El expresidente norteamericano, Donald J. Trump, no ha dejado de ser noticia desde mediados de 2015, cuando anunció por primera vez sus aspiraciones a la Casa Blanca. Desde ese momento, el magnate se ha dedicado, tanto en períodos electorales como en sus años al frente del Ejecutivo, a imponer una retórica y un estilo de liderazgo totalmente distintos a los vividos en Estados Unidos durante las últimas décadas. Fruto de un estilo estridente y polarizador, la sociedad norteamericana se ha dividido en dos campos sociopolíticos aparentemente irreconciliables. Adicionalmente, ha surgido una interrogante que cautiva a aficionados y expertos de la política por igual: ¿quién es Trump?, ¿cuál es su ideología?, ¿cómo se puede encajar a este líder dentro de los marcos políticos en la actualidad?
2016
Para dar respuesta a estas interrogantes, conviene superar los postulados tradicionales que señalan al político como “populista”, “racista”, o “defensor del pueblo”. En una democracia como la norteamericana, hay algo mucho más profundo e importante que una etiqueta superficial; y es: ¿es Trump un liberal?, ¿respeta la democracia? Aunque a muchos estas cuestiones les puedan suponer un bostezo y mucho aburrimiento antes que curiosidad, resulta imperioso ahondar en las mismas si se considera al Estado de derecho y la democracia liberal como el mejor (o menos malo) de los sistemas políticos, y por ende, algo que vale la pena preservar. Es precisamente el respeto a los resultados electorales y el sometimiento a las leyes e instituciones lo que se podría denominar como liberal en términos institucionales más que ideológicos; es decir, alguien que sigue las reglas del juego democrático.
Alejados de todo el ruido mediático propio de una campaña electoral y un estilo como el del personaje en cuestión, conviene sacar a relucir algo que no está tan de moda hoy en día: los hechos. Para responder si Trump es un liberal, con “L” mayúscula, habría que remontarse a octubre de 2016, cuando en el último debate entre la candidata demócrata, Hillary Clinton, y Donald Trump, él mismo declaró que no sabía si reconocería los resultados electorales, “os mantendré en suspenso”[1] fueron sus palabras. Claro está, a posteriori, que no le requirió muchos esfuerzos al candidato reconocerse como el vencedor.
2020
Un caso distinto fue en 2020, cuando tras una pandemia y una administración turbulenta, el entonces presidente se veía contra las cuerdas al situarse detrás del aspirante demócrata Joe Biden. Fue entonces cuando declaraciones que aludían a un posible fraude en el voto por correo, muertos que votaban y otro tipo de conspiraciones comenzaron a salir a la luz. En pocas palabras, “si no gano, es un fraude”.
Y así fue. El presidente no ganó y acusó de fraude a las autoridades electorales, muchas de ellas, afines a su propio partido. Donald Trump no bajó la tónica, aún cuando el colegio electoral certificó la victoria del binomio Biden/Harris, lo cual le llevó a congregar a sus seguidores en Washington el 6 de enero de 2021, bajo el lema “detengamos el robo”. Cabe desatacar que no hubo ni una sola prueba de fraude, el equipo legal del presidente perdió todos los casos en las cortes y la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos rehusó siquiera analizar el caso, puesto que no existía el más mínimo indicio de una posible alteración a los comicios[2]. Aún así, la mencionada marcha tomó lugar y el desenlace posterior de un ataque al Capitolio ocurrió como consecuencia.
¿Es un demócrata?
¿Es entonces un hombre así, un demócrata convencido? La respuesta resulta evidente, no. Y esto, so riesgo de reiteración cacofónica es una obviedad y un peligro. Lo que pasa es que no por obvio debe dejar de mencionarse. Un hombre que no acepta la voluntad de las urnas y que está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de mantenerse en el poder, es un antiliberal y sobre todo una amenaza latente para la institucionalidad del país más poderoso del mundo.
Lo anterior se sustenta en el hecho de que cuando no se respetan las leyes ni los procesos electorales, se genera una inseguridad jurídica significativa, pues todo el poder pasa a manos de una sola persona (si se le deja salirse con la suya, claro está). Ello es el camino al caos y a la pérdida paulatina de libertades tanto individuales como colectivas, pues se supedita la ley al antojo de una sola persona, lo cual es la definición del totalitarismo. Si no sigues la voluntad del líder, ¿quién te va a defender?
Ir a los orígenes
Ante este señalamiento, muchos defienden al expresidente diciendo que es “anti-woke”, “no provoca guerras”, “es provida”, etc. Todo ello puede ser cierto, sea bueno o malo, pero no debe prevalecer frente a los cimientos de una sociedad democrática que, con todos los fallos y penurias, ha resultado el sistema que otorga más prosperidad y seguridad a los individuos y sus proyectos vitales. Esta es la disyuntiva con la que se inaugura el ciclo electoral de 2024, es tan sencillo como si se quiere jugar ruleta rusa con la democracia más poderosa del mundo o no. Ello no quiere decir que la alternativa, el presidente Biden, sea perfecta o ideal (eso queda a gusto del elector), pero sí pone sobre la mesa algo muy relevante: de las malas políticas se puede salir, del caos antidemocrático, es mucho más difícil, como lo señaló la excongresista Liz Cheney[3].
En 2024, convendría entonces retornar a los orígenes del sistema liberal, a la libre elección y el mantenimiento de la misma. Una vez más, le toca a cualquier liberal convencido, ignorar los tentadores cantos retóricos de sirena y poner por encima la igualdad ante la ley y por ende la defensa del orden democrático. En unos meses se sabrá lo que respondió la sociedad norteamericana ante este reto, pero las consecuencias y elecciones ya son conocidas, o se elige la libertad o el caos.
[1] PBS: ‘I’ll Keep You in Suspense:’ Trump Refuses to Say He Will Accept Election Results‘.
[2] Associated Pres: Supreme Court rejects Trump election challenge cases.
[3] The Hill: Biden may get some help from Republicans against Trump.
Ver también
El genio político de Trump. (José Carlos Rodríguez).
Donald Trump, profeta de un mundo mejor. (José Augusto Domínguez).
Trump y sus enemigos republicanos. (Carlos Alberto Montaner).
La apresurada educación de Donald Trump. (Carlos Alberto Montaner).
Donald Trump todavía no es el gran hermano. (Antonio José Chinchetru).
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