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El asimétrico tratamiento del dinero y los datos en la Unión Europea

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De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda hablar del valor de nuestros datos personales, y decir que son como el dinero, en el sentido de que constituyen nuestro pago por muchos servicios gratuitos que se nos prestan a través de Internet. El ejemplo paradigmático de ello es el buscador de Google. Incluso ha surgido un aforismo para describir esto: “si algo es gratis, es que el producto eres tú”.

Paralelismo entre los bancos y las Big Tech

Por ello, se podría establecer un paralelismo entre los bancos y las Big Tech (o simplemente las Tech). En efecto, de la misma forma que la gente deposita su dinero en los bancos para facilitar su uso y que se lo custodien, también “deposita” sus datos en dichas grandes empresas, a las que por tanto cabría exigirles algo similar a lo que hacen los bancos.

Se podría interpretar así una norma como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD). Mediante ella, se pretende garantizar que los depositarios de nuestros datos personales no hagan cosas con ellos a menos que tengan buenas razones y siempre con nuestro conocimiento y consentimiento. Todo ello parece perfectamente lógico, en un contexto en que se asume que la propiedad del dato personal es del individuo (lo que aceptaré a efectos dialécticos, aunque es bastante discutible), y, por tanto, es éste el que ha de decidir qué se puede hacer con ellos.

Haz con el dinero lo que quieras (no con los datos)

Visto así, lo llamativo es el gran contraste que existe con lo que se permite hacer a los bancos con nuestro dinero. En efecto, como bien conocen todos los amantes de la reserva fraccionaria, y también quienes la odian, los bancos pueden coger el dinero que se deposita en ellos y hacer con él básicamente lo que les dé la gana, sin informar para nada al dueño del dinero depositado. Lo único que se les exige es que, si el depositario reclama su dinero, se lo devuelvan.

Así pues, observamos un cuidado exquisito con los datos personales que depositamos en las páginas de Internet, y una negligencia lapidaria con el dinero que depositamos en las cuentas bancarias, hasta el punto de, como saben los conocedores de la teoría del ciclo, ser responsables de las crisis económicas que nos afectan periódicamente. Como a Amazon se le ocurra pasar nuestros datos a Apple sin nuestro consentimiento, le cae la del pulpo; si un banco usa nuestro dinero para invertir en un proyecto ruinoso, ni nos enteramos.

El valor subjetivo del dinero y de los datos

Sin embargo, si le preguntas a cualquier ciudadano normal qué le preocupa más, que sus datos personales estén bien custodiados o que lo esté su dinero, me atrevería a decir que la respuesta será clara (bueno, a lo mejor si la encuesta la hace Tezanos nos llevamos una sorpresa): a todos nos preocupa más, con diferencia, nuestro dinero.

Es más, todos sabemos qué hacer con el dinero, no se necesitan habilidades ni conocimientos especiales para sacarle valor. Justo lo contrario de lo que ocurre con los datos personales: ¿quién sabe cómo pagar con sus datos personales? Nadie. Ese valor que tienen los datos personales y que, supuestamente, les hace pasar por dinero, solo se lo pueden extraer precisamente aquellas empresas en las que los depositamos. Vamos, que si nos ponemos muy estupendos con lo que hacen con los datos personales, ellos no podrán obtener valor de algo de lo nosotros no podríamos o no sabríamos obtenerlo, y quizá tengan que dejar de ser gratuitos servicios que ahora lo son.

Una cuestión

En resumen, las características diferenciales entre dinero y datos personales harían pensar, sí, en la necesidad de  una protección regulatoria asimétrica entre los derechos asociados a ambos conceptos.  Pero mucho más exigente en el caso del dinero que para los datos personales, esto es, lo contrario de lo que tenemos en la UE.

¿Y por qué se protegen menos nuestros derechos respecto al dinero depositado en un banco, que aquellos en relación con los datos personales depositados en una empresa? Recuérdese: para el dinero, nuestro único derecho es que nos lo devuelvan; para los datos, además, tenemos derecho a saber para qué los usan, a impedirles que los usen, a que nos pregunten si los quieren usar…

Una respuesta

Una posible respuesta tiene que ver con lo dicho anteriormente: todo el mundo sabe cómo utilizar el dinero para conseguir cosas, muy pocos en cambio saben qué hacer con los datos personales. Y, claro, a los Estados les interesa más acceder al dinero de sus ciudadanos, que a sus datos personales (¿o quizá no?), lo que ha dado lugar históricamente a una especie de oligopolio colusorio entre Estados y banca para facilitar el acceso al dinero, sea por la vía de inflación o por la de deuda pública. En estas condiciones, la regulación de los bancos procura que nadie se haga mucho daño, buscando al mismo tiempo la apariencia de que se protege mucho al ciudadano.

Esta colusión no ocurre, en cambio y de momento en Europa[1], con las Big Techs, que además no son europeas. Así pues, a estas sí se les puede dar leña hasta la saciedad para que protejan una cosa que es relativamente poco interesante a sus “propietarios” quienes además no sabrían sacarle valor.

Y, de paso, ponerse la medallita con el ciudadano allá donde al ciudadano le importa menos, en lugar de dónde realmente debería hacerlo, de paso previniendo las graves crisis económicas a la que la permisividad con los bancos no aboca una y otra vez.

Ver también

El reglamento de protección de datos: enterrando recursos de los europeos en la economía improductiva (Fernando Herrera).

Contra las legislaciones de protección de datos (José Antonio Baonza Díaz).


[1] En China y otros países tal vez sea otro cantar.

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