El régimen populista de Maduro ya solo se sostiene a tiros, aplicando la violencia más descarnada sobre la población.
Lo mismo que sucedió en Kronstadt en 1921, en Berlín en 1953, en Hungría el 56, en la Primavera de Praga de 1968 o con el sindicato Solidaridad en 1980 y, finalmente, con las movilizaciones libertadoras de 1989 y 1991, ocurre ahora en Venezuela: el pueblo, una vez que ha conocido los frutos del socialismo, no duda —muchos, incluso, arriesgando su vida— en rebelarse contra sus autoproclamados redentores.
Si la historia se repite primero como tragedia y después como farsa, en Venezuela se están cumpliendo una por una todas las consecuencias que implica la instauración de un régimen socialista: un Estado, con la coartada de implantar una fantasmagórica justicia social, intervencionista a más no poder; represión y encarcelamiento a los disidentes; expropiaciones por doquier; devastación de las instituciones y del cuerpo social, con el añadido de la promoción de una delincuencia que todo lo arrasa; desorden en las cuentas públicas, impresión masiva de moneda e hiperinflación; control de precios y de cambios con los consiguientes desabastecimientos; hambre generalizada y una minoría cercana al poder político enriquecida hasta la náusea.
Venezuela es hoy, tras casi 20 años de aplicación de un minucioso programa socialista, uno de los peores lugares que uno pueda imaginarse. Un infierno en cuyo origen encontramos la huella, no conviene olvidarlo, de la intelligentsia podemita. Los barros en forma de asesoramiento al régimen chavista de toda la patulea del Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), la fundación por donde pasaron los Iglesias, Monedero, Errejón y compañía, han traído estos lodos.
Pero la izquierda, es sabido, cuenta con una patente de corso infinita. Por mucho que la puesta en práctica de los consejos de CEPS haya convertido a Venezuela en una pocilga, Podemos se podrá seguir presentando como el partido de la gente. Al cabo, Iósif Stalin, uno de los mayores criminales que ha conocido la historia, era considerado el padrecito de los pueblos.
En estos momentos tan extremadamente duros, desde estas líneas queremos mostrar nuestro apoyo a todos los venezolanos de bien, que hoy, en la mamá de todas las marchas, van a expresar su absoluto rechazo a un régimen populista que, con la promesa de traer el paraíso al Caribe, primero cameló a una sociedad incauta —y dispuesta a dejarse engañar— y ahora ya solo se sostiene a tiros, aplicando la violencia más descarnada sobre la población. Pero el pueblo venezolano, a pesar de todo, no se resigna a morir.