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La gentrificación no debería ser un problema

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Podríamos pensar que la mayoría de las personas verían como un problema que su barrio de ´´clase obrera o trabajadora´´, media-baja o baja, sufra una decadencia económica: vecinos con menores ingresos, servicios de peor calidad y el desplome del precio del metro cuadrado. Sin embargo, cuando sucede lo contrario, y los barrios de ´´clase trabajadora´´ se enriquecen, atrayendo inversiones y vecinos de mayores ingresos, la literatura sociológica, política y urbanística presenta este fenómeno como el «problema de la gentrificación».

¿De qué se quejan cuando se quejan de la gentrificación?

Existen varias razones por las cuales se suele hablar de la gentrificación como un problema:

  • El desplazamiento por aumento del costo de vida: Se suela hablar de un desplazamiento de los ´´sobrevivientes urbanos´´ aquellos que en el pasado aprovecharon los bajos precios para comprar en la ciudad pero que a lo largo de los años no experimentaron un enriquecimiento relativo.
  • Perdida del atractivo urbano o la identidad del barrio: ambos son factores subjetivos y no es evidente si es más atractivo que una ciudad tenga una alta o baja densidad, o este repleta de pequeños negocios o de grandes infraestructuras comerciales. Sin embargo, se suele criticar que el proceso de gentrificación trae consigo la pérdida del atractivo urbano y la identidad del barrio como porque cambian el tipo o escala de los negocios, se modifica la arquitectura, los espacios públicos, etc.
  • Extracción capitalista de las rentas del suelo urbano: en un modelo neoliberal, la mercantilización del suelo urbano implica que el desarrollo del espacio urbano queda dirigido por grandes capitales, que establecen un crecimiento ´´a saltos´´ que les permite tener cierta capacidad de influencia sobre los precios. Además, la crítica marxista suele enfatizar en el carácter aparentemente ´´apolítico´´ del desarrollo urbano, pero en realidad el crecimiento urbano suele responder a los intereses urbanos de la clase económica dominante.
  • Perdida de la diversidad: por razones históricas puntuales ciertos núcleos urbanos pueden contener una alta diversidad cultural y económica. Esta diversidad puede ser una fuente del encanto de la ciudad, pero el enriquecimiento o empobrecimiento sostenido pueden acabar con ella. La gentrificación suele implicar la homogenización de un sector urbano hacia una misma clase social o grupo cultural.

La resistencia al cambio o el sesgo anti-dinamismo

El desplazamiento o la pérdida de diversidad pueden darse tanto por el enriquecimiento como por el empobrecimiento de una zona urbana, aunque claramente es más perjudicial cuando ocurre por empobrecimiento. En ese caso, no solo debes abandonar el lugar donde has vivido por años, sino que tu propiedad pierde valor, limitando tu capacidad de mudarte a un área que cumpla con tus expectativas.

El anti-dinamismo actúa como un sesgo que impulsa a académicos, votantes y políticos antiliberales, tanto de izquierda como de derecha, a problematizar cambios espontáneos o naturales. Esto los lleva a exigir políticas públicas redistributivas que perjudican a los nuevos (el cambio) para beneficiar a quienes ya están (el status quo). Los ciudadanos suelen ignorar que su situación actual es producto de cambios radicales en el pasado y, en lugar de aceptar la dinámica, demandan que todo permanezca igual o que los cambios les beneficien directamente. Un ejemplo común es: «no quiero perder mi empleo por la automatización». A veces, incluso piden resultados contradictorios, como: «no quiero que construyan más en mi barrio, pero me gustaría que mis hijos puedan comprar aquí donde crecieron».

La gentrificación es un problema porque cualquier cambio es un problema para quienes tienen resistencia al cambio. Tanto la España vaciada (Asturias), como la España de moda (Mallorca) son un problema, aunque en ambas regiones, los nietos, hijos y abuelo ya no pueden vivir uno cerca del otro. Sin embargo, lo único constante es el cambio, y por eso es crucial aceptarlo y evaluarlo en términos de si es mejor o peor, en lugar de compararlo con una fantasía de no-cambio. En este sentido, entre los posibles escenarios, la gentrificación (como en Mallorca) es preferible a la despoblación (como en Asturias).

El desarrollo urbano no es justo, pero no por las razones que defiende la izquierda

Las críticas de la izquierda al desarrollo urbano impulsado por inversión privada son en parte válidas, pero no por tratarse de un producto del libre mercado o del respeto a la propiedad privada. El desarrollo urbano es, en gran medida, un proceso indirectamente público, ya que depende de la asignación política de licencias y permisos a desarrolladores privados. En este sentido, el Estado actúa como propietario original del suelo, distribuyéndolo según sus intereses políticos.

Ni el desarrollo privado a través de medios estatales, ni el desarrollo exclusivamente público-estatal, logran un crecimiento urbano natural que refleje las preferencias, los precios de mercado y los acuerdos libres entre los residentes. Los políticos suelen aprovechar el desarrollo urbano para aumentar la recaudación y el gasto público, presentándose al mismo tiempo como defensores de la identidad y los residentes tradicionales del barrio.

Una alternativa liberal sería un modelo de propietarios y copropietarios, que podría fomentar un desarrollo urbano de abajo hacia arriba, considerando realmente las preferencias de los habitantes. Sin embargo, esto no implicaría una oposición automática a los cambios urbanos, ya que las asociaciones de copropietarios también podrían beneficiarse de la expansión o transformación de su zona residencial.

La no gentrificación puede ser un peor síntoma

Es común encontrar barrios residenciales bien ubicados y atractivos, donde los servicios públicos funcionan relativamente bien y los residentes originales de clase media continúan disfrutando de seguridad, infraestructura de calidad como parques, vialidades o centros deportivos, mientras sus viviendas se han revalorizado significativamente. En estos casos, los políticos prefieren preservar el estado de estos barrios para evitar incomodar a los votantes y mantener su poder, rechazando las ofertas de desarrolladores privados.

Frente a este panorama, hay dos aspectos a considerar. En primer lugar, aunque no ocurre un desplazamiento directo, el aumento en los precios de las viviendas impide que los familiares de los residentes puedan comprar en la zona, lo que conduce a una llegada gradual de nuevos residentes que no comparten las mismas características que los anteriores. En segundo lugar, esta situación, donde los residentes disfrutan de todos los beneficios de su barrio y de la revalorización de sus propiedades, ocurre a costa de aquellos que no pueden permitirse vivir allí. Esto implica que, los beneficios están concentrados entre unos pocos y los daños entre una población amplia y dispersa que buscan zonas residenciales bien ubicadas para vivir.

En un sistema de libre mercado y propiedad privada, mantener una zona residencial sin cambios durante muchos años conlleva enormes costos de oportunidad para sus residentes, lo que facilita que se produzcan los cambios necesarios para satisfacer la creciente demanda de vivienda.

Gentrificación y desigualdad

La relación entre la gentrificación y la desigualdad no es de causa y efecto, ni siquiera de correlación directa, sino de visibilizarían. La llegada de, por ejemplo, ciudadanos ingleses a Barcelona no agrava la desigualdad entre España e Inglaterra, pero hace más evidente para los barceloneses que su ciudad es valorada por personas con mayores ingresos que ellos.

La visible desigualdad en las ciudades suele tener una lógica económica, ya que las distintas clases sociales se benefician de la proximidad entre sí. Intentar eliminar esa desigualdad o separar a las clases sociales para que no sea tan evidente tiende a perjudicar la actividad económica local, al romper las dinámicas de interacción y beneficio mutuo que estas relaciones generan.

En otros casos las relaciones desiguales pueden tener giros radicales. Hasta hace poco menos de un siglo las zonas costeras solían ser poco atractivas. En islas como Mallorca, los terrenos frente al mar eran más económicos que los del interior, donde se aprovechaban mejor para la agricultura. Con el tiempo, esta dinámica ha cambiado por completo, pero no ha eliminado la desigualdad, sino que simplemente ha alterado quiénes ocupan las posiciones privilegiadas. 

Gentrificación, desplazamiento, descentralización y competencia

Si entendemos la gentrificación como el desplazamiento o aumento del costo de vida de las clases medias y bajas en áreas urbanas o turísticas debido al desarrollo o enriquecimiento de estas zonas, podríamos considerar que la gentrificación es positiva para fomentar el surgimiento de nuevos centros urbanos en regiones subexplotadas. La gentrificación no sería un problema si no fuera casi imposible recrear el desarrollo urbano de la manera en que se hizo en el pasado.

El verdadero problema no es que las zonas urbanas o turísticas se vuelvan más atractivas, sino el aumento continuo de las regulaciones sobre el uso del suelo, los permisos de construcción y las condiciones de habitabilidad. Como resultado, la gentrificación no está impulsando la creación de nuevos centros urbanos. Ciudades como Londres, Nueva York o Venecia habrían sido imposibles de desarrollar bajo los rígidos sistemas de planificación urbana actuales.

Forzosa homogeneizacion

Además, el Estado se ha convertido en el principal enemigo de las tradiciones locales y el atractivo urbano, imponiendo una homogenización forzosa de la arquitectura de las nuevas construcciones residenciales. Esto no responde al uso económicamente eficiente de los materiales de construcción, sino a la combinación de dichos usos para satisfacer las estrictas normativas urbanísticas. Aunque algunos edificios públicos recientes logran incorporar estilos únicos o experimentales, las viviendas residenciales privadas están mucho más limitadas debido a las restrictivas regulaciones sobre el uso del suelo y la construcción.

La descentralización y la competencia entre unidades políticas son esenciales para convertir la gentrificación en un primer paso hacia el desarrollo. Con voluntad política, las regiones subexplotadas podrían ofrecer entornos significativamente más atractivos para la inversión y la migración que zonas saturadas como Madrid o Barcelona. Actualmente, la «Europa vaciada» está cavando su propia tumba, y parece que solo avances tecnológicos como el trabajo remoto, los coches autopilotados o el internet satelital podrían salvar estos territorios. En algunos lugares, se han implementado programas de repoblación con incentivos económicos en forma de subsidios o transferencias directas, mientras que incentivar la migración por medio de reducciones fiscales o una mayor libertad económica siguen siendo tabú en Europa.

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