A propósito de la visita oficial a España del presidente chino Hu Jintao algunos comentaristas han querido destacar la naturaleza totalitaria del régimen asiático, al que tildan de comunista (aquí y aquí). Pero la China de Hu, aun cuando siga enarbolando la misma bandera roja, es muy distinta a la China de Mao, y una valoración política de la China actual sería incompleta sin la debida referencia a la revolución capitalista que está acaeciendo en el país.
Es cierto que el régimen asiático sigue siendo en varios aspectos, sobre todo en materia de derechos civiles, francamente totalitario: miles de presos políticos, libertad de expresión restringida, adoctrinamiento socialista en las escuelas, control de la población con la política de un solo hijo por familia, persecución religiosa, expropiaciones masivas, ausencia de garantías procesales adecuadas, ejecuciones por delitos de corrupción o tráfico de drogas… Unas 150.000 empresas públicas emplean todavía a un ejército de más de 50 millones de funcionarios y algunos sectores económicos están aún severamente intervenidos. Pero, con todo, China ya no es por más tiempo un país comunista.
Con una tercera parte del sector público de Suecia o Francia, un mercado laboral notablemente desregulado y una iniciativa privada en auge, China ha experimentando en los últimos 25 años un histórico crecimiento de un 9% anual. 400 millones de personas se han elevado por encima del umbral de la pobreza que establece el Banco Mundial, cayendo de más del 50% a menos del 10% la población que vive con menos de un dólar al día. El Estado chino, que ayer mataba de hambre a su pueblo por decenas de millones, permite hoy que la mayoría de los precios se fijen en el mercado y que la gente pueda, simplemente, prosperar. La esperanza de vida es de 71 años, la tasa de mortalidad infantil ha descendido del 85 al 30 por 1000, el ingreso per cápita tanto de las familias urbanas como de las rurales se ha multiplicado por 15, China es ahora la quinta economía del mundo (la segunda en términos de PPP) y el skyline de Shanghai ya parece el de Hong Kong. Las enmiendas constitucionales que enfatizan la protección de la propiedad privada y la centralidad del sector privado reflejan la voluntad de ajustar el marco legal a una realidad económica que poco tiene que ver con la China maoísta del Gran Salto Adelante.
En ocasiones se pone el acento en la carencia de “libertades políticas”, obviando que la libertad no viene dada por el grado de participación democrática sino por la medida en que cada ciudadano puede perseguir sus fines sin interferencias. Y actualmente en China la mayoría de gente puede perseguir sus fines incluso con menos interferencias estatales que en algunas democracias occidentales. Los españoles trabajamos para el Estado el doble que los chinos y numerosos sectores están allí marcadamente más liberalizados que aquí. Si la China de Hu Jintao es comunista, ¿qué es la España de Zapatero?
China es un país con luces y sombras. Hacer una valoración política en base únicamente a las sombras es enjuiciar la realidad a medias. Porque si bien es muy cierto que las democracias occidentales podrían servir de ejemplo a China en varios aspectos, no es menos cierto que en otros las democracias occidentales harían bien en aprender del país asiático.
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