Aurora ha vuelto a dar señas sobradas de esa cualidad en sus artículos, y especialmente en el último, que de otro modo jamás se habría llamado Elogio de la inmoralidad
No es una puesta al día de Mandeville, aquél inspirador de Adam Smith, sino un sano ejercicio contra cierto moralismo pegajoso y, en ocasiones, hasta poco edificante. La periodista ha señalado el caso de la reacción de la prensa de la racista Albión contra la selección española por el gesto de simpatía hacia China con una foto en que se rasgaban los ojos. "La gente se ofende por todo", se queja, y con razón.
La raíz de ese mal viene de esa concepción colectivista, y por tanto falsa, de respeto. El individuo no es ya nadie por sí. Sólo se le considera como miembro de tal o cual grupo. Y la política se ha transformado desde el individualismo que conquistó los Derechos del Hombre al colectivismo que ve en el grupo fuente de derechos y sujeto de todo tipo de agravios y vejaciones, reales o imaginarios, pero siempre prestos a pasar por la caja del Estado. Si bien, ¿no habrá tenido que ver algo la izquierda en esta podredumbre de los derechos? En cualquier caso, pertenecer a grupos agraviados es un gran negocio en política y por ello no hay manifestación espontánea de expresión, incluso las más preñadas de simpatía, que no se vean como un agravio culposo. Como una inmoralidad. En estas, condiciones, ¡viva la inmoralidad!
Sigue Aurora en su elogio hasta esculpir la siguiente frase: "Seguramente la culpa de todo la tenga Zapatero, que está viciando la moral de los españoles". "Será, a diferencia de la elegía al doctor Negrín, un brutal ejercicio de ironía", pensará el lector. Y acierta.
Acierta porque, de hecho, no se puede considerar de otro modo. Si algún título reservará la Historia para Zapatero es el de Centinela de Occidente. Perro Cervero de la moral, Zapatero no da resquicio a quien ose comportarse de forma inmoral. Como esto de las buenas y malas costumbres no se puede dejar al libre albedrío de la sociedad, que para algo debe de haberse inventado el Gobierno, qué entre dentro y fuera de la moral que lo decida el elegido. El elegido democráticamente, es decir.
Y aquí están, los neoinquisidores, en una cruzada contra la inmoralidad que no tiene parangón en la historia reciente de España. La ha emprendido contra el tabaco. También contra las hamburguesas, en lo que no es sino el primer paso de una persecución en toda regla contra las grandes tallas. Las pequeñas tienen también su pedigrí de perseguidas, que este es un Gobierno que abomina de los extremos, como todo el mundo sabe. Para Sanidad el vino es una "bebida alcohólica peligrosa". Quién
sabe, incluso los píos rezos que dedica Rajoy a la familia, si se producen extramuros su vivienda, podrían convertirse en inmorales, a ojos del Gobierno.
Eso que ganamos. Si Zapatero cuida de nuestra moralidad, una tarea menos de qué preocuparnos. Pero quizá, sólo quizá, y dicho sea con el permiso de la autoridad, y aunque lo que vaya a decir sea una blasfemia contra la religión progresista, es posible que lo que haga cada uno con su cuerpo y su conciencia no sea asunto del Gobierno.