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Los huevos de oro de Madrid

Publicado en El Español

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Decía Montano en su artículo del lunes que fue en la movida madrileña cuando se derrotó de verdad a Franco. Es cierto. Nos importaba un comino Franco y su caída. Vivíamos una democracia joven, con perspectivas de futuro, incierto, pero esperanzador, y la idea era caminar sin el lastre de las deudas históricas de la dictadura. Sin desmerecer tampoco a quienes habían propiciado el cambio, pero desde luego sin el sopor que producen los salvadores de la humanidad.

Eso no nos hacía más frívolos: también sufrimos el paro de los 80, nos preocupaba la corrupción política, opinamos en un sentido u otro sobre la unidad de España y todo lo demás. Pero mirando hacia delante. Y, como recuerda el artículo de Montano citando a Trapiello, en Madrid no hay extranjeros, no hay charnegos ni maquetos. Todos somos uno de los nuestros.

Sin embargo, los madrileños estamos siendo señalados como insolidarios y egoístas porque queremos tener impuestos decentes. No digo bajos, digo decentes, menos altos, más propicios para prosperar en la vida. Y nos vemos obligados a dar explicaciones y a recordar que aportamos al Fondo de Garantía de los Servicios Públicos Fundamentales casi el 70% de nuestros recursos.

El madrileño aporta casi 3.500 a la comunidad autónoma (en tributos cedidos) y recibe del Servicio de Financiación Autonómica aproximadamente 2.600 euros. Y sin rechistar. Nos parece genial. Pero, oiga, no me pongan trabas, déjenme crecer y prosperar. No me llene los bolsillos de piedras para que vayamos todos igual de lentos, solamente porque le cae mal Ayuso y le da rabia que, a pesar de ser tan torpe en algunas cosas, le salgan bien las cuentas.

Nos hemos comido todos los insultos del mundo a cuenta del “centralismo”, de la “capitalidad”, cuando no se deriva necesariamente de ninguno de esos hechos el tener una renta más alta que otras poblaciones. Lo que ganamos, por un lado, lo pagamos por otro. Pero, en términos de ingresos públicos, no hay ventajas.

Decía Marx que la libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella. Un peligroso neoliberal, Marx. En la misma obra, Crítica al programa de Gotha, afirma que hay que pedir a cada cual según su capacidad y distribuir a cada cual, según su necesidad, solamente cuando «con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva».

Mientras tanto, cada uno recibirá de acuerdo con la cantidad y calidad de su trabajo. La revolución proletaria va lenta y el derecho no puede ir por delante de la estructura económica y la cultura de la sociedad, según Marx.

Lo que me ha hecho acudir a Marx es el desconcierto que me produce el increíble hecho de que, aquellos que reclaman la centralización son independentistas. Pero no independentistas castellanoleoneses, o andaluces, o canarios. Se trata de Esquerra Republicana de Cataluña, que lleva tanto tiempo reclamando la gestión política y administrativa desvinculada del terrible y abusón Estado español, que «nos roba». Marx levanta la cabeza y se hace pepero.

Como economista, no puedo evitar plantearme la subida de los impuestos como un aumento del precio del Estado. Al parecer, pagamos impuestos para que el Estado cumpla con su misión. Si sube usted el precio, lo normal es que los consumidores reduzcamos la demanda de Estado.

Lo racional es que los votantes nos planteáramos «¿y no hay manera de obtener lo que me ofrece esta gente de forma más eficiente, es decir, que el rendimiento del euro que me cuestan sea mayor?».

Lo cierto es que este análisis no aplica porque, efectivamente, no existe esa posibilidad, se trata de un monopolio, al menos de cuestiones como la defensa o la justicia. Pero, tal vez, no debería ejercer el monopolio de absolutamente todos los bienes y servicios que necesitamos.

Sin embargo, lo que nos dicen nuestros gobernantes es: «La eficiencia de nuestro gasto es muy baja, gastamos muchísimo más de lo que ingresamos desde mucho antes de la pandemia, y los impuestos que nuestros hijos y nietos van a heredar de nuestra gestión, les va a suponer un lastre terrible, que va creciendo. Pero ¿para qué entretenernos en esas menudencias? Necesitamos más atribuciones, hacernos cargo de más cosas, ofrecer más servicios, proveer más bienes a los ciudadanos. La razón es que los gestores del Estado somos superiores moralmente. Si el sector privado se ocupa lo va a hacer a golpe de corrupción y de codicia. Nosotros, en cambio, tenemos las mejores intenciones y no nos corrompemos ni somos ambiciosos. ¿Qué puede importar la eficiencia económica?».

Si yo fuera millonaria podría pensar: «Seamos cool, dejemos que el bienintencionado gobierno haga todo, aunque sea mal, porque tengo alternativa, no en vano soy millonaria”. Pero no lo soy. Tengo que llegar a fin de mes. Y muchas personas están peor que yo, sin trabajo, apurando cada euro, dependiendo de cómo lo hace el sector público.

Es vergonzoso que se manipule el mensaje y se pinte a la Comunidad de Madrid como egoísta por defender la inviolabilidad del bolsillo de los madrileños, de todos, pero especialmente de los menos afortunados. En los últimos 10 años, Madrid ha rebajado el IRPF un 25% a las rentas más bajas. ¿Y los ricos? A ellos un 2,3%.

Hay que subir los impuestos, como decía Marx, para asegurar la superioridad del Estado (español o catalán) por encima de la sociedad. No tiene nada que ver con el bienestar de los ciudadanos (españoles o catalanes). Y para ello, nuestros gobernantes se han desnudado de cualquier escrúpulo moral y han emprendido una atroz campaña contra todo el que genere riqueza. Y si hay que matar a la gallina de los huevos de oro, se mata.

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