Hace años, leyendo el libro Las trampas del deseo de Daniel Arieli, me molestó mucho cierta tendencia a menospreciar la razón oculta o instintiva que tenemos las personas a la hora de comportarnos.
Por ejemplo, Arieli describe lo irracionales que somos a la hora de escoger la bebida que ordenamos al camarero cuando acudimos al local acompañados de más personas. Al parecer, en vez de escoger lo que racionalmente tendríamos que desear, nos vemos influidos por las decisiones de los demás. Y eso le parecía tan malo que propone escoger las bebidas de forma que nadie sepa qué piden sus acompañantes hasta que estén todas las bebidas ordenadas.
Con los años, esta idea, que de primeras ya me pareció absurda, ha ganado terreno en mi cabeza como una de las raíces de la deriva absurda al que nos está conduciendo el mundo intelectual.
Si una persona decide entrar en un bar con otros seres humanos, no hace falta ser muy inteligente para entender que tiene algún interés social o profesional con ellos, y, por tanto, todo lo que haga durante su estancia irá dirigido en torno a esa relación, no en su mera preferencia en el consumo de bebidas.
¿Es esto racional? No, es humano. Eso significa que puede ir en interés de la persona actuar así, o no, según las circunstancias, ya que no hay un análisis consciente a la hora de tomar la decisión. Pero encaja perfectamente en cómo se comporta una persona sana, que no tiene tiempo para analizar cada cosa que hace y se fía de lo que conocemos vulgarmente como instinto.
Al liberalismo económico se la ha acusado muchas veces de ver al ser humano como una especie de ordenador aislado que sólo piensa en maximizar sus beneficios. Doctores tiene la iglesia, así que no voy a refutar esa caricatura. Pero sí creo que el mundo intelectual tiende a juzgar demasiadas situaciones desde una perspectiva racionalista, y el liberalismo puede caer en este vicio.
El mes pasado expliqué el caso de José Lomas, un librero de 77 años que disparó tres veces a un asaltante en mitad de la noche. Por desgracia, mis sospechas fueron acertadas, y la ausencia del más mínimo apoyo mediático ha hecho que este señor pase a ser juzgado como un homicida corriente. José mató a alguien que decidió asaltar su domicilio en una secuencia de acciones rápidas e imprevisibles, pero para la justicia es como si hubiera matado al primer tipo que pasó por delante de su puerta a sangre fría.
Pero, dejando a un lado a los medios de comunicación, lo cierto es que nos hemos encontrado con la necesidad por parte de muchas personas, que no carecen de inteligencia, de realizar un análisis racional, humanista y centrado del suceso. Y dado que aplicar la racionalidad a un asalto a una finca apartada en mitad de la noche es una completa estupidez que descalifica a cualquiera que lo intente, seguramente haya que volver a aclarar algunos conceptos básicos para intentar sacarles de su error.
Veamos, tienes 77 años, con la capacidad física y mental asociada a esa edad. Vives a 3 kilómetros del casco urbano de una ciudad mediana. En mitad de la noche, con total oscuridad, sales a ver qué ocurre en tu patio y te encuentras con un extraño 40 años más joven que tú. ¿Qué proceso racional se produce en ese momento en la cabeza de José?
Ninguno. Nadie, y menos una persona sin entrenamiento de ninguna clase y de esa edad, se pone a pensar qué debe o qué no debe hacer. No analizas al agresor más que por características muy generales (¿es humano? ¿es adulto?) y reaccionas de las dos formas que todo mamífero utiliza ante una amenaza: atacar o huir.
Somos humanos, no máquinas. No pensamos igual con el corazón a 80 pulsaciones que a 160. Con luz o a oscuras. Solos o acompañados. En pleno siglo XXI no creo que haya que explicar todo esto, pero al parecer hay personas que se empeñan en juzgar estas situaciones como si fuera el dilema del tranvía. En el mundo real no hay decisiones, sino reacciones.
En muchos países existe la doctrina castillo por una razón muy sencilla: el que inicia la agresión a una morada es el responsable de la reacción que desencadena en su morador. Y es responsable porque esa reacción es altamente impredecible. Y esa incertidumbre no puede ir en contra de la víctima del asalto.
Pero aquí, en España, el mundo intelectual ha decidido que ante este tipo de situaciones los ciudadanos somos responsables de actuar con proporcionalidad y raciocinio. ¿Es eso posible?
No, no lo es. Así que la élite intelectual española le está imponiendo a toda la ciudadanía, y concretamente a la que está más expuesta a la violencia, unos parámetros de actuación imposibles. O, dicho de otra manera, está provocando que cualquiera que repela con violencia un asalto sufra algún tipo de condena judicial.
La propiedad privada no vale más que una vida, dicen desde su petulante ignorancia. ¿Qué clase de estúpido dilema es ese? Aquí hablamos de acciones y reacciones humanas básicas y perfectamente comprensibles por todo el mundo, menos por aquellos a los que ciertos libros les han atrofiado la mente.
Es la naturaleza humana, y esa irracionalidad que tanto detestan, la que ha mantenido a lo peor de la sociedad lejos de las moradas ajenas cuando sus habitantes estaban dentro. Y la necesidad física de recargar el arma tantas veces como sientas que debes hacerlo mientras que la amenaza exista en tu cabeza, lo que ha mantenido vivo a nuestros antepasados que han tenido la desgracia de ver su vida amenazada.
Es hora de dar al mundo intelectual que se empeña en ignorar el comportamiento humano natural el desprecio que se merece. Es hora de defender abiertamente lo irracional.
3 Comentarios
Lógica y proporción. Nada más irracional que intentar vivir dentro de los angostos límites de la lógica y la proporción.
Un humano tiende a imitar a otro humano cuando está en su compañía. Cuando un animal humano (no somos más que animales, como los caballos, las ardillas, los rodaballos o las sangijuelas) se encuentra rodeado de muchos humanos haciendo barbaridades que les perjudican, la presión de grupo cae como un tajo de una espada toledana milenaria sobre ese individuo asfixiado. Quien cede y sufre.
Pero si está solo, el individuo solo puede imitarse a sí mismo. Concretamente, a un yo suyo del pasado. Defender lo propio es algo que llevamos muy dentro de nuestra psicología. Blood and soil, como dijo provocativamente hace unos años Jeff Deist.
O también podemos interpretar que el solitario defensor imitó los que el invasor quería hacerle. ¿Pudo leer la mente del ladrón? Eso es un tabú en la ciencia moderna, herida de muerte.
Parece que no tenemos problema en reconocer que delfines, perros, osos y gatos sí pueden leer un poco la mente humana. Nuestras intenciones. Lo que pensamos hacer a continuación. No parece que las muy perversas y abundantes leyes que tenemos en vigor incluyan la posibilidad de que un humano pueda anticipar el pensamiento de otro. Esto es importante: los osos pardos, tan fuertes y resistentes como son, tienen que decidir en menos de un segundo si huyen o si atacan cuando ven a un humano. ¿Por qué huyen, si llevan las de ganar? También se asustan con animales más débiles y más feos que un humano. En esta analogía, ¿no será que el invasor, el ladrón, el usurpador confía demasiado en sus fuerzas, o está incitado por una mala lógica (que la ley le va a defender a él porque la izquierda manda por ahora) y eso le lleva a no tomarse en serio el peligro?
En estas circunstancias, ¿no habría que denunciar al Estado por crear falsas expectativas de «inversión» en los cacos, que los llevan a la ruina?
Más generalmente ¿No está el Estado, los múltiples Gobiernos de todas las Españas, induciendo a la gente a obrar irracionalmente, haciéndoles creer que obran dentro de la lógica y la proporción que predicaba un Cicerón (asesinado), un Epicteto (tullido toda la vida, murió de viejo, probablemente por una pneumonía, en la tranquilidad de su hogar, cercado de su familia liberta) o un Séneca (suicidado)?
Conquistar el miedo es conquistar la salud, dice el sabio boomer por antonomasia. La del miedo fabricación y compraventa ya no es una irracionalidad característica y exclusiva de el Demos. Ahora, el Estado la ha usurpado, como tantas otras industrias. Monopoliza el miedo para impedir que alcancemos nuestra salud, de la misma forma que ha monopolizado la defensa de la propiedad e impide a la gente defender su hogar, su propia vida, su libertad de movimiento o la integridad de su propio cuerpo.
No podemos acabar racionalmente con la criminalidad del Estado moderno, que es realmente la guerra de todos contra todos, peor que la guerra civil. Habrá que usar el absurdo, lo irracional, lo ilimitado, el apeiron para vencer al miedo, y, quizás, alcanzar esa seguridad, esa restitución, esa salud que tanto echamos en falta algunos.
Propongo fundar 1900 universidades nuevas, cien por provincia y cien por cada ciudad autónoma. En ellas habrá camas, duchas, verjas, perros guía y sus adiestradores, cocinas, despensas y talleres de artes y oficios. Nada de filosofía ni de ciencia, solo saberes útiles se comunicarán: cursos de patafísica, arte veterinaria trascendental, incomunicación radiofónica, antifinanzas y antiempresarialidad. Falansterios podríamos llamar a estas universidades, pero sonaría a cachondeo. Todo pagado, todo gratis, para todos los animales que quieran apuntarse, libres de coacción.
¿Qué es ser racional? ¿Limitarse a la lógica y la analítica? Las emociones son parte de nuestra racionalidad, de la forma de defender nuestra vida. A este respecto, recomiendo leer a Antonio Damasio.
Me parece que este texto de Umberto Eco es relevante:
«La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación mo- derna. En este sentido, el Ur-Fascismo puede definirse como «irracionalismo»….»
«El irracionalismo depende también del culto de la acción por la acción. La acción es bella de por sí y, por lo tanto, debe actuarse antes de, y sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se identifica con actitudes críticas. Desde la declara- ción atribuida a Goebbels («Cuando oigo la palabra Cultura, hecho mano a la pistola») hasta el uso frecuente de expresio- nes como «cerdos intelectuales», «estudiante cabrón, trabaja de peón», «muera la inteligencia», «universidad, guarida de comunistas», la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma de Ur-Fascismo. El mayor empeño de los intelectuales fascistas oficiales consistía en acusar a la cultura moderna y a la intelligentsia liberal de haber abandonado los valores tradicionales.»
Ur-Fascismo, o «Liberalismo» Fascista:
https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/ur-fascismo-o-fascismo-eterno.pdf