Decir que la redistribución es una forma de esclavitud no es ninguna hipérbole. Confiscar los ingresos de Juan producto de diez horas semanales de trabajo equivale a confiscarle "diez horas" de trabajo o, en otras palabras, forzarle a trabajar diez horas a la semana en beneficio de otro. Como atinadamente advierte Robert Nozick en su libro Anarquía, Estado y Utopía, incluso quienes aceptan la imposición de tributos se oponen a que el Estado obligue a trabajar a un hippie desempleado. De igual modo se opondrían a que el Estado obligara a todos los ciudadanos a trabajar diez horas extras a la semana para beneficio de terceros. Pero confiscar las ganancias de diez horas de trabajo les parece aceptable.
¿Acaso no hay diferencia entre ofrecer a la persona una gama de alternativas (como sucede en el caso de los impuestos) y obligarla a realizar un trabajo específico (como ocurre con la esclavitud clásica)? En realidad no es una diferencia de categoría sino de grado. Podemos imaginar, siguiendo a Nozick, una gradación de sistemas de trabajo forzoso: uno que obliga a realizar una actividad concreta, uno que permite escoger entre dos actividades, etc.
Los estatistas a menudo ven los impuestos como un tributo proporcional sobre todas las actividades que están por encima de aquellas necesarias para sobrevivir. Una vez cubiertas las necesidades básicas con ingresos exentos de impuestos, nadie nos obliga a trabajar más para gozar de bienes y servicios adicionales. Es muy curioso que este argumento a veces proceda de los mismos socialistas que afirman que una persona se ve "forzada a trabajar" cuando sus alternativas son peores (algo que siempre achacan al capitalismo). Nozick replica que ambas visiones son incorrectas: desde el momento en que se utiliza la fuerza para limitar las alternativas (en este caso imponiendo la disyuntiva de pagar impuestos o vivir en modo de subsistencia), el sistema impositivo es una forma de esclavitud y se distingue de aquellos escenarios en los que las alternativas no han sido limitadas por la fuerza.
La tradicional defensa de los impuestos introduce otras paradojas. Las personas que anhelan bienes materiales y tienen que trabajar extra para obtenerlos están sujetos a impuestos ("extra" respecto a lo que deberían trabajar para cubrir sus necesidades básicas), mientras que aquellas que tienen placeres que no requieren trabajo extra no son forzadas a trabajar para pagar el mismo tributo. Si quieres ir al cine, debes ganar dinero para pagar la entrada y pagar impuestos. Si prefieres ver una puesta de sol o estar tumbado en el sillón no hace falta que produzcas nada para ganar más dinero ni que pagues ningún impuesto. En todo caso, dice Nozick, uno esperaría lo contrario: "¿Por qué se le permite a la persona con el deseo no material o no consumista proceder sin obstáculos hacia su alternativa posible favorita, mientras que el hombre cuyos placeres o deseos suponen cosas materiales y que debe trabajar por dinero extra (sirviendo, por ello, a quienquiera que considere que sus actividades son suficientemente valiosas para pagarle) se le restringe lo que puede realizar?"
La equiparación de los impuestos o la redistribución a la esclavitud o a los trabajos forzosos dejará indiferente a aquellos que ya les parezca bien la esclavitud para beneficiar a según qué grupos. Pero sin duda incomodará a los intervencionistas menos honestos, cuyas ínfulas de superioridad moral no les deja admitir que su Estado del Bienestar es un sistema de trabajos forzosos.
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