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Controlando la inteligencia artificial

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Existe un fuerte movimiento en Estados Unidos que pretende el control de la inteligencia artificial para garantizar los derechos civiles y las libertades de las personas que puedan verse afectadas por las decisiones de las aplicaciones informáticas. Y es que, según afirman los promotores de estas iniciativas, las tecnologías del futuro, cada vez más potentes, deben respetar los valores democráticos. Todo el mundo tiene derecho a ser tratado de manera justa y “sólo tendremos tecnologías que trabajen para todos si todos estamos incluidos”, vienen a decir, en su brillante estilo habitual: La ciudad de Nueva York, por ejemplo, está tramitando una ley que pretende la imposición de auditorías previas para evitar la utilización de dichas aplicaciones en el campo del empleo (en contratación o promoción interna), si los resultados que arrojan los programas revelan ciertos sesgos. Al final, lo que se pretende es que sea la ideología dominante, en políticos y burócratas, quien determine la forma de actuar, el cómo y el con quién, incluso de las máquinas; aunque ello vaya en contra de una mayor eficiencia y eficacia. La libertad individual se desvanece en cualquier caso.

Pero también se confunden, creo yo, quienes creen que las máquinas, por sí solas, serán capaces de resolver todas nuestras dificultades, ya que el problema económico, por mucho que algunos se empeñen, no queda reducido a un problema técnico de mera asignación, maximización u optimización de recursos, con unas restricciones invariables, que se suponen también conocidas. La acción humana -entendida como conducta consciente, o voluntad movilizada que pretende alcanzar fines y objetivos concretos- es siempre el intento deliberado de pasar de una situación menos satisfactoria a otra que lo es más, tratando de adecuar –faliblemente- medios escasos a una escala valorativa siempre cambiante, en un proceso dinámico en el que el futuro es siempre incierto y abierto a todas las posibilidades creativas del hombre, lo que demuestra la estrechez del concepto de Ciencia Económica generalmente en boga.

Para entender, por tanto, la naturaleza de la función empresarial es imprescindible tener presente el papel esencial que juega la información o conocimiento que posee el actor; una información que le sirve, en primer lugar, para percibir o darse cuenta de nuevos fines y medios, y que, por otra parte, modifica los esquemas mentales o de conocimiento que posee el propio sujeto. De esta forma, si, como señala Hayek, el problema económico de la sociedad se concreta, principalmente, en la pronta adaptación a los cambios según las circunstancias particulares de tiempo y lugar -para poder alcanzar, cada vez, situaciones menos insatisfactoria para el individuo, de acuerdo con la evolución de sus fines y la distinta utilidad subjetiva que se les reconoce a los medios escasos disponibles-, las decisiones empresariales tendrán, en principio, más éxito si son ejecutadas por quienes están familiarizados con estas circunstancias, es decir, por quienes conocen de primera mano los cambios pertinentes y los recursos disponibles de inmediato para satisfacerlos: se hace imprescindible un conocimiento subjetivo y práctico, centrado en las circunstancias subjetivas particulares de tiempo y espacio, y que verse, como decíamos, tanto sobre los fines que pretende el actor y que él cree que persiguen el resto de actores, como sobre los medios que el actor cree tener a su alcance para lograr los citados fines.

Que sean los políticos y los burócratas quienes nos digan lo que hay que hacer, qué producir y por quién, es una aberración que lleva al desastre, como ha demostrado ya la historia. Pero dejarlo totalmente en manos de las máquinas no dejará de ser, también, un gran problema, porque la máquina, por muy lista que sea, no será capaz de saber los nuevos fines que el hombre trataría en el futuro de alcanzar, con lo que una sociedad regida por aquéllas, o será estática y sin evolución, o irá por unos derroteros que no tienen por qué ser los que realmente hubiese querido el hombre: serán ellas quienes decidan.

El riesgo, en ambos casos, como ya hemos comentado otras veces, es lo difícil que es el análisis contrafactual, máxime cuando no hay con qué comparar, es decir, tratar de imaginar cómo hubiesen sido las cosas si hubiese cambiado alguna circunstancia. Si el globo entero hubiese sido comunista en la década de los 70, al muro le hubiese costado más caer (¿con qué comparar la propia realidad? ¿de dónde la ilusión y la energía para cambiarla?). Si nos echásemos todos en manos de las máquinas, por desidia, por pereza, y por una falsa idea de eficiencia, pasaría lo mismo: tardaríamos mucho más, si es que lo conseguimos, en darnos cuenta del error. 

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