Tu ne cede malis, sed contra audentior ito era la frase predilecta de Ludwig von Mises. Los impuestos son un robo y, como tal, un mal (innecesario) y más que nunca, debemos repetir esta verdad y luchar contra ellos. El asunto de la USAID vino a destapar una cuestión subterránea. Un asunto que afronta cada vez más debate, y que la sociedad debe tratarlo con urgencia. Los impuestos.
La Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) creada en su momento por la administración Kennedy en 1961, fue el centro de atención días atrás debido al destape propiciado por Musk como cabeza del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).
El escándalo, para nada, es su cierre (que de hecho no sucedió), como quieren hacernos creer determinados sectores del más rancio estatismo. Tampoco lo es el despido de casi diez mil empleados públicos. El verdadero escándalo es cómo es que se permitió durante tanto tiempo un funcionamiento tan absurdo como fraudulento. La toma de conocimiento sobre el destino de los fondos y verdaderos programas que se financiaban salieron a la luz luego de la auditoría de Elon Musk.
Muchos medios de comunicación se rasgaban las vestiduras con titulares amarillistas con frases como que el recorte de fondos “sacude a Latinoamérica” o “deja importantes programas sociales” afuera, etc. (nótese como siempre la palabra -social- aparece cuando los buenistas intervienen).
Muchos programas tenían nombres pomposos, altruistas o de aparente importancia. Y muchos otros nombres directamente lo que realmente eran, sin ningún tipo de reparo o pudor alguno. La realidad era que muchos de esos programas a los que se les destinaba millones de dólares que las familias estadounidenses pagaban con el sudor de su frente eran:
Programas que financiaba la USAID con los dólares de los ciudadanos estadounidenses
Circuncisiones “gratis” alrededor del mundo (no era gratis, la estaba financiando un trabajador en el estado de Iowa o un granjero en Minnesota). Programas DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión, por sus siglas en inglés) que ya todos saben lo perniciosos que son y cómo atentan contra el verdadero mérito. De estos últimos estaba lleno. 20 millones para emitir “Plaza Sésamo” en Iraq. Musicales DEI en Irlanda. Una ópera transgénero en Colombia. Entrenamiento de género a periodistas en Sri Lanka. Cirugías de cambio de sexo en Guatemala. Programas LGTB en Serbia. 4 millones de dólares para que Ben Stiller se saque fotos con Zelenski (muy importante para el desarrollo). 50 millones de dólares para el envío de condones a Mozambique. La lista es casi interminable, y la mayoría de los programas, basura ideológica.
En conclusión: se usaban millones de dólares, dinero de los estadounidenses, para financiar agendas ideológicas en el extranjero. Nadie puede explicar, de manera razonable, por qué un trabajador o empresario estadounidense tiene que pagarle los profilácticos a un sujeto del otro lado del mundo. (Aplica para cualquier país de origen y destino del recurso).
Irwin Schiff, activista y escritor estadounidense, expresaba que, si quieres que los políticos irresponsables gasten menos, entonces debes darles menos para que gasten. Le asiste la razón.
Pero yendo un poco más allá, incluso si aquellos programas de asistencia para el desarrollo internacional fuesen más coherentes con el pretendido desarrollo, como podría ser la obra de infraestructura hídrica en algún país de África (cuestión que también es rechazable). Así y todo, no deja de ser totalmente injusto. No es justo para el pagador de impuestos y al mismo tiempo no es efectivo para el país receptor de esas supuestas ayudas. A mayor abundamiento, cabe remitirse al artículo de Peter Bauer titulado Ayudas que Matan. Tema que puede quedar para otro artículo.
No se trata de corrupción. El problema son los impuestos en sí mismos.
Muchas veces solemos leer o escuchar que el problema no son los impuestos, sino el mal uso del dinero de los ciudadanos (el dinero público no existe) o la corrupción de los gobernantes. Esto es también un error.
El problema raíz de todo esto es que parece que olvidamos la definición de los impuestos. Exacción pecuniaria -sin contraprestación alguna-. Es decir, si nos basamos estrictamente en la definición, es: te robo dinero a cambio de nada. Luego podrá venir otro sin fin de justificaciones más o menos altruistas y que tengan mayor o menor aceptación en la ciudadanía. Pero esa es otra historia. La realidad es que estas justificaciones se usan para que el robo sea más sencillo y menos resistido.
Todo va a una gran bolsa de dinero que discrecional y arbitrariamente el gobierno de turno hace uso de esos fondos para lo que se le antoja. Esto es indistinto de si se vota o no el presupuesto estatal.
A diferencia del precio que se paga por un bien o un servicio, en el caso de los impuestos, no es posible establecer de manera alguna un nexo causal preciso entre el impuesto pagado y el bien público recibido. Tal es así, y esto es tan cierto, que gobernantes y estatistas de todos los colores se esfuerzan permanentemente en repetir y repetir que los impuestos los pagamos para tener salud, educación, carreteras, y seguridad. Curioso es que estos conceptos representan los menores porcentajes de gastos en los presupuestos públicos.
Frank Chodorov lo dice muy claro: “No es verdad que los servicios serían imposibles sin los impuestos. Esa afirmación viene negada por el hecho de que los servicios aparecen antes de que se introduzcan los impuestos … No es el costo de los servicios lo que obliga a los impuestos, es el costo del mantenimiento del poder político”.
Es el hecho de mantener una casta política, y un enorme ejército de funcionarios y agentes en tareas y funciones que, de vivir en una sociedad sin coacción, basada en relaciones y vínculos voluntarios (proceso de mercado) no existirían en esos roles, o no tendrían tales tareas. En definitiva, observamos en la sociedad una enorme cantidad de gente que vive del fruto y esfuerzo de otros.
La inexistencia de ese nexo causal es el segundo grado de injusticia e ineficiencia de los impuestos. Sin embargo, en círculos de tributaristas, la pregunta salvadora y solucionadora de problemas siempre gira en torno a lo mismo: ¿y si ahora gravamos a los superricos? ¿Y si inventamos el IVA personalizado así, el sistema es más “justo”? ¿Y si establecemos otro impuesto verde? Siempre es igual porque lo observan desde el paradigma equivocado.
Sucede muchas veces también que los “académicos” que más propugnan estas cuestiones son de estirpe de funcionarios. Entonces, resulta lógico, según su perspectiva, que defiendan la existencia de impuestos a capa y espada porque constituyen su fuente de vida y se desgarran las vestiduras cuando detectan evasión fiscal, porque para ellos, es lo peor que puede pasar en una sociedad.
Afirmar hoy en pleno 2025 -con el alcance al conocimiento que tenemos- la dañina frase Wendelliana “Los impuestos son el precio que pagamos por vivir en una sociedad civilizada” Puede ser porque se es muy ignorante, o muy estúpido, o bien por conveniencia (vivir de lo que producen otros, es decir de impuestos) Muchas veces es una combinación de las tres.
Volviendo a la cuestión de la USAID, de las ayudas y el financiamiento de programas en el exterior, siempre es muy sencillo ser generoso y solidario con el dinero ajeno. Son siempre los mismos quienes se suben al pedestal moral para hacer filantropía con los dólares del vecino. Eso sí, el dinero propio es sagrado.