Condados y ayuntamientos podrían abstenerse de implementar la Proposición 19, o gravar el comercio con impuestos e implantar licencias. Como sucede con el alcohol, la permisividad variaría según las sensibilidades locales.
La medida goza de una gran popularidad y tiene posibilidades reales de aprobarse. Las encuestas muestran repetidamente un apoyo cercano al 50%. La última de ellas, del Public Policy Institute of California, arrojaba un respaldo del 52%. El estamento político y mediático son la principal oposición a la propuesta, pero sus partidarios se están movilizando más: desde la campaña Yes on 19 de Richard Lee, que ya se ha gastado unos 2 millones de dólares, a la Drug Policy Alliance financiada por George Soros, que acaba de aportar 1 millón de dólares más a la causa, pasando por la National Organization for the Reform of Marijuana Laws o el grupo Just Say Now, que promueve iniciativas similares en otros estados.
Curiosamente la mayoría de quienes votarán a favor de la Proposición 19 también votará demócrata en las elecciones legislativas, pero la idea de que los demócratas están a favor de reformar el statu quo legal de las drogas es pura fantasía. Éste no es un debate que enfrenta a los dos grandes partidos, todo el establishment político está en contra de la legalización. De hecho, los dos políticos que más fervientemente han defendido la liberalización son republicanos: el congresista por Texas Ron Paul y el gobernador de Nuevo México Gary Johnson.
¿Por qué los californianos deben votar SÍ a la Proposición 19? Los liberales suelen conceder a los prohibicionistas la premisa de que el consumo de drogas es nocivo. Así, el argumento se plantea a la defensiva: drogarse es perjudicial, pero la persona es dueña de su propio cuerpo y tiene derecho a hacer con él lo que quiera. O desde un punto de vista consecuencialista: la guerra contra las drogas y su corolario, el mercado negro, causa más daño del que evita, disparando los índices de criminalidad y despilfarrando recursos. Ambos enfoques son aceptables, pero yo no concedo tanto.
Mi concepción del mundo de las drogas ha cambiado con los años. Antes creía que la mayoría de consumidores eran adictos, mi imagen del usuario prototípico era la de un "yonqui" y daba por sentado que las drogas conducían inexorablemente a la marginación social y a la tragedia familiar. Era el mensaje que transmitían las películas, la escuela, los padres y el Estado.
Aunque sigo sin consumirlas, hoy ya no tengo esa visión tan sombría de las drogas. En parte porque he conocido a gente normal, con una vida normal, que consumía esporádicamente drogas duras o blandas. Pero sobre todo por la marabunta de datos recogidos en el libro Saying Yes: In Defense of Drug Use, de Jacob Sullum, un veterano columnista de Reason que siempre había admirado por su moderación y rigor en sus planteamientos radicales.
En relación con la marihuana, por ejemplo, es falso que la droga enganche hasta el punto que el usuario medio deviene adicto. Según datos de la National Comorbidity Survey de 1994, solo un 9% de los consumidores de marihuana entra dentro de la categoría de "dependientes" de la American Psychiatric Association. El porcentaje equivalente para los consumidores de alcohol es del 15%. Estos datos ilustran que la mayoría de consumidores de marihuana se fuman un porro como aquel que consume un cóctel antes de cenar.
La evidencia de que la marihuana perjudica la salud es tan débil que un editorial de The Lancet, la prestigiosa revista médica británica, afirmó en 1995 que "el consumo de cannabis, incluso a largo plazo, no es nocivo para la salud". Esta conclusión quizás es demasiado rotunda, pero lo cierto es que no se registran muertes por marihuana, a diferencia de lo que ocurre con el tabaco (435.000 anuales en Estados Unidos) y el alcohol (85.000). Tampoco está establecido, como señaló el Comité Especial del Senado canadiense sobre drogas ilegales en 2002, que el consumo intensivo de marihuana tenga efectos perjudiciales sobre las funciones cognitivas.
La votación en California, además, puede tener repercusiones políticas en México, el país vecino, donde varios ex presidentes (Ernesto Zedillo y Vicente Fox) se han declarado favorables a la legalización de las drogas para reducir los estragos del narcotráfico. El actual presidente de México, Felipe Calderón, se ha mostrado dispuesto a debatir la cuestión. Se estima que más de la mitad de los ingresos de los cárteles mexicanos proviene de la marihuana. Gracias a la prohibición, 1 kilo de marihuana que vale 80 dólares en México se vende por 2.000 dólares en Estados Unidos.
Si la Propuesta 19 sale adelante el Gobierno mexicano podría unirse a California contra Washington, o presionar a Washington para que revise su política. En Estados Unidos han pasado 14 años desde la Proposición 215 que legalizaba la marihuana médica en California. Hoy ya es legal en 15 estados. La Proposición 19 tiene el potencial de impulsar la misma tendencia.