Sobre el anarcocapitalismo (IV): sobre la defensa europea centralizada

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Hace algunas semanas (10/03/2025) se publicó un elaborado informe en El País, un periódico de gran difusión en España, sobre las carencias en el poder defensivo de Europa, comparándolas con las del que se entiende que sería el enemigo a confrontar, presumiblemente Rusia, y que justificaría tanto un sustancial aumento en la cantidad gastada en armamento como cambios en la forma en que están diseñados los servicios públicos de defensa de nuestro territorio.

Aparte de que no entiendo la necesidad de tamaño rearme, cuando los países europeos ya gastan mucho más en este rubro que Rusia, su población es varias veces mayor y su PIB supera diez veces al de la potencia eslava, sí que me gustaría manifestar mi desacuerdo con algunas de las afirmaciones realizadas en el informe y que se centran más en la forma en que se quiere plantear el desafío de una agresión rusa que en discutir si es o no este país el enemigo a afrontar, pues esto queda para expertos en geopolítica y yo para nada lo soy. Pero el texto da pie a debates muy interesantes.

En primer lugar, el informe señala el problema de las duplicaciones y de la interoperabilidad de los sistemas de armas europeos debido a su fragmentación política. Para mí, no solo no son problemas, sino que pueden ser ventajas, sobre todo en caso de una guerra defensiva. Evitar la duplicación de servicios es uno de los grandes principios rectores de la administración cartesiana, pero si se analiza con calma, como lo ha hecho uno de los líderes de la escuela de Bloomington, tan querida en algunos círculos libera-libertarios, Vincent Ostrom en su clásico The Intellectual Crisis of American Public Administration, observaremos que ningún sistema de administración, sea pública o privada, puede funcionar sin duplicidades y redundancias.

Simplemente, porque una administración sin duplicidades es mucho más vulnerable a un fallo. Si no hay alternativa y el sistema central falla por algún motivo, la organización puede colapsar. Es el mismo principio por el que un avión comercial tiene dos motores, pudiendo volar con uno solo, o un tren de alta velocidad, con tres sistemas de freno en vez de uno muy eficiente. También es lo que explica que el sistema de transportes de una gran ciudad no se centre en solo un modo de transporte; así hay autobuses, metro, taxis, circulando al mismo tiempo, de tal forma que si uno falla o está en huelga, no se pare toda la ciudad. Un sistema de defensa sin duplicidades puede dar lugar a que un fallo en el mando central deje a todo el sistema inoperativo. Una derrota en un sistema bélico centralizado, como ocurrió en Francia en 1940, que colapsó en días a pesar de contar con un ejército comparable en cantidad y calidad al alemán (véase La extraña derrota de Marc Bloch), precisamente por no estar duplicado.

Si un ejército único europeo colapsase por cualquier motivo, incluida la traición o la rendición, no habría otro preparado para tomar el relevo. Un sistema con muchos ejércitos puede no ser el mejor para atacar, pero garantiza mejor que continúe la resistencia por parte de uno o varios de los ejércitos nacionales en caso de derrota de algunos de ellos. No solo eso, es más invulnerable a la traición o a un mando incompetente, puesto que la posibilidad de estos eventos se reduciría mucho y, en cualquier caso de suceder, sus consecuencias serían mucho más limitadas.

No solo eso, al concurrir con doctrinas militares distintas y con especialidades distintas, los distintos ejércitos mostrarán una mayor variación a la hora de combatir, dificultando el aprendizaje por parte del enemigo de nuestra forma de combatir. Recurramos a un ejemplo histórico para ilustrar este punto. Como relata Walter Scheidel en su genial, pero discutido libro Escape from Rome, los mongoles de Gengis Khan no tuvieron gran problema en derrotar a los grandes ejércitos de los imperios de las estepas, pero fracasaron al llegar a Hungría.

Acostumbrados a combatir en campo abierto con fuerzas a caballo de gran movilidad, se vieron frenados al enfrentarse con plazas fortificadas, propias de los pueblos de montaña, con soldados nativos que combatían de forma totalmente distinta a la que ellos conocían y frente a los cuales no disponían de experiencia militar. Unos pocos miles de soldados centroeuropeos, habitantes de pequeños reinos, fueron capaces de frenar a las tropas del gran emperador del mundo que había derrotado al imperio chino y a Rusia, y cuyos descendientes hicieron polvo, unas décadas después, al gran imperio persa, que, por excesivamente centralizado y unificado, cayó en muy poco tiempo.

Simplemente, los mongoles no conocían y no estaban preparados para la forma de guerra de húngaros y austríacos. Si estos hubiesen combatido de forma conjunta con los rusos, poco habría quedado de ellos y los mongoles hubiesen penetrado aún más en Europa, aunque dudo que consiguiesen conquistarla por completo, debido principalmente a su fragmentación. Como tampoco pudieron los turcos cinco siglos después.

Algo semejante ocurre con la interoperabilidad de los sistemas de armamento, aunque quizás aquí no sea tan obvio. Es cierto que compartir sistemas de armamento y munición equiparables sea una gran ventaja, no lo dudo, pero también la capacidad de adaptación del enemigo a este único sistema es mucho mayor, y de no ser adecuados estos al tipo de combate del enemigo, quedaríamos inermes frente a él y sin capacidad rápida de respuesta.

Además, en el caso de que se apropien de armamento nuestro, le es más fácil de descifrar e incluso se le facilitaría que volviesen estas armas contra nosotros al disponer en abundancia de repuestos y pertrechos. Disponer de varios sistemas permite testar cuál de ellos se adapta mejor al combate o incluso establecer sinergias entre ellos, difíciles de imitar, por el contrario.

La propia guerra de Ucrania lo podría ilustrar bien. El ejército ucraniano que resistió e incluso ganó terreno en los primeros meses del conflicto estaba compuesto por los desechos de los arsenales occidentales, con armas de todo tipo combinadas, frente a las cuales los rusos estaban casi siempre desprevenidos. Si los ucranianos hubiesen combatido solo con sus viejos sistemas de armas soviéticos, bien conocidos por el enemigo, los rusos no tendrían que haber adaptado sus procedimientos operativos tantas veces como lo han hecho, ralentizando sus ofensivas, hasta el punto de que sus logros en los tres años que han discurrido de guerra han sido relativamente moderados.

Otra cuestión que se plantea es la de configurar un ejército europeo bajo mando único, supongo que a las órdenes de un comisario europeo con competencias en la materia, aunque eso es algo que no está aún definido. La primera objeción que cabe hacer es obvia, y es la de cómo garantizar que ese hipotético ejército no se vuelva contra sus ciudadanos o contra alguno de los estados de la Unión en el caso de que decidiese no acatar alguna directiva o bien decidiese, como los británicos, abandonarla.

El precedente de la guerra de secesión norteamericana es claro. El ejército federal se usó para evitar la secesión de estados, que en principio deberían tener derecho a hacerlo, por lo menos en los términos en los que los Estados Unidos se configuraron en sus inicios. Por cierto, Europa ya quiere imitarlos con sus mutualizaciones de deuda, eficaz sistema ya ideado por algunos de los padres fundadores, para así hacer a las antiguas colonias federadas dependientes del aún incipiente estado federal.

No existe garantía alguna de que una vez establecido ese ejército no vaya a ser usado contra sus propios ciudadanos, pues esta garantía no existe con ningún ejército permanente del mundo. En segundo lugar, cabría discutir su definición operativa. Un ejército se diseña normalmente de acuerdo con los enemigos potenciales que se presupone que deben ser confrontados, esto es, un ejército se diseña prioritariamente contra alguien.

La cuestión a discutir es quién podría ser ese alguien. En principio, todo apunta a que ese enemigo potencial sería la agresiva Rusia. Los principales beneficiados serían los países del este y el centro de Europa, potencialmente amenazados por el expansionismo de la potencia eslava. Otros países podrían, en cambio, desear unas fuerzas armadas pensadas para afrontar los riesgos potenciales que podrían venir del norte de África, sean estos propiamente militares, sean estos los que podrían derivarse del uso de la inmigración como arma de guerra.

Sin contar con que alguna potencia neocolonial, como Francia, podría querer hacer uso del euroejército para mantener su dominio, ahora cuestionado por los rusos, en el Sahel. También sería conveniente discutir si el nuevo ejército es meramente defensivo o si tendría capacidades operativas para operar en territorios distintos del europeo, con la posibilidad latente, de darse este último caso, de que pudiese ser empleado en aventuras neoimperiales de la reforzada Comisión Europea.

Esta última estaría encantada de financiar, a través de emisiones de deuda convenientemente adquiridas o avaladas por el Banco Central Europeo, el despliegue de la nueva fuerza, que conseguiría al fin su sueño, siempre fallido, de contar con una fuerza armada que esté a su servicio y no depender de las veleidades de los estados nacionales actuales, con los que siempre cabe la posibilidad de tener algún susto y que salga algún gobierno euroescéptico.

Entiendo que antes de proponer experimentos centralistas y no contratados en el espacio plurinacional europeo, no estaría de más observar las ventajas con que cuentan los actuales sistemas de defensa e intentar profundizar en sus aciertos, que son muchos más de los que aparentan. Detrás de los temores inducidos desde los medios de comunicación atlantistas, supuestamente asustados por el temor a que los americanos retiren su apoyo militar, no deja de estar presente la intención expresada en la, gracias a dios, fallida Constitución europea de una unión cada vez más profunda.

Serie ‘Sobre el anarcocapitalismo’

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