Incluso se ha llegado a proponer la aprobación de una Ley de Economía Sostenible que pretendía darnos un empujoncito hacia el futuro promoviendo la producción de energía cara e ineficiente.
Ahora, en plena apoteosis de ese pactismo tan propagandístico como inútil, ha llegado el momento de que Salgado repita chuleta en mano todas y cada una de las medidas contenidas en la mentada ley –donde se incluyen algunas partidas tan esenciales para el bienestar de los españoles como la inversión aeroespacial– más dos ocurrencias de última hora: el retorno de la banca pública y de la vivienda de protección oficial como impulsores de la creación de empleo.
Ya se sabe, si algo ha creado empleo en este país ha sido el crédito barato y el ladrillo, por consiguiente, no parece haber motivo para renunciar a ellos. Los problemas menores acaecidos desde entonces –ya saben, esos cuatro millones y medio de parados y esos 120.000 millones extra que nos hemos fundido en 2009– no empañan la bondad del modelo en general: si algo falló entre el año 2000 y el 2007 no fue que nuestra economía estuviera, digamos, algo volcada en dos sectores hipertrofiados y que experimentaban una de las mayores burbujas del orbe entero, sino que esos sectores habían caído en manos de los especuladores.
De ahí que ante un sector bancario en proceso de quebrar, ante una deuda privada que roza el 200% de nuestro PIB y ante un stock de viviendas cercano al millón y medio, a nuestros gobernantes sólo se les ocurra crear más bancos, endeudar más a los españoles y construir más ciudades fantasma por toda la península. Eso sí, todo público. Si la farsa del falso capitalismo que hemos vivido durante las últimas décadas consistía en "privatizar los beneficios y socializar las pérdidas", la revelación que nos ofrece el socialismo moderno para salir del atolladero parece consistir en olvidarnos de esos conceptos tan reaccionarios como beneficios o pérdidas.
Al cabo, los comunistas ya descubrieron en su momento que la Unión Soviética era claramente superior a las economías capitalistas porque no padecía de ciclos económicos periódicos de auge y depresión. Claro, eliminaban las crisis periódicas imponiendo una crisis permanente. Y es que si para algo sirven las recesiones es para revelar que nuestros empresarios se han equivocado, que durante años han llevado a cabo malas inversiones de manera generalizada (impulsados por las falsas señales emitidas por los bancos centrales) y que, si no queremos arramblar con toda la economía y nadar en una abundancia de inmuebles mientras nos faltan zapatos, habrá que rectificar cuanto antes.
El socialismo tiene la virtud de que no necesita cambiar para adaptarse a las necesidades de los ciudadanos porque son éstos quienes tienen que sobrevivir a los delirios del planificador central. Por el mismo rumbo marcha España: puede que ni necesitemos endeudarnos más ni incrementar nuestro parque de viviendas, pero ¿importa lo más mínimo? ¿Acaso es más importante volver a crear riqueza que poner a trabajar en algo, en los que sea, a 350.000 personas?
Total, si nos olvidamos de esa pequeña molestia de "asignar los recursos escasos a sus usos más valiosos", es decir, si nos olvidamos de la economía, cualquier proyecto deviene igualmente aconsejable. Lo mismo da desarrollar nuevas medicinas o incrementar la disponibilidad de materias primas que erigir colosos en honor a Zapatero o multiplicar la cría de lombrices. Que lo mismo da la energía barata que una placa solar 11 veces más cara, vamos.
Pues sí, la economía sostenible del futuro es la misma economía colapsada del viejo socialismo. Justo lo que necesitábamos.
Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana, profesor de economía en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores donde trata de analizar paso a paso las causas y las consecuencias de la crisis subprime.