La seducción, el manejo de símbolos, expectativas y promesas falsas o semifalsas es parte importante de las relaciones sociales. Hombres y mujeres se atraen mutuamente mostrando lo más excepcional de sí mismos aunque lo sea tanto que es, en muchas ocasiones, es solamente en el periodo de seducción cuando despliega la cola el pavo real. Tal proceso, basado en buena parte en la falsedad, definida ésta como lo no regular, es fundamental para facilitar la vinculación entre hembras y machos humanos, sin duda.
Considerando las instituciones sociales, se puede descubrir en ellas esta característica, es decir, el fundamento falsificador de las mismas. Y esa falsificación, ese manejo de símbolos, señuelos, promesas incumplibles o de cumplimiento relegado, es fundamental para someter los más primarios instintos animales a las más pragmáticos y sociales instituciones sociales. Hayek lo explicaba mejor, sin duda, que uno mismo. Las instituciones de la sociedad abierta suponen o, más exactamente, exigen, la represión de los instintos y, por más paradójico que parezca, lo hace sin llegar a la conciencia racional de lo que sucede. Y es en este punto, en el de la irracionalidad supra-instintiva de las instituciones sociales más útiles y perdurables, donde cabe decir, con Hayek, que un cierto grado de falsificación es necesario. No importa tanto si Dios existe o no, si Yahvé puso en verdad a prueba a Abraham o si es un mero invento que Jesús resucitó o no. No cuestiono con ello el valor de verdad de estos u otras creencias, pero sí que cumplen una función social tan importante que, por hacerlo al margen de dicho valor de verdad, habilitan la falsedad en cierto grado y bajo ciertas condiciones.
Abundando en ello, los seres humanos somos tan propensos al señuelo que sentimos un placer inmenso practicando la invención de señuelos sometido a reglas. Eso es el juego. Engañar para llevar al otro donde se desea sin que lo pueda evitar sabiendo que el rival puede hacer lo mismo. Las grandes creencias, religiosas o no, han de pugnar con otras rivales y cuando se imponen, articulan la vida social y son la base de institutos sociales grandes, medianos y pequeños soportando siempre contradicciones internas que, dependiendo de un complejo juego competitivo, llevan la evolución del conjunto en una dirección o en otra.
Es por ello que, parafraseando el título del film Las amistades peligrosas, la mayor parte de las relaciones parcial o generalmente engañosas benefician más que perjudican y el mero esfuerzo por ganar el corazón de los hombres, ofreciéndoles un acogedor sentimiento de pertenencia y un significado vital, satisface al seducido. No se trata de que éste calcule racionalmente el beneficio de dejarse "conquistar", sino de que se gane su corazón, que es ni es instinto ni es razón, aunque modifica al primero y surte de energía a la segunda.
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