Robar, falsificar moneda e impagar. Este es, resumido, el programa económico del demagogo.
Seguramente la escritura esté ya en la pared y sólo falta contar los días. Decía Margaret Thatcher que el socialismo colapsa cuando no queda ya más dinero que rapiñar. Con el colapso del crudo y otras materias primas y la devastación económica de década y media de mandatos chavistas y kirchneristas, sus días parecen estar contados: las dádivas menguan mientras la inflación galopa, el desabastecimiento se agudiza, y la represión se acelera.
Tres son las políticas características de la rapiña: confiscación, endeudamiento crónico y creciente inflación monetaria. Y las tres tienen un límite.
La confiscación puede ser de renta –tributos- o de riqueza -en formas diversas que van desde la regulación asfixiante a la pura expropiación-. La gallina de los huevos de oro enferma y acaba muriendo.
Los socialistas tienen, además, un segundo hábito incorregible. Pedir y pedir prestado hasta el límite. Impagar, o al menos intentarlo, denostando a los acreedores con los peores insultos (pretenden cobrar los muy malvados) para luego… seguir endeudándose.
Finalmente los populistas también son grandes falsificadores de moneda. Grandes no porque lo hagan bien o con arte, sino porque lo hacen en grandes cantidades. Imprimen e imprimen moneda sin más respaldo que su propia verborrea. Con ello no sólo destruyen los ahorros y la capacidad de compra de sus gobernados, sino que acaban agotando las reservas de divisas hasta el límite de no ser capaces de pagar las importaciones de los productos más básicos.
Robar, falsificar moneda e impagar. Este es, resumido, el programa económico del demagogo. Algo que ni siquiera países bendecidos con abundantes recursos son capaces de soportar en el medio plazo.