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F.A. Hayek, gigante del orden espontáneo

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Hayek entendió que la sociedad libre se organiza de manera espontánea a partir de las decisiones particulares y empresariales que adoptan los individuos.

Se cumple el 25º aniversario de la muerte de F.A. Hayek, uno de los economistas, filósofos, juristas y politólogos más importantes del siglo XX, premio Nobel en 1974 y eximio representante de la Escuela austriaca de Economía.

Las contribuciones a las ciencias sociales de Hayek, cuyas iniciales ideas estatistas de corte fabiano evolucionaron hacia el liberalismo tras la lectura en 1922 de Socialismo de Ludwig von Mises, son innumerables. Su conocimiento multidisciplinar dejó una profunda huella en campos como la teoría monetaria, del capital y de los ciclos económicos (célebres debates con Keynes y los teóricos de la Escuela de Chicago), el cálculo económico en el socialismo (disputa con Oskar Lange y Abba Lerner), los fundamentos de la libertad individual, el derecho, la antropología, la historia (redescubrimiento de los escolásticos de Salamanca, a los que consideraba unos precursores de la moderna ciencia económica) o la psicología.

Pero quizá de entre todas esas aportaciones de su pensamiento, desordenado e intuitivo, como él mismo lo calificó, se yerguen las relativas al orden espontáneo y a las instituciones sociales evolutivas. Ahora que sobre el mundo libre se vuelven a cernir las recurrentes amenazas intervencionistas, proteccionistas, nacionalistas y mercantilistas, sus enseñanzas en ese ámbito resultan de enorme actualidad.

Hayek entendió que la sociedad libre se organiza de manera espontánea a partir de las decisiones particulares y empresariales que adoptan los individuos sobre parcelas específicas que les preocupan y, a su vez, dominan. Gracias a los precios, al cálculo económico y a otras señales (dónde hay beneficios empresariales y dónde hay pérdidas), las personas deciden introducirse en unas áreas económicas o en otras. Si los consumidores compran libremente, las líneas de especialización y producción adquieren sentido, los recursos económicos y la investigación se encaminan de manera natural hacia los sectores adecuados y las necesidades detectadas quedan cubiertas. La gente que se especializa en las áreas exitosas gana dinero dado que esa producción es valorada por el consumidor. Así se consigue un orden espontáneo, extenso y complejo con decisiones que se toman de forma descentralizada o bottom-up y nunca por la vía centralizada o top-down (esto es, a través de un planificador que, al no poder disponer de la información relevante sobre qué, cómo, en qué cantidad y a quién producir, estará inevitablemente abocado al fracaso, especialmente en un mundo cada vez más cambiante).

Asimismo, el orden espontáneo explica el surgimiento de las instituciones sociales (el lenguaje, la moral, las normas consuetudinarias, las leyes, la propiedad privada, los precios, el mercado…), que no son fruto del diseño deliberado de ninguna persona sino de infinidad de acciones humanas llevadas a cabo de manera inconsciente. A través de un proceso espontáneo y libre de prueba y error, generaciones y generaciones de individuos se van dando cuenta, con el transcurso del tiempo, de qué comportamientos son funcionales y cuáles no. Los comportamientos que cumplen una finalidad son los que acaban siendo conservados y dan lugar a las instituciones sociales. Surge así la civilización. De ahí que para Hayek quepa reputar como agresiones descivilizadoras, puro constructivismo, todo intento deliberado y racionalista por diseñar la sociedad desde arriba vía mandatos coactivos.

En ese sentido, Hayek, ateo declarado, veía que la religión resultaba muy beneficiosa a la hora de llevar a cabo tanto el cumplimiento de esas normas pautadas que han surgido espontánea y evolutivamente como de ejercer de contrapeso al tan peligroso endiosamiento de la razón humana.

Por último, a propósito del humanismo de Hayek, merece la pena recordar, frente a los maltusianos de todos los partidos, una de sus frases más famosas: «Solo existen dos posibilidades: ser muchos y ricos o pocos y pobres».

Friedrich August von Hayek vive, la lucha sigue.

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