamos. Y "sí" sólo a lo que nos concierne. Es la sociedad de la responsabilidad individual, permítanme el pleonasmo. Es la sociedad de la generosidad, porque ésta sólo puede ser voluntaria y porque el individuo, en una civilización capitalista, está permanentemente volcado hacia los demás. La persona está unida íntimamente a sus derechos, sin que le sean arrebatados en nombre de nada o de nadie. Pero, por propia voluntad y en compleja colaboración con otros, está volcada a trabajar para los demás, para muchos otros que, en su mayoría, jamás conocerá. Y vive con lo que los demás le sirven, en ese orden de cooperación humana que llamamos mercado.

¿Puede fallar algo así? No lo creo. No lo ha hecho jamás. Pero su opuesto sí lo conocemos. Es el canibalismo, sí, que muchos llaman socialismo. Es la sociedad jerárquica en la que los muchos son piezas inermes de los planes de unos pocos. En que sus voluntades están truncadas, negadas y prohibidas. El canibalismo es aquella sociedad de la Unión Soviética en que se robó a los ucranianos hasta los granos que hubiesen servido como simiente. Aquella en que los padres mandaban a sus hijos a las ciudades para volver al pueblo a encontrarse con la muerte al menos con la débil esperanza de que sus hijos, abandonados, tuviesen más suerte con ellos. "Abandonar a los hijos es un crimen", decían los carteles. "Comerse a los hijos es un crimen", recordaban otros.

Sí. Ya hemos probado el canibalismo. Y no funciona.

Más artículos

Populismo fiscal

Cómo la política impositiva del gobierno de Pedro Sánchez divide y empobrece a la sociedad española El nuevo informe del Instituto Juan de Mariana evalúa la deriva de la política