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Propiedad privada individual y colectiva: un apunte a Elinor Ostrom

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Elinor Ostrom es una economista galardonada con el premio Nobel, cuya investigación se centró fundamentalmente en la gestión de los recursos comunes, como pueden ser bosques, pesquerías o el agua en sistemas de regadío. Sus estudios sobre cómo se organizaban dichos recursos le permitieron acumular una valiosa experiencia en el análisis de las instituciones (entiéndase, reglas que afectan a las acciones de los individuos) que posteriormente concretaría en una metodología para su análisis. Dicha metodología la podrá encontrar el lector interesado en su obra Understanding Institutional Diversity, que recomiendo encarecidamente.

Uno de los aspectos que más chocarán al economista, y no solo al austriaco, de la posición de Ostrom es su escepticismo y crítica a la privatización como forma de resolver el problema de la gestión de recursos comunes. Por ejemplo, cuando dice:

Algunos analistas tienden a recomendar la propiedad privada para resolver todos y cada uno de los problemas relacionados con el uso excesivo de un recurso. Si bien la propiedad privada funciona eficazmente en algunos entornos, es ingenuo suponer que funcionará bien en todos.[1]

Elinor Ostrom. Comprender la diversidad institucional.

Ningún economista discutirá que la propiedad privada es necesaria para el correcto funcionamiento de los mercados y que estos generen todo el valor que la teoría sostiene que producirán. De ahí la preocupación de grandes economistas como Ronald Coase, por la correcta definición de la misma, algo que no es fácil ni pacífico, y a lo que Ostrom también se refiere. De hecho, los derechos de propiedad no dejan de ser un tipo de las instituciones que podríamos someter al método que ella propone.

El «egoísta racional», y sus limitaciones

En primera aproximación, si no se definen derechos de propiedad para los recursos comunes, la teoría económica, que asume al individuo como egoísta racional, anticipa que dichos recursos se agotarán. Esto es así porque cualquiera de los propietarios comunes anticipa que si no se hace él con los recursos, lo hará otro de los copropietarios, y por la misma razón nadie tiene interés en su cuidado. Esto es lo que se llama la tragedia de los comunes.

Ostrom dedica un capítulo entero de la obra citada[2] a explicar por qué en muchas situaciones es erróneo usar el modelo del “egoísta racional” para el comportamiento del individuo. Esto es indiscutible, y coherente con la perspectiva del economista austriaco, que se puede refugiar en el beneficio psíquico para introducir en su modelo consideraciones más allá de las puramente económicas.

Pero, a mi entender, el problema que aborda Ostrom no precisa de modelados más realistas del individuo, si no que basta con una reflexión más profunda sobre el concepto de propiedad privada, y la distinción entre propiedad privada individual y propiedad privada colectiva.

Desde la perspectiva del economista, la propiedad privada es una especie de “caja negra” en que se hace abstracción del propietario. No nos importa cómo el propietario decide qué hacer con su propiedad, sino lo que hace, con la sencilla asunción de que hará lo que le convenga.

Introducirse en esa caja negra queda en manos de los psicólogos cuando el propietario es un solo individuo, y poco más podemos decir desde un punto de vista de análisis económico o social.

Varios propietarios

Pero la cosa cambia cuando son varios los propietarios. El caso más sencillo, al menos desde el punto de vista numérico, es la propiedad privada de las parejas, sean matrimonios, de hecho, hetero u homosexuales. ¿Qué significa que una pareja maximizará el valor de sus bienes conyugales? El economista no se preocupa de cómo se toman las decisiones sobre la propiedad conyugal, pero es obvio que no es un tema baladí y que da lugar a numerosas discusiones. Cada uno de los dos co-propietarios puede tener, y de hecho tienen visiones distintas sobre qué hacer con la propiedad. Se precisa algún tipo de norma o regla, institución siguiendo la nomenclatura de Ostrom, que permita resolver estas diferencias, y habrá que preguntarse si dicha regla da resultados óptimos para el uso del recurso visto en la perspectiva económica más amplia.

Si escalamos un poco el problema, tenemos las comunidades de vecinos. Al ser una comunidad más compleja, las reglas suelen estar explícitas, sea en los estatutos que se hayan dado los propios co-propietarios, o en normas de carácter legal y positivo. Una vez más, el economista asumiría que la comunidad de vecinos hará un uso óptimo del recurso sin pararse a pensar cómo se consigue tal resultado en su dinámica social.

Y en la cúspide de la complejidad tendríamos las empresas con forma de sociedad anónima, en que miles o millones de propietarios comparten la propiedad de unos recursos. Las formas de gestión que se observan en estas organizaciones son extremadamente complejas, soportándose en numerosos mecanismos que básicamente tratan de evitar problemas de agencia.

Propiedad y tecnología

Como vemos, la propiedad privada en común es algo muy, valga la redundancia, común. La situación que trata de resolver Ostrom con sus instituciones para bienes comunales no es tanto la privatización de dichos bienes comunales, como de las reglas que sigue la comunidad para maximizar su valor. En otras palabras, la privatización que rechaza Ostrom no es la privatización del bien común, esto es, reconocer que el bien es propiedad de un colectivo (frente a ser un bien público o del Estado), sino la división del bien colectivo en propiedades individuales como solución para los conflictos entre los copropietarios.

Es bastante posible que la propiedad privada individual resulte en un funcionamiento más eficiente de los mercados y facilite así la creación de riqueza, ya que elimina la complejidad de las decisiones que requiere la propiedad colectiva (aunque eso no las hará menos propensas al error). De ser así, sí tendría sentido demandar la división de los bienes comunes en individuales, algo que en algunos casos se puede o se podría resolver con la tecnología.

En estos casos, habrá que plantearse si el coste de implantar la tecnología que permita tal individualización será o no superior a los beneficios que se obtendrían de la misma. Me explico con un ejemplo: posiblemente sería posible parcelar el bosque y dividir así su propiedad entre los miembros del colectivo. Pero, ¿sería viable así su explotación, o superarían los costes de tal parcelado a los beneficios de la supuesta mejora en la gestión? Otro ejemplo: ¿tiene sentido dividir la propiedad de las zonas comunes en los edificios multi-vivienda?

El origen de las reglas cuando la propiedad es común

Por tanto, mi interpretación es que Ostrom prefiere que los bienes sean privados que públicos, en línea con cualquier economista, pero considera que hay una categoría de bienes, los comunales, en que la propiedad privada tiene que ser colectiva y no individual. En estos casos, cobran importancia fundamental las reglas con las que se gestiona el bien común.

Aceptado esto, es lógico que Ostrom defienda que dichas reglas sean definidas por la comunidad de propietarios en lugar de por organismos externos como pueda ser el Estado o un analista bien intencionado, que no conocen las especificidades del recurso. Esto es exactamente lo mismo que se predica en relación con la propiedad privada individual y la interferencia de los Estados, por supuesto.

En suma, el problema que detecta Ostrom para la gestión de los comunes es exactamente el mismo que detecta un economista en relación con el respeto a los derechos de propiedad. Su queja no es tanto que el Estado defina derechos de propiedad para los bienes comunes, como que interfiera en las reglas que los co-propietarios se dan para la gestión del bien. Algo que, en realidad, quedaría solucionado si ese bien común se privatizara a favor de la comunidad que lo ha gestionado y utilizado históricamente. Aunque, pensándolo bien, si hay que privatizarlo es solo porque en algún momento o de alguna manera el Estado usurpó dicha propiedad. Nada nuevo bajo el sol, por tanto.

Notas

[1]Some policy analysts tend to recommend private property as a way of solving any and all problems involving overuse of a resource. While private property works effectively in some environments, it is naive to presume it will work well in all” (“Understanding Institutional Diversity”, pág. 29, traducción propia). Hay edición en español del libro de Ostrom, editada por KRK Ediciones.

[2] El capítulo 4: “Animating institutional analysis”.

Ver también

Capital social, acción colectiva, e intervención estatal. (Ángel Martín Oro).

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