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Capindialismo (I). Dislates tras la independencia

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Después de la independencia en 1947, buena parte de los recursos de la India se orientaron hacia la creación de un Estado democrático, pero centralizado y de exaltación nacionalista. Formalmente quedó dividido en diferentes estados federados (actualmente 28) y en uniones territoriales (hoy 7). Se importó de fuera un modelo de Estado ajeno a la propia historia y rica diversidad india.

Los procesos de centralización estatal en Europa a partir del siglo XVI se basaron en una intensa homogeneización cultural con el fin de lograr la construcción de identidades nacionales. Este manto uniformador practicado en occidente fue sencillamente imposible en la nueva India por su compleja realidad pluriétnica, plurirreligiosa y plurilingüística (unos dos mil idiomas y dialectos, de los cuales sólo son reconocidos de manera oficial veintiuno). Esto no fue óbice para que se llevara a cabo un proyecto estatista cuyo gobierno central quedaba fuertemente reforzado en detrimento de los estados y de otros gobiernos locales descentralizados, como los tradicionales panchayati (sólo recientemente se incorporó dicha institución local a la Constitución india).

La India se adhirió de forma entusiasta al modelo de desarrollo socialista desde su independencia. Se impuso una economía de planificación centralizada. El padre de su emancipación moderna, JawāharlālNehru, fue un rendido admirador de la economía soviética y de Stalin (la misma URSS ofreció apoyo a la descolonización india). Pese a que existieron desde sus inicios conglomerados privados de origen familiar y pese a que no todos los factores de producción pasaron a manos del Estado, éste fue el único agente económico relevante. Por ello, desde su separación del imperio británico, el mercado perdió allí prácticamente toda su razón de ser como mecanismo asignador de recursos.

Desde los años 50 hasta fines de los 80 fueron constantes, por tanto, las bajas tasas de crecimiento anual que experimentó el subcontinente indio en contraste con las altas tasas de los tigres asiáticos. El economista Raj Krishna llegó incluso a acuñar el término de "tasa de crecimiento hindú", dando a entender que existían límites al crecimiento en dicha nación dada su idiosincrasia. Otro economista, Arun Shourie, desmontó dicha falacia al señalar las políticas laicistas y muy socialistas como las responsables directas de aquel anquilosamiento, no teniendo nada que ver con ello el hinduismo.

Las reiteradas manipulaciones en los procesos de mercado fueron llevadas a cabo mediante sucesivos planes quinquenales aún hoy existentes (el año próximo estrenarán su duodécimo plan económico). Con frecuencia se olvida que la India era la séptima nación industrial antes de su independencia. Desde entonces, su economía estuvo volcada en devenir una potencia nacional y militar a expensas de sus masas depauperadas. Todo nacionalismo, sobre todo en grandes países, tiende a ser intervencionista en el interior y proteccionista frente al exterior. El nacionalismo indio no fue excepción.

La heredada burocracia del imperio británico no hizo sino crecer y perfeccionarse tras su independencia. Llegó a límites irracionales. Como botón de muestra mencionaremos la licencia Raj, vigente hasta 1991. Con la coartada de distribuir (¡ah, los distribuidores!) equitativamente el trabajo entre todos los indios y todas las regiones de la India, durante más de cuarenta años toda actividad económica de aquel país estuvo sometida a innumerables permisos por parte de laberínticas instancias burocráticas que regulaban con minuciosidad la cantidad, la forma, el lugar y el modo de producción o la manera de ofertar servicios. Se debía obtener no menos de cien certificados de "no objeción" para el desarrollo de cualquier actividad media. Cada instancia debía ir firmada y sellada por un ejército de funcionarios-brahmanes con arraigados sentimientos de desprecio por los negocios y por la actividad privada en general. Excuso decir que con ese sistema de administración opresiva la corrupción se convirtió en el deporte nacional. Además, con ello se impidió gravemente el desarrollo normal de su inmenso mercado interior y el aprovechamiento de sus economías de escala.

Por su parte, la rígida legislación laboral india que pronto instauraron sus poderosos sindicatos impidió que surgieran grandes fábricas intensivas en mano de obra y exportadoras de productos manufacturados tal y como ocurrió en otros países asiáticos. Escasearon, pues, sus terminales de contenedores de relevancia internacional que hicieron que el subcontinente indio se conectara tarde y mal al fenómeno de la globalización. El único puerto importante hoy es el ubicado en Mumbai.

A esto hubo de añadirse la desconfianza de su torpe clase política hacia el mercado mundial, la cual se empeñó en mantener una autarquía mediante una política de sustitución de importaciones. No querían ser dependientes de occidente. El nivel promedio de aranceles llegó a ser del 87%. Las teorías de Raúl F. Prebisch y de Gunnar Myrdal fueron las inspiradoras de tamaño desvarío al ignorar que el comercio es siempre una fructífera relación entre comprador y vendedor. Otros "hitos" de la emancipación nacional vinieron luego de la mano de Indira Gandhi al decretar la autonomía alimentaria, así como los programas de esterilización semiforzosa en un intento de diseño arrogante de desarrollo. En consonancia con estas ideas dominantes de entonces, muy pocas voces se alzaron contra dicho modelo aberrante de crecimiento. Sólo la honestidad intelectual del lúcido Peter Th. Bauer brilló con luz propia como excepción crítica frente aquella opinión mayoritaria.

La década de los 70 fue especialmente desafortunada. Los grandes negocios y los ingentes beneficios fueron vistos con desconfianza. Desde el punto de vista industrial, el gobierno se propuso evitar la concentración del poder económico en unas pocas empresas privadas. Fruto de ello, fue la aprobación de una severa ley contra los monopolios y las prácticas restrictivas en 1970 que no hizo más que obstaculizar la estructura productiva y dinámica que la India precisaba. Por el contrario, tal y como pregonaba el laborista y pensador Harold Laski, que tanta influencia tuvo entre los jerarcas indios de la época, el Estado era la coronación del moderno edificio social teniendo supremacía sobre todas las demás formas de agrupación social; el gobierno de la India vio deseable, por tanto, el concentrar el poder económico en manos públicas por lo que empezó a nacionalizar cada vez más sectores de la economía (industria, minas, seguros, bancos…).

Durante las cuatro décadas de post-independencia, los índices de pobreza del país indostaní se enquistaron sin experimentar apenas mejora y eso que contó con la bendita y criticada Revolución verde. Pocos han denunciado este decepcionante historial del Estado moderno indio planificador.

El populismo reinante de aquellos años se reflejó asimismo en una tributación confiscatoria y caprichosa. Mientras la actividad agrícola quedó exenta, los tipos del impuesto directo fueron aumentando gradualmente hasta llegar a alcanzar el 97,5% (!) en el tipo marginal superior. El impuesto de sociedades, por su parte, vio fluctuar su tipo impositivo entre el 55 y el 80%. Era probablemente el país con la mayor carga tributaria del mundo. La evasión se convirtió en una cuestión de supervivencia. El camino hacia el desastre de todo este aislamiento e intervencionismo excesivo llevado a cabo por la clase política estaba ya trazado; era cuestión de tiempo que estallara.

Así, a finales de junio de 1975 se decretó el estado de emergencia y su correlativa suspensión de derechos civiles; su paroxismo de abuso de poder y detenciones masivas a punto estuvo de llevarse por delante su democracia. Cuando el grado de acoso a las libertades económicas y empresariales ejercido por los gobernantes alcanza cierto límite, no tardan en caer las demás libertades y derechos de sus gobernados. La libertad es indivisible; es un mal negocio restringir cualquiera de sus facetas.

La India se convirtió, pues, en una atrasada autarquía de innumerables licencias kafkianas acompañadas de un rígido mercado laboral, una presión fiscal desbocada y una regulación rampante. La consecuencia inmediata fue el inmovilismo y la destrucción de cualquier incentivo por desarrollar proyectos empresariales. De ahí el fenómeno masivo de la diáspora india –considerable hacia Reino Unido, EEUU, Canadá, Sureste Asiático y Oriente Medio- constituido por cientos de miles de "refugiados económicos" que voluntariamente huyeron de aquella India estancada y corrupta hacia otros sitios más prometedores del planeta con el fin de desarrollar sus legítimas aspiraciones.

Hubo que esperar muchos años antes de que la cordura hiciera acto de presencia entre los dirigentes indios. Sólo cuando las ideas contrarias a la colonización empezaron a perder fuerza, pudieron tomar su relevo aquellas otras un poco más respetuosas con la economía de mercado y los intercambios internacionales.

Este proceso de descolonización mental supuso una verdadera liberación, tal y como argumentó el ejecutivo y columnista Gurcharan Das. También influyó para que cambiara la mentalidad de allí el regreso ocasional de los indios de la diáspora que exhibían su fortuna y conocimientos adquiridos en el extranjero. Fueron considerados héroes, y en verdad lo fueron. A su manera, y sin pretenderlo, desempeñaron un papel importante en la legitimación del capitalismo en su país de origen.


Este comentario es parte integrante de una serie publicada acerca de los daños y secuelas producidos en la India al abrazar el socialismo tras su independencia y la transformación que supuso la tardía introducción de un capitalismo sui generis en dicho país a partir de julio de 1991, pese a contar aún con numerosos lastres endémicos. Para una lectura completa de la serie, ver también II y III.

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