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Nación, estado y libertad

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Este es el título de la última Reunión Mont Pelerin, celebrada en Estambul, a la que he tenido la oportunidad de asistir este mes de octubre. Se trataba de un Special Meeting, bastante enfocado hacia los retos que afrontan los países del Este de Europa y del Cercano Oriente. Por lo menos, en cuanto al origen de los asistentes, ya que -además de Turquía, el país anfitrión- había gente de Kirguistán, Siria, Azerbaiyán, Kosovo, Tayikistán, Montenegro, Rusia, Bulgaria, Georgia, Ucrania, Serbia, Kazajstán, Polonia, Rumanía, Lituania o Bulgaria. Muchos de ellos, por cierto, gente joven.

El congreso organizó luego un encuentro menor para tratar el problema de la libertad en los países árabes, ya que asistieron también personas de Marruecos, Egipto, Jordania, Palestina (creo que no había ningún israelita), Malasia, Pakistán o Arabia Saudí. Por supuesto, entre los doscientos cincuenta asistentes había muchos norteamericanos (EEUU), de Canadá, y unos pocos representantes europeos. Hay que decir que solo estábamos apenas cuatro hispanoparlantes de origen: el matrimonio Alfaro, de la UFM, Gonzalo Melián y yo (o sea, ¡el IJM y la Marro!). En fin, siento haberme alargado con este descriptor geográfico; pero no va mal echar un vistazo al mapa de los institutos liberales por el mundo…

Con el rigor en el control del tiempo de las exposiciones que es característico de la MPS (¡ni un minuto más allá de lo previsto! Ojalá se extienda esta costumbre), estuvimos escuchando conferencias en torno a la libertad individual, los límites del Estado o el dilema del multinacionalismo. Tal vez, por la mayor cercanía con los problemas españoles, seguí con atención esta Mesa, en la que hablaron un profesor de Historia (Stephen Davies, del IEA en Londres), un filósofo (Chandran Kukathas, de la LSE) y el Director Ejecutivo de la Free Market Foundation en Sudáfrica (Leon Louw).

Este último reflexionaba sobre la paradoja del multinacionalismo (algo que conoce bien por razones obvias): mientras que en teoría los estados multinacionales podrían conducir mejor a la libertad, porque requieren mayores mecanismos de respeto y comprensión entre las minorías, la realidad histórica nos muestra una gran cantidad de ejemplos en los que ha sido más frecuente el abuso de unas minorías sobre el resto. Por eso concluía que el multinacionalismo en muchas ocasiones reduce la libertad. Mientras que en las sociedades homogéneas ésta se consigue con mayor naturalidad.

Todo ello me recordaba esa obsesión tan frecuente (entre los nacionalistas de nuestro país) por buscar elementos diferenciadores en una sociedad que siempre ha sido más homogénea de lo que se quiere pensar. La imposición de un nacionalismo forzado no impulsa la libertad, más bien la constriñe. Es el típico caso de unas minorías que acaban abusando de su poder, incluso reeducando a las nuevas generaciones (de manera que con el tiempo ya empiezan a ser mayoritarios); predican un multiculturalismo, pero en realidad expulsan de su territorio a los que no piensan como ellos. Lo que, desde esa aparente perspectiva de múltiples opciones, empobrece la diversidad ya que los otros terminan por marcharse del país de manera forzada. Habría que hablar aquí de una homogeneidad que no produce libertad, ya que ha sido impuesta desde la falsa prédica del multinacionalismo…

En su paper, Leon Louw advierte que es un error pensar que las leyes que promueven la diversidad mejorarían siempre la libertad. Y apoya esta idea con el Index of Economic Freedom de la Heritage Foundation. Los países más homogéneos tienden a estar en la cabeza del ranking (con la excepción de Suiza que, una vez más, «confirma la regla»). Entre las posiciones finales se alternan, por otra parte, países aparentemente multiculturales (como algunas caóticas naciones centroafricanas) con férreas dictaduras monolíticas, como el caso de Corea del Norte.

Como posibles soluciones, Louw proponía una reflexión en torno al federalismo y la devolution (no soy capaz de traducir esta palabra: es algo así como llevar el poder a los niveles más bajos de la organización social). Recordando que la organización federal tampoco supone per se una mayor libertad, sin embargo estaría de acuerdo con la postura de Mises sobre la necesidad de reducir los poderes del Estado ofreciendo a la población muchos estadios intermedios que les permitan tener mayor capacidad de elección, un control más directo sobre las cosas que les atañen, etc.

Termino con alguna referencia a dos autores que tal vez les resulten más conocidos. Samuel Gregg (Acton Institute) expuso un consistente y reflexivo alegato a favor de la libertad religiosa como una de las maneras de reducir el peso de los estados. Y con una interesante llamada de atención contra el peligroso secularismo, que con la excusa de una falsa libertad en realidad restringe el ejercicio de la opción religiosa personal.

Por su parte, Peter J. Boettke (George Mason University) tituló la conferencia con una pregunta (Is State intervention in the Economy inevitable?), que respondía en seguida: «No, la intervención del Estado en la economía no es inevitable». Aunque nos avisaba de que es algo frecuente y, por lo tanto, probable. Su charla discurrió en la línea de resaltar las cuatro aparentes excusas para la intervención pública: los monopolios, las «externalidades», los public goods (bienes públicos) y la inestabilidad macroeconómica. Ciertamente, no toda la intervención estatal es mala; solamente aquella innecesaria o arbitraria (aunque, lamentablemente, ambas suelen ser bastante frecuentes). Así, una intervención demasiado constante del Estado en la economía de libre mercado puede considerarse como una de las causas de la presente crisis, unida a la irresponsabilidad fiscal y el desorden monetario. Por lo que reclamaba una vuelta a los argumentos clásicos del liberalismo sobre el control de la acción estatal. Y con una llamada a la responsabilidad personal, que me parece muy adecuada en estos tiempos.

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