Hace unas semanas el mundo sufrió uno de esos eventos luctuosos que encantan a los profetas de hecatombes. Me refiero a la caída de miles de ordenadores con Windows, que tuvo efectos directos en aeropuertos, bancos, hospitales y un sinfín de negocios. Como consecuencia de un fallo de Microsoft, muchas personas vieron cancelados sus vuelos, o pospuestas sus intervenciones quirúrgicas. Un fallo del software se traducía en un fallo “hard” en nuestras vidas. A partir de este punto, la imaginación se puede desbocar y podemos acabar todos en Mad Max o escenarios futurísticos del estilo.
La caída, según parece, se debió a un fallo en la actualización de un programa de seguridad llamado Crowdstrike. A quienes hemos estado cerca del mundo de la informática y los sistemas, lo que nos parece milagroso es que estas cosas pasen con tan escasa frecuencia en relación con la complejidad del aparataje. Eso dice mucho en favor de las empresas dedicadas a este negocio, incluida la propia Microsoft, y eso a pesar de este fallo.
Lo interesante de este evento para mí ocurrió un par de días después, cuando Microsoft afirmó que la citada caída era responsabilidad de la Comisión Europea. Quizá esta sea una afirmación, para muchos, más sorprendente aún que la caída global de sus sistemas. ¿Qué puede tener que ver una institución de la administración pública con el sistema operativo Windows, aparte de ser un usuario más? No obstante, a quienes estamos cerca del mundo de la regulación europea, tampoco esto nos resultó extraño. Es más, personalmente algo así llevaba esperando un tiempo.
La responsabilidad de la Comisión Europea
Microsoft denuncia que el fallo de seguridad se ha debido a unos compromisos que adquirió en 2009 con la Comisión Europea para que ésta no progresara con una investigación de competencia (o antitrust, como le llaman los americanos). Como consecuencia de dichos compromisos, Microsoft se obligaba a dar a los fabricantes de software de seguridad acceso a las funciones de Windows en condiciones no discriminatorias. Esto es, en las mismas condiciones con que el propio Microsoft puede acceder a dichas funciones.
De esta forma, la Comisión Europea buscaba evitar que Microsoft pueda extender su posición dominante (poder de mercado para los economistas) desde el mercado de sistemas operativos. Allí tiene, supuestamente, a otros mercados adyacentes, como pueda ser el de software de seguridad o, en su momento, el de navegadores. Microsoft conoce bien el tema, porque 2008 recibió la mayor multa antitrust de la historia hasta ese momento, precisamente porque la CE consideraba que había abusado de su posición dominante en sistemas operativos para extender su poder a los navegadores de Internet. Es lógico que, como buen gato escaldado, no pusiera demasiadas pegas en la siguiente ocasión que alguien le denunciara.
¿Es entonces culpable la Comisión Europea de lo ocurrido? A primera vista, sí. Era evidente el riesgo para Microsoft de sufrir una fuerte sanción en caso de plegarse a sus dictados. El problema es que dichos dictados no responden a las preferencias de los clientes de Microsoft, sino a las preferencias de unos concretos señores y señoras (seamos paritarios para esto), funcionarios de la Comisión Europea, que no tienen ni idea de lo que demanda el mercado y de lo que hace Microsoft, por muchas páginas que sean capaces de escribir sobre ambas cosas.
Hank Rearden
En contra de esta presunción juega el hecho de que el fallo de Microsoft fue global, no solo ocurrió en la Unión Europea. Si Microsoft consideraba que la configuración exigida por la Comisión Europea era mala para su producto, ¿por qué la utilizó a nivel global? Lo suyo era hacer una versión “cutre” para los europeos, eso sí, cumpliendo con la CE, y otra fetén, como Microsoft cree que tiene que ser, para el resto del mundo. Es fácil entender que pueden perderse economías de escala en el mantenimiento de dos sistemas operativos paralelos en lugar de uno, pero ¿compensarán dichos ahorros la pérdida de calidad del producto a nivel global? ¿No hubieran compensado con creces las indemnizaciones a las que tendrá que hacer frente como consecuencia del fallo ocurrido?
Si Microsoft hubiera actuado pensando en su mercado y en sus clientes en vez de en esquivar una sanción de la Comisión Europea, hubiera luchado con todas sus fuerzas y jamás hubiera negociado voluntariamente la imposición de dicho organismo, una lección que todos los lectores de Ayn Rand aprendemos con Hank Rearden en “La rebelión de Atlas”. Alternativamente, hubiera debido desarrollar una versión capada para la Unión Europea, y posiblemente encarecer el producto en nuestra querida Europa como consecuencia de la pérdida de escala.
La culpa es de Microsoft
Así que sí, por supuesto, la culpa es de Microsoft, por plegarse a alterar su producto al dictado de burócratas, algo que nunca puede terminar bien para la sociedad. La alternativa, quizá heroica, es seguir sirviendo al cliente incluso con la amenaza del gobierno en frente: el cliente sabrá comprenderlo, tarde o temprano, porque la alternativa siempre es peor.
Y sirva lo ocurrido como aviso a navegantes para las principales compañías de Internet (Google, Amazon, Facebook, Apple, Samsung y la propia Microsoft), que ya están siendo acosadas para cumplir con despropósito llamado Digital Market Act. No me cabe duda de que los funcionarios les amenazan con fuertes sanciones si no cumplen las condiciones que la citada norma les impone. Esperemos que sean heroicas en la defensa de los intereses de sus clientes, presentes y futuros[1], y que no se olviden de que toda la regulación tiene consecuencias inesperadas. Que se lo digan a Microsoft. Bueno, y a todos los ciudadanos europeos y del mundo que se vieron afectados.
Notas
[1] Un ejemplo puede ser Elon Musk, que ya ha denunciado públicamente al comisario Thierry Breton, quien quería negociar con Musk el cumplimiento de otro engendro, el Digital Services Act.
Ver también
Nodos domésticos: tecnología anti frágil para nuestra libertad. (Fernando Parrilla).
Cómo contribuyó la regulación al fiasco de CrowdStrike. (Peter Jacobsen).
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