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Una denuncia constante de la mentira

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Es sólo una de las muchas frases perfectas que jalonan su obra, porque a la grandeza de su pensamiento hay que sumar la habilidad de un escritor excelente. "El club con más socios del mundo es el de los enemigos de los genocidios pasados. Sólo tiene el mismo número de miembros el club de los amigos de los genocidios en curso." (La gran mascarada, 2000). "La certeza de ser de izquierdas descansa en un criterio muy simple, al alcance de cualquier retrasado mental: ser, en todas las circunstancias, de oficio, pase lo que pase y se trate de lo que se trate, antiamericano", "La globalización es el chivo expiatorio de los inútiles". (La obsesión antiamericana 2002). "La tentación totalitaria, bajo la máscara del demonio del Bien, es una constante del espíritu humano." (La tentación totalitaria, 1976).

La ajetreada vida de Revel

Hace una década, Jean François Revel se sentó a escribir su autobiografía, la memoria de una larga y ajetreada vida dedicada casi por entero al oficio de pensar. El título no podía ser más afortunado: El ladrón en la casa vacía (1997). Revel nació un 19 de enero, entre las dos guerras mundiales, en la ciudad de Marsella. Su familia, sin embargo, no era marsellesa sino proveniente del Franco Condado, un trocito de Francia de ida y vuelta que hasta tuvo, en el remoto pasado, su periodo español. Recibió sus primeras letras en casa, como siempre sucede, aunque las biografías oficiales insisten en que fue en la Escuela Libre de la Provenza donde aprendió a leer y a escribir, facultades que, con la de razonar, le permitieron ganarse la vida.

En 1940, cuando sólo tenía 16 años, los alemanes invadieron Francia. Fue resistente con convicción pero sin heroísmos de cartón piedra. Tras la victoria aliada decidió que lo suyo era la carrera universitaria. Su amor por la vida se lo impidió. Dejó embarazada a una joven periodista, a causa de Sartre según contó después, y los sueños de juventud se evaporaron. Empezó entonces su peregrinaje por México, por Argelia o por España, porque Revel viajó todo lo que se le debe exigir a un filósofo y un poco más. Francia perdió un profesor universitario, el mundo, a cambio, ganó un gran pensador, un gran humanista y quizá el último francés cosmopolita.

Revel lo abarcó todo, desde la economía hasta la política pasando por la historia, la filosofía, el periodismo y el arte, sin descuidar, naturalmente, oficios más mundanos como la gastronomía o el buen gusto por las mujeres. A diferencia de sus contemporáneos, conservados en la naftalina universitaria, fue el filósofo integral.

Ideológicamente, viajó también; del socialismo ambiente bastante común entre los jóvenes de los años 40 al liberalismo clásico que muchos entonces consideraban trasnochado. En esto coincidió con el austriaco Ludwig von Mises, la otra gran cabeza de la posguerra, tan incomprendido como Revel, o más. Revel, que fue siempre un optimista sin remedio, haciendo oídos sordos a los que le acusaban de nostálgico reclamaba una "revolución liberal" que liberase a Europa de los regímenes socialburocráticos que la paz trajo consigo.

Su enemigo privado y al que combatió con más ahínco fue el socialismo real, el que tenía a media Europa esclavizada. Él mismo había sido militante del partido, sólo tres días, al cabo de los cuales, rompió en público su carné. Predicó durante años en el desierto y, ya en la etapa terminal de su vida, pudo ver como el sangriento espectro del comunismo moría en las cancillerías pero no en las conciencias.

Revel, maestro de liberales españoles

La generación de liberales que hemos terminado formando el Instituto Juan de Mariana tenemos con casi el único francés liberal de renombre que quedaba entre nosotros una deuda impagable. La última vez que muchos pudimos escucharle fue en su homenaje auspiciado por FAES en un gran hotel próximo al Madrid de los negocios. El viejo león marsellés imprimió un tono de sagacidad e ironía en sus palabras, aunque ya se advertía que era un hombre gastado, una sombra del que, pocos años antes, contestaba las preguntas de Federico Jiménez Losantos en "La Linterna". Al día siguiente, el presidente Aznar le concedía la máxima condecoración civil en España. Poco tiempo después llegó el atentado, la derrota y todo lo demás. Era el epílogo español a su obra y también el fin impensado de una manera de hacer política en este país.

No fuimos pocos los que iniciamos nuestro camino por los senderos del liberalismo gracias a alguna de sus obras. Daniel Rodríguez Herrera recuerda, precisamente, cómo aquella entrevista radiofónica del año 2000 –reflejada luego por Revel en Diario de fin de siglo (2001)– lo llevó a leer La gran mascarada, el primer ensayo liberal que pasó por sus manos y, casi, el primer texto político que leyó, aparte de columnas periodísticas. "Por primera vez veía negro sobre blanco un montón de cosas que circulaban por mi cabeza pero a las que no acababa de dar forma concreta. A partir de ese momento me puse a leer a otros grandes, que me confirmaron en algunas de mis ideas y me hicieron cambiar otras. Pero ya no volví a tener unas ideas sustentadas en la nada o en la mera intuición", explica.

Gabriel Calzada, presidente del Instituto Juan de Mariana, recuerda que "la lectura de El conocimiento inútil –recomendada por Ramón Cotarelo– tuvo una gran influencia sobre mi forma de entender la manera en la que las ideas se extienden por la sociedad". Si hasta entonces pensaba que la "estrategia de propaganda deshonesta" era propia de los grupos de izquierdas canarios a los que había pertenecido, Revel le mostró que "el uso sistemático de la mentira como elemento de intoxicación informativa es la herramienta clave de todo el movimiento socialista". Fue el primer libro liberal "serio" que leyó, y le "dirigió hacia los teóricos del liberalismo económico", afirma el ahora doctor en Economía y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos.

Fernando Díaz Villanueva relata su lectura casual, a los 19 años, también de El conocimiento inútil. "Educado en el socialismo moderado, intervencionista y bienpensante tan en boga en la España de primeros de los 90, fue como administrar un purgante en mi conciencia de universitario", relata. Después de leer al genio francés, no pudo sino preguntarse "por qué se habían empeñado durante tantos años en complicar lo que siempre había sido sencillo". "A Revel le debo gran parte de lo que, intelectualmente hablando, he llegado a ser", concluye; una frase que suscribimos muchos.

Contra la mentira

La constante en la obra de Revel es la denuncia del totalitarismo, y del uso de la mentira y la propaganda a favor de las ideas de la izquierda. Es una severa advertencia a la ingenuidad que aún muchos liberales padecen, la de creer que la mera exposición de la verdad es suficiente para desterrar automáticamente los errores y las falsas doctrinas. La de pensar que los enemigos del liberalismo usan su capacidad racional para buscar la verdad con honestidad, cuando ésta es empleada generalmente en el diseño de formas de ocultar o dulcificar la realidad tanto de la teoría como, sobre todo, de la práctica del socialismo.

Revel desvela que el ataque de los enemigos de la libertad se ha dirigido, de forma deliberada, a corromper y demoler los fundamentos que sostienen nuestra sociedad con el objetivo de sustituirla por otra, aquella diseñada y dirigida por la izquierda. Y es que, para destruir una sociedad que depende de mantener ciertas normas éticas, del uso de la razón y de la información veraz es preciso corromper la ética, negar la capacidad de la razón y, sobre todo, contaminar las fuentes de formación e información de los ciudadanos: la educación y los medios de comunicación, objetivos de la izquierda desde Gramsci y que, una vez colonizados, permanecen como quinta columna de las sociedades libres pese a la caída del muro.

Esta es, tal y como nos muestra Revel, la estrategia que han empleado siempre los enemigos de la libertad y de la civilización occidental. Y tal ha sido su éxito que han conseguido sobrevivir a sus propios fracasos en el banco de pruebas de la Historia e, incluso, al derrumbe completo de su utopía de cabecera. Porque han conseguido que la mentira sustituya a la verdad, transformándola en la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo.

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