Estamos viviendo meses muy confusos. La información, verdadera y falsa, sobre cómo los gobiernos están colaborando con grandes empresas privadas para limitar nuestra libertad fluye veinticuatro horas al día, con su correspondiente contrapropaganda.
Siempre he creído que para entender algo hay que descomponerlo hasta sus manifestaciones más sencillas e ir subiendo. Es menos emocionante, y seguramente tengas menos lectores, pero a la larga te ayuda a tener una idea más clara de cómo funciona el mundo.
Para realizar este ejercicio vamos a bajar mucho, concretamente hasta un evento menor como es la Vial Week. La crónica que los medios de comunicación hicieron describe perfectamente cómo funcionan este tipo de cosas en España (que no se diferencia demasiado de cualquier otro país occidental): una asociación privada monta un evento, a él acuden otras asociaciones privadas con intereses similares y el organismo estatal del que viven. El resultado del mismo es que los ciudadanos salimos algo más pobres.
En este caso hablamos de las autoescuelas, los centros Médicos Psicotécnicos y la DGT. La excusa para exprimir al ciudadano es el aumento de conductores de más de 65 años, que pese a ser perfectamente previsible desde hace décadas (los conductores, con diez años menos, ya estaban aquí en 2011 y no se iban a morir de golpe) supone una sorpresa para todos los actores implicados en la regulación y se debaten medidas para paliar el problema.
Por supuesto, paliar el problema significa que las autoescuelas y los centros médicos deben aumentar su negocio dando cursos absurdos y certificando la visión de los conductores más a menudo. Y les debemos estar agradecidos por ello ya que la alternativa que sacan a pasear para asustar al personal es fijar una edad máxima para poder conducir. Y eso no es razonable, no, sobre todo cuando por un módico precio y unas molestias se puede seguir conduciendo sin problema.
Y aunque lo digo con bastante ironía, no deja de ser verdad. El Estado es tan ineficiente que al delegar ciertos controles en empresas privadas nos mejoran bastante la vida. Sin salirnos de la DGT, cualquiera que pase una ITV en una Comunidad Autónoma con las estaciones liberalizadas sabe que pagas algo menos y, sobre todo, te atienden infinitamente mejor que en el resto.
El problema es que las empresas privadas no solo son eficientes en proporcionar el servicio, sino que también mejoran al Estado en la capacidad de inventar excusas absurdas para incrementar los controles, y, por tanto, su negocio. Un (alto) funcionario de un ministerio tiene, por su naturaleza, una tendencia a la sobrerregulación y, digámoslo claramente, a tratar al ciudadano como ganado. Pero le faltan incentivos económicos. Al final cobra igual un funcionario hiperactivo que nos amargue la vida a todos que uno vago que al menos solo nos cuesta su nómina. En cambio, las empresas privadas y los lobbies que generan sí tienen unos incentivos económicos muy claros, y estos pueden influir mucho más fácilmente en los políticos y medios de comunicación.
Y lo peor es que ante este fenómeno no existe contrapeso. En los saraos donde se deciden las nuevas cadenas que nos van a poner solo van cuatro actores: lobbies, políticos, funcionarios y periodistas. Y los cuatro están del mismo lado, ya sea por convicción o por interés.
Y alguien podría preguntar: ¿no existen asociaciones de conductores que defiendan los derechos del ciudadano común? No, existen asociaciones de conductores cuyos intereses dependen directa o indirectamente de los lobbies de autoescuelas. Solo hay que darse una vuelta por sus redes sociales para conocerlos, porque, como suele pasar en estas cosas, son un mundillo muy pequeño.
Así que sí, a lo mejor no vivimos en un mundo donde Bill Gates y la ONU conspiran para ponernos a todos un microchip, pero tampoco parece razonable negarse a ver la deriva de un sector privado cada vez más enfocado en pastorear al ciudadano. ¿Lo hacen a través del Estado? Sí, claro, pero no dejan de ser empresas privadas, para lo bueno y para lo malo, y se las tiene que analizar como tal.
4 Comentarios
Para saber cómo funcionan esos «saraos», curiosamente, y aunque no lo parezca a priori,
una buena guía es el libro de Murray Rothbard (incluyendo la Introducción de Joseph Salerno)
«A History of Money and Banking in the United States» que se puede leer aquí:
https://mises.org/es/library/history-money-and-banking-united-states-colonial-era-world-war-ii
Sorprendentemente «actual» (pese a que refiere a EEUU y el subtítulo es «The Colonial Era To World War II»),
parece que esté explicando la actual «crisis del Covid», mostrando ya el papel de los «expertos»,
las comisiones o asociaciones mencionadas en el artículo de Fernando Parrilla e incluso el papel
de los medios de comunicación (no tan exagerado «entonces» como ahora),
dentro de los procesos tanto conducentes a, como resultantes de, o inducidos por, tal crisis.
Buena recomendación, Marcos. En las antípodas estratégicas de Rothbard tenemos a un historiador llamado Anthony Comegna que publicó «Liberty and Power: A Reader» donde habla un poco sobre las primeras barrabasadas de los empresarios americanos en compañía de la banda de siempre.
Los medios siempre han sido «generadores de opinión»: Es decir, inseminar a la gente las ideas que debe pensar y las tonterías que debe decir, asegurándose de que las víctimas acaban convencidas de que las opiniones son solo suyas. Lo que hace Fernando Parrilla (y otros Espinosistas) cuando comenta «…para entender algo hay que descomponerlo hasta sus manifestaciones más sencillas e ir subiendo» es promocionar una actitud completamente herética y conflictiva, y me atrevería a decir que semiludita. Cuando estemos en el campo de concentración dentro de unos meses me imagino a Parrilla como a Steeve McQueen en «La Gran Evasión», jugando con la pelotita en la celda de aislamiento, más chulo que un ocho.
Rent seeking behaviour a gran escala es una realidad impepinable, pero parece que si el Estado pagara a las empresas con basura inmunda como letras del tesoro o con NFT’s seguramente habría menos RSB, porque los ratones jóvenes descubrirían los inherentes peligros del queso cuando vieran los cadáveres de los ratones viejos.
Por cierto, ¿alguien se acuerda de los muertos de Jesús Gil de hace más de cinco décadas? Lo digo porque no deberíamos hacer creer a los jóvenes que las tragedias causadas cuando los empresarios enredan con los políticos, tragedias que luego acaban en multitas e indultos de añorados dictadores, son un invento del hipertecnológico siglo en que vivimos. Siempre hay un contubernio.
La codicia unida a las mentiras de los que odian al mercado libre suele acabar en grandes desastres y en millones de personas con caras de panoli, convenciéndose de que no les han engañado ni les han perjudicado. Para facilitar el autoengaño se inventó el orujo de hierbas, el lorazepam, y las patatas fritas.
Pero los buenos filósofos siempre han sido de comer poco.
He visto que se puede acceder a un resumen (y al propio original) del libro de A. Comegna
desde esta página web: https://www.libertarianism.org/books/liberty-power-reader
PD.- Pensaba que era una crítica a «Power and Market» de Rothbard
(o «ilustración» histórica… de tal aproximación teórica).
Veo que A. Comegna distingue entre Teoría «y Práctica»
(en vez de entre Teoría e Historia, como la aproximación wertfrei
de Mises y Rorthbard).
En cuestión de «práctica»… nunca está de más un buen (y breve)
orujo de hierbas (mejor gallego, aromático y de destilación familiar clandestina,
siempre huyendo del intervencionismo estatal).