Skip to content

El convoy de la libertad

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

“Si asustas a la gente lo suficiente, te demandarán que elimines las libertades. Éste es el camino a las tiranías” -Elon Musk

Las revoluciones y los cambios sociales se revelan muchas veces de modos imprevistos. El convoy de la libertad en Canadá no sólo ha hecho historia en el país americano por reunir más de 50.000 camiones a lo largo de más de 70 kilómetros, por ser aclamados y dados de comer por miles en su viaje a Ottawa, recibidos incluso por fuegos artificiales o acogidos por docenas de Iglesias y logrado bloquear la frontera con EEUU. Ha hecho historia en gran parte por ser una movilización de gente trabajadora, humilde, pero con arrojo y decisión que han dado de nuevo una lección a todos los que defienden sus filosofías de libertad de modo freudianamente ajeno por desgracia a la realidad en los últimos tiempos.

Un convoy del pueblo contra las élites dirigentes. Contra el relato oficial que, especialmente progresistas como el primer ministro Trudeau, machacan como verdad indiscutible. No en vano la prensa canadiense progresista ha intentado desacreditar a estos camioneros como fascistas. Ya puedes ser el trabajador más de clase obrera posible, si desafías los postulados de la élite progresista eres un fascista. Elon Musk, en apoyo a estos camioneros, lo expresó de modo semejante: ‘Todos los que no me agradan son Hitler’.

Un convoy de realidad frente al metaverso paralelo que han decidido propagar los grandes medios de comunicación y en el que no existen movilizaciones, rebeliones ni aun rechazo social al estado sempiterno de excepcionalidad desde 2020. Una censura que sin duda pasará a los anales del “periodismo”.

Canadá es claramente un ejemplo de lo intrusivas y extenuantes que han llegado a ser estas normativas supuestamente de excepcionalidad (supuestamente porque van peligrosamente camino muchas de ser norma). Quebec por ejemplo sufre desde el pasado diciembre un toque de queda desde las 10 de la noche. Ontario reimpuso cierres masivos y en casi todo el país es difícil poder incluso comer o beber en interiores.

Medidas con un más que dudoso balance beneficio-perjuicio aun sólo teniendo en cuenta que simplemente entre agosto y diciembre de 2020 las restricciones y el inevitable retraso en la atención médica causaron más de 4000 muertos directos en el país según un análisis del Colegio de Médicos de Canadá. Por ejemplo, según dicho análisis (ver gráfico inferior) una intervención de cadera tuvo durante los confinamientos canadienses un tiempo de espera adicional de más de 100 días. En muchos casos un retraso de semanas en una intervención es la diferencia entre la vida y la muerte.

Y es que un tema recurrente puesto crudamente de manifiesto durante este tiempo son las consecuencias no deseadas de una medida incluso con intenciones favorables, un asunto central de las enseñanzas del mejor economista francés del XIX, el liberal Frederic Bastiat.

Julie Ponesse era profesora de Ética de la Universidad Huron College de Ontario durante 20 años, se le prohibió dar clase e incluso acceder al campus por decidir no recibir una vacuna covid. Actualmente ocupa una posición en The Democracy Fund, una organización por los derechos civiles en Canadá como asesor de ética en pandemias. En su alocución a los presentes en Ottawa habló sobre la coacción, las amenazas y la división social que las autoridades de medio mundo han hecho parte inherente a sus políticas ‘de salud’: “Han despojado a los médicos de sus licencias, a la policía de sus placas y a los maestros de sus clases.

Nos han llamado marginados, sin educación, analfabetos científicos y moralmente repudiables. Han dicho que no hay que tener empatía hacia nosotros, que no merecemos atención médica, no merecemos una voz en la sociedad, ni siquiera merecemos un lugar en nuestra democracia.

Habéis sembrado las semillas de la desconfianza y avivado las llamas del odio”

  • Las cierres de escuelas

En la competición por la peor posible decisión de los burócratas, los cierres de escuelas ocupan un vergonzoso lugar. Un análisis del Britain’s Institute for Fiscal Studies concluyó que el cierre de escuelas en 2020 supuso un impacto de 50.000 euros de media en pérdida de ingresos en el futuro laboral de esos niños. En 2020 ya se observaron claramente no sólo las consecuencias psicológicas sino la merma en las capacidades intelectuales. Precisamente en Canadá hubo una correlación entre mayores restricciones y confinamientos y mayor maltrato a bebés. Entre las muchas falsas ideas con las que se ha infligido tantos perjuicios a los niños está la de que eran “super contagiadores”. Es terrible que desde 2020 había evidencias de que los niños no eran contagiadores eficientes.

En cualquiera de los casos, es moralmente demoledora la postura que se ha tomado hacia los niños, incluso en el caso de que fueran altamente contagiadores (es no obstante recurrente la evidencia de que no lo son: 1, 2, 3, 4) En vez de protegerlos, se les ha hecho sufrir nefastas y algunas irreversibles consecuencias para protegernos antes los adultos. ¿Qué clase de sociedad es ésta?

Los niños, con unas tasas de enfermedad covid grave más que ínfimas (deberían sobrar las referencias, pero volveré en otra ocasión sobre esto), han aumentado trágicamente su mortalidad sin ir más lejos por causas como el suicidio, en todos los países analizados, por culpa de los gobiernos y sus restricciones masivas. En 2021, el British Medical Journal publicó un claro editorial titulado “Cerrar las escuelas no se basa en la evidencia y perjudica a los niños”

Por su recientísima actualidad y relevancia, y a propósito de las restricciones en general, merece citarse un estudio de la John Hopkins University de 62 páginas sobre los confinamientos (la restricción “estrella”) titulado “Una revisión de la literatura y meta-análisis sobre los efectos de los confinamientos sobre la mortalidad covid”. El ABC se hizo eco del mismo y su conclusión se resumiría en la frase “los confinamientos han tenido entre muy pequeño o ningún efecto [favorable] sobre la salud pública”. Ahora sólo cabe sacar el interminable listado de daños sociales, económicos y sobre la salud que han tenido y tienen los confinamientos para hacer el balance.

Si bien merecen otros artículos (aunque bien podrían ocupar enciclopedias de datos), las evidencias sobre la futilidad de casi todas (¿o todas?, habrá que verlo) las restricciones y mandatos cobran actualidad este mes cuando en países nórdicos como Dinamarca (uno de otros ejemplos) dejan atrás dichas restricciones. Desde el 12 de noviembre y hasta comienzo de febrero se reimpuso el pasaporte covid para casi toda actividad de ocio y hostelería en el país escandinavo. A juzgar por los datos de contagios, nadie sabría decir para qué ha servido.

Sunetra Guptra, epidemióloga de Oxford, publicaba estos días en The Telegraph acerca de la pérdida de tiempo y dinero de los tests masivos. Otra por cierto de las vacas sagradas de las restricciones por nuestro bien. Y no sólo eso, sobre sus efectos no deseados. Guptra estima que al menos un tercio de las PCR positivas son en personas sin capacidad efectiva para contagiar. Según sus análisis, aislar o confinar a todos los positivos no contribuye apenas a frenar la propagación, magnifica el problema y tiene importantes costes sociales y económicos. Para la epidemióloga, especialmente en los últimos meses cuando es ineludiblemente un virus endémico, seguir con los test masivos es ahondar en el problema y la miseria.

Dicen que nunca es tarde para aprender, despertar y corregir si uno estaba equivocado. Cuanto más tiempo pasa es más abrumadoramente palpable cuán desastrosa ha sido y aún es la respuesta de los gobiernos y autoridades públicas. En lugar de atajar un problema no sólo éste se ha sobredimensionado sino que con ello cual bomba atómica el decisor público ha asolado en muchos otros sentidos la salud y vida de los ciudadanos.

Ya sabíamos de la ineficiencia del sector público y las decisiones centralizadas. Y cuanto más complejo es el problema, más debemos escapar de éstas. Lejos de reconocer sus errores, las autoridades públicas han desarrollado una huida hacia delante de negacionismo con la anuencia de unos medios de comunicación incapaces de establecer un debate abierto.

Confinamientos, tests masivos, cierres generalizados de economías, fronteras, evitación del prójimo, máscaras universales, tratamientos novedosos con administración global… ha sido mucha la artillería de medidas. ¿Han conseguido sus objetivos sin discusión? ¿Han tenido costes, y en tal caso cuáles? ¿Se ha transmitido a la población una información equilibrada? Es un debate tan extenso como se nos hacen todos estos largos meses previos. Para poder abordarlo habrá que tener en cuenta la sabiduría del psiquiatra estadounidense Robert Spitzer cuando afirmó que “las verdades de hoy son las mentiras del mañana”.

1 Comentario

  1. Espléndido artículo que deja de manifiesto la pavorosa eficacia de los estados para destrozar la vida de sus ciudadanos con autoritarias y centralizadas medidas inútiles y contraproducentes.
    Y lo peor de todo es la masiva inoculación por la fuerza de un producto jamás utilizado con anterioridad violando todas las normas deontológicas médicas y la libertad y dignidad personal .


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Trump 2.0: la incertidumbre contraataca

A Trump lo han encumbrado a la presidencia una colación de intereses contrapuestos que oscilan entre cripto Bros, ultraconservadores, magnates multimillonarios y aislacionistas globales. Pero, este es su juego, es su mundo, él es el protagonista.

Juego político en torno a Muface

La caída de Muface crea el caldo de cultivo perfecto para acusar a las autonomías (la mayoría del PP) de no invertir lo suficiente en sanidad.