En los estados democráticos actuales, la competencia entre los partidos políticos por ganarse el favor de los votantes ha desembocado en una oferta creciente de servicios públicos gratuitos. Es verdaderamente lamentable que una mayoría de votantes, bien por interés personal en las dádivas, bien por falta de perspicacia o bien por ingenuidad, se muestren favorables o anuentes ante estas ofertas. Mediante un sencillo análisis praxeológico podemos identificar sus efectos nocivos y también, cualitativamente, quienes —individuos o grupos— salen beneficiados y perjudicados con las medidas.
Nada es gratis
A excepción del aire que respiramos, nada de lo que consumimos es gratis.[1] Todos los servicios públicos —sanidad, educación, seguridad, defensa, justicia, alumbrado, mantenimiento de carreteras, recogida de residuos, limpieza viaria, etc.— son bienes económicos (escasos) que deben ser producidos y sufragados por alguien. La desconexión existente entre el consumo y el pago de los bienes públicos crea inevitablemente dos grupos económicos: ganadores y perdedores. Unos, reciben más de lo que pagan y otros, al revés. Bajo este sistema asistencialista, consistente en el reparto del botín fiscal, el empobrecimiento material y moral de la sociedad es inevitable.
Demanda ilimitada de las cosas «gratis»
Un efecto perverso de los bienes gratis es su ilimitada demanda. En el caso del transporte, los vehículos van saturados de viajeros e inevitablemente aparecen colas y listas de espera. Otro ejemplo: en el caso de los medicamentos, se consumen y acopian en exceso, se dejan caducar, se reenvían a familiares residentes en otros países o incluso se venden en el mercado negro.
Servicios «gratis» de ocio, bienestar y salud
Este es otro ámbito donde la oferta de servicios gratis se ha disparado en los últimos años. En julio de 2013, siete municipios[2] españoles pusieron en marcha el proyecto “Fifty-Fifty“, de 15 meses de duración, cuyo objeto era fomentar hábitos de vida saludables en los adultos para combatir la obesidad y el sedentarismo. Con este tipo de proyectos, los ciudadanos que se cuidan por sí mismos y sufragan los costes con su peculio, tienen también que costear —mediante sus impuestos— la burocracia y los monitores municipales que imparten clases «gratis».
Esta injusta transferencia está presente en todos los programas asistenciales por bondadosos y útiles que aparenten ser. A medida que lo público (subsidiado o gratis) aumenta, lo privado se restringe debido al efecto expulsión. Los negocios marginales no pueden soportar la competencia estatal y quiebran; sus empleados serán eventualmente contratados por el mismo ente público que los mandó al paro. Esta sustitución paulatina del mercado por el Estado no es otra cosa que un «Camino de servidumbre», tal y como se titula el famoso libro de F. A. Hayek (1944).
Transporte «gratis»
Otra figura destacada de lo «gratis» es el transporte colectivo. Todos los gobiernos —central, autonómicos y locales—, utilizando sus empresas públicas, vienen ofreciendo gratis sus medios —trenes, tranvías, metros, autobuses— a diferentes colectivos —desempleados, jubilados, estudiantes— y en determinados tiempos. Sería muy prolijo enumerar todos los casos por lo que solo expondremos uno muy curioso, bautizado el «Camello taxi». El ayuntamiento de Los Realejos (Tenerife), esta pasada Navidad, ha vuelto a ofrecer (9ª edición) un servicio gratis de taxi compartido para promover las compras en el comercio local. Los taxistas del municipio harán su particular agosto en Navidad porque el ayuntamiento pagará sus servicios «gratis».
¿Quiénes ganan?: a) Los taxistas, que incrementan la facturación porque la demanda de bienes «gratis» es ilimitada. b) Los comerciantes locales, que tienen una mayor afluencia de clientes y, eventualmente, aumentan sus ventas. c) Los pasajeros agraciados, que viajan gratis. d) El equipo de gobierno municipal, que gana votos de los tres grupos anteriores y de otros votantes que aplauden la medida. ¿Quiénes pierden? a) Los usuarios del taxi que se dirigen a otros destinos, que ven restringida la oferta. b) Los comerciantes ubicados en otras zonas, que eventualmente ven reducidas las visitas y la facturación. c) La inmensa mayoría de vecinos, que pagan la fiesta con sus impuestos, sin recibir nada a cambio.
[1] El aire no es un bien económico porque no es escaso.
[2] Barcelona, Cambrils (Tarragona), Guadix (granada), Manresa (Barcelona), Molina de Segura (murcia), San Fernando de Henares (Madrid) y Villanueva de la Cañada (Madrid).