El partido de la gente es igual que los demás: instituciones despiadadas que se van burocratizando y en las que una élite de imprescindibles, tras laminar a otros correligionarios, se hace con todo el poder.
Decía Konrad Adenauer que hay tres tipos de enemigos: los enemigos, los enemigos mortales y los compañeros de partido. Observando la intensa trayectoria de Podemos desde su fundación en enero de 2014 hasta hoy mismo llegamos a la conclusión de que el canciller alemán no pudo estar más atinado.
En apenas tres años hemos visto cómo los cinco grandes líderes y fundadores de la formación morada poco menos que se han acuchillado entre ellos. Primero fue la caída del intelectual y a la sazón número tres del partido, Juan Carlos Monedero. Habían salido a la luz los 400.000 euros euros cobrados por asesorías a los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, así como el consiguiente escándalo fiscal, y el número dos, Íñigo Errejón, no dudó en exigir al líder, Pablo Iglesias, la cabeza de Monedero, a pesar de que este había sido el mentor de todos ellos, para que esas polémicas no afectasen electoralmente al partido.
En un primer momento, en las municipales de mayo de 2015, parecía que Podemos se encaminaba a asaltar los cielos de La Moncloa, pero las decepciones posteriores en las urnas precipitaron el estallido de una guerra civil entre pablistas y errejonistas. Aunque se ha vertido mucha literatura al respecto catalogando a uno, Iglesias, de peligroso radical y al otro, Errejón, de moderado posibilista, en realidad se trata de dos personajes de extrema izquierda, con ideas profundamente totalitarias y cuya única diferencia reside en la estrategia elegida para llegar al poder: Iglesias, después de muchos vaivenes y de haber abrazado la transversalidad, se ha posicionado como un comunista clásico que, con abierta transparencia, busca fortalecerse y crecer poco a poco a partir de las ruinas de Izquierda Unida; en cambio, Errejón ha optado por la vía populista de aparentar ser lo que no es para de esa manera no asustar a los votantes y, mediante un discurso intercambiable con el del PSOE, tratar de nutrirse del centro izquierda.
Por su parte, Carolina Bescansa, número cuatro, ha dimitido de sus cargos en Podemos tras considerar que ha sido traicionada en esta batalla intestina por el propio Pablo Iglesias, que ya en su momento había decepcionado a Monedero por ceder a las presiones de su ahora enemigo Errejón. Y el quinto en discordia, Luis Alegre, otrora amigo íntimo de Iglesias, ha asegurado que el líder de Podemos está rodeado de una camarilla dispuesta a «destruirlo todo con tal de no perder su condición cortesana».
En definitiva, nada que no hayamos visto antes. La Ley de hierro de la oligarquía de Robert Michels, por ejemplo. El partido de la gente es igual que los demás: instituciones despiadadas que se van burocratizando, maximizando siempre la eficiencia, y en las que una élite de imprescindibles, tras laminar a otros correligionarios, se hace con todo el poder de manera monolítica. Solo puede quedar uno, normalmente el peor y menos escrupuloso. Bienvenidos a Vistalegre.