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La reforma fiscal de Trump pone en evidencia el asalto fiscal europeo

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La protección de los sectores rentistas no crea una Europa líder en tecnología, en valor añadido y en empleo.

“Well you showed me you can take you’ve got some giving to do”, George Michael.

Una empresa alemana media paga de impuesto de sociedades una cantidad aparentemente aceptable, hasta que le añade todos los impuestos locales, regionales, medioambientales y los que se van inventando cada día, y resulta que dicha empresa alemana media paga más del 31% de impuestos, en algunos casos llega a superar el 50%. Un estudio del Centre for European Economic Research (ZEW) alerta del riesgo de pérdida de inversiones en la Unión Europea al obcecarse Europa en mantener una fiscalidad no competitiva y casi confiscatoria.

El caso en España de la primera multinacional industrial del país es paradigmático. Mientras la reforma fiscal de Estados Unidos le va a suponer una mejora de su beneficio no recurrente de 1.200 millones de euros estimados, lo cual le permite invertir más y contratar más, en España esa misma empresa paga más en impuestos que en gastos de personal, y se encuentra con negocios en pérdidas por los impuestos previos al de Sociedades. No nos sorprendamos cuando veamos que esa empresa centra sus inversiones en EEUU en vez de España o la UE. No nos sorprendamos cuando la inversión productiva aumente en EEUU y en Europa nos demos palmadas en la espalda porque crezca en reciclaje de capital.

Mientras los intervencionistas siguen contando la falacia de que las grandes empresas no pagan impuestos, el asalto en centenares de gravámenes continúa. España se sitúa entre los países de Europa que más grava a las empresas: con un 49%, se halla casi nueve puntos porcentuales por encima del tipo efectivo medio, que se cifra en el 40,3% según el último estudio de PwC “Paying Taxes”. Las grandes empresas pagan entre el 19,2% de la base imponible y el 21% si se contabilizan los impuestos pagados en el extranjero, con los datos de la Agencia Tributaria.

Algunas estimaciones alertan de una salida de capital inversor de Europa hacia EEUU que podría superar los 500.000 millones de dólares, y un mínimo de 90.000 millones. El propio estudio de ZEW no sólo avisa de que Alemania será una de las grandes perdedoras ante la mejora de la fiscalidad en EEUU. El profesor Christoph Spengel explica que las políticas de represión fiscal de la UE no sólo no protegen contra la perdida de ingresos generada por la reforma fiscal norteamericana, sino que esa legislación puede reducir aún más la inversión en Europa al introducir el riesgo de doble imposición.

La errónea política fiscal de EEUU en los últimos años llevó a perder más de 4.700 empresas y 510.000 millones de dólares en cifra de negocio entre 2014 y 2016 solamente, según Ernst&Young.

Esos errores se han solventado con una reforma esencial, que pone la fiscalidad orientada al crecimiento y la inversión como pilares de la política económica. Europa no para de hablar de recuperar la industria, pero hace todo lo posible por destruirla subvencionando a los sectores obsoletos y penalizando a los de alto valor añadido con una  fiscalidad errónea. Lo malo es que no es por incompetencia. Es por diseño. La Unión Europea no valora ni ve con buenos ojos las grandes empresas privadas cuando no son “campeones nacionales”, es decir, empresas privadas en apariencia, pero totalmente dependientes del poder político. ¿Por qué? Porque es mucho más cómodo tener sectores dependientes, rentistas, que rindan pleitesía y gasten ingentes cantidades de dinero en lo que los políticos les digan con el balance de los accionistas -y que luego se usarán como chivos expiatorios cuando falle- que tener empresarios libres e innovadores que critiquen al poder.

Está más que demostrado que la protección de los sectores rentistas no crea una Europa líder en tecnología, en valor añadido y en empleo. Obcecarse en penalizar fiscalmente a los creadores de empleo y de valor añadido no sólo no va a evitar la fuga de inversiones, sigue dejando a Europa lejos del liderazgo global que merece.

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