En Colombia, muchas personas quieren saber acerca de la tradición libertaria; de la ideología política del derecho de la propiedad privada y del principio de no agresión que busca imponer serios límites al poder estatal. Por esta razón, hace unos días varios libertarios fuimos invitados a una universidad en Bogotá para hablar sobre libertarismo. A la reunión, terminaron asistiendo mayoritariamente estudiantes, algunos profesores y periodistas. Se le llamó Libertarismo para no libertarios. El objetivo no solo era hablar en términos sencillos del libertarismo. Era también someterlo a una especie de prueba de estrés a partir de la presentación de preguntas difíciles, lo cual se hizo.
Dos impresiones
No de manera inesperada, surgieron preguntas a las que les subyacía una misma preocupación. ¿Y qué pasa con el Estado? ¿Lo eliminamos o lo reducimos? Las respuestas a las preguntas me dejaron con dos ideas claras.
La primera de ellas fue que, dentro de la tradición libertaria, encontramos varias manifestaciones. Además del único anarcocapitalista, que fui yo, encontramos a otros libertarios. Ellos no sólo no tienen problema alguno con aceptar la existencia del Estado, sino que, además, consideran que es positivo que se encargue de algunas cosas. Ante esto, pude ver en varios grados la noción liberal de autores como Ludwig von Mises, para quien el Estado es el monopolio de la coerción, creado por la sociedad para crear y mantener el marco institucional que permita tener a raya a los agentes que opten por la violencia privada para satisfacer sus necesidades. Y no a los medios económicos de la producción y el intercambio voluntario.
Un botón para eliminar al Estado
La segunda cosa que mequedó reafirmada fue una especie de aprensión del resto de los panelistas a siquiera contemplar la noción ante un público curioso de una sociedad sin Estado; de eliminar al Estado, de tal manera que la sociedad, el concierto deacciones individuales, se diera su propio orden. Yo traté de dejar clara -en muy, muy poco tiempo- la idea de ser el Estado tanto éticamente indefendible, como económicamente ineficiente. Llegué hasta el punto de afirmar que, de existir un botón para eliminar el Estado se me ampollaría el dedo oprimiéndolo.
Mientras, los demás muy cuidadosamente se apartaron de tales soluciones. Y confiaron al Estado algunas funciones. Algunos de mis compañeros, incluso, se afanaron a tranquilizar al auditorio, dejándole saber que se apartaban de mí en aquellas opiniones. El respiro de tranquilidad tácita fue casi que ensordecedor. Fue un momento de soledad para mí.
Casi que al final de la última ronda de preguntas, uno de mis estimados compañeros soltó una oración, que resultó como un bálsamo apaciguarte para el resto de ellos. Pretendía comprender alguna posición libertaria que, por un lado, diera algún tipo de preponderancia al mercado. Pero siempre que -Dios no lo permita- no llegue al extremo de concebir la eliminación del Estado.
La fatal afirmación
“Mercado hasta donde sea posible, Estado hasta donde se pueda reducir». Tanto el auditorio, como el resto de mis compañeros de panel pudieron respirar tranquilos, ante la impresión creada de que el libertarismo, al menos en algo, rescata la existencia de algo como el Estado. Estamos tan acostumbrados a él que el costo de no encontrarlo cada mañana se estima, preliminarmente, como prohibitivo.
Yo entiendo de dónde viene la afirmación anterior, la que sugiere que el mercado tiene un límite máximo, mientras que el Estado tiene un límite mínimo. En la mitad vivimos, supuestamente, como agentes de la sociedad. Proviene del temor que generaría la confusión de que, de la noche a la mañana, de haber sido exitosa la opresión de mi botón, en la mitad de la noche, mientras todos mis compañeros de panel duermen, el Estado, la banda criminal cuyos ingresos provienen del arrebato involuntario de la propiedad de los demás, dejara de existir. ¿De dónde, se preguntarían todos, proviene el orden? ¿De dónde, se seguirían preguntando, proviene el permiso para comerciar con unos y no con otros? Y ¿De dónde provienen los jueces, los policías, etc., sino es el Estado?
¿Hasta dónde es posible el Estado?
Yo creo estar al tanto de que la confusión sería real, sin duda alguna. Sin embargo, estoy convencido de la superioridad de la economía de mercado para dar respuesta a tales preguntas, incluso más rápido de lo que se anticipa normalmente, siempre y cuando los precios puedan cumplir su función social de transmitir información acerca de las preferencias de los agentes del mercado al respetarse la propiedad privada sobre los factores de producción. Lamentablemente, tendremos que dejar para otra discusión las posibles formas de producción privada de ciertos medios de los que se ocupa actualmente el Estado.
Ahora bien, a pesar de entender de dónde proviene aquella afirmación, no ha dejado de inquietarme desde la que la escuché. «Mercado hasta donde sea posible». «¿Hasta dónde es posible el mercado?», me pregunté todo el tiempo durante el viaje de vuelta a mi casa. ¿Cuál es, si existe, el límite máximo del mercado? Más allá de ese punto, donde comienza a ser imposible, ¿qué sucede? ¿Habrá monstruos abominables al fondo del abismo? Pero, por otro lado, ¿cuál es el límite mínimo del Estado? Si lo que se quiere es mantenerlo tan mínimo como sea necesario ¿desde qué punto lo es?
La pregunta de cuál es el límite mínimo del Estado trataré de contestarla en un siguiente texto -la Parte II de esta breve colección. Por ahora, el esfuerzo lo dedicaré a tratar de contestar la primera pregunta.
¿Hasta dónde es posible el mercado?
El mercado es el proceso a través del cual los agentes del mercado intentamos coordinar nuestras acciones con las de los demás.
A través de este proceso, transformamos mentalmente cosas en medios, que son escasos, para satisfacer nuestras necesidades, que son subjetivas y, por ende, infinitas. Que aquellos sean escasos, mientras estas sean infinitas, nos presenta un constante problema, como agentes del mercado. Esencialmente, siendo infinitas las necesidades, tenemos que decidir qué producir en determinado momento para satisfacer determinadas necesidades. No podemos satisfacer todas las necesidades al mismo tiempo, debido a la escasez esencial de los medios.
La producción es, a su vez, el ajuste que hacemos de nuestras acciones, encaminadas a satisfacer necesidades, de acuerdo con los designios de la razón -nuestra razón. Es un fenómeno espiritual, que nos permite asignar medios escasos en el presente para satisfacer necesidades futuras, de acuerdo con la información que transmiten los precios. Por medio de esos precios se nos revelan las necesidades de nuestros semejantes de acuerdo con sus respectivos grados de urgencia. Por medio de esos precios, también, tenemos información acerca de los costos de producir. Compramos porciones de ciertos factores de producción -como horas de trabajo de los trabajadores, y porciones de otros factores originarios de producción, como materias primas. Y por medio de este proceso, de las cosas que nos rodean, creamos constantemente medios para satisfacer las necesidades que constantemente se están generando en la mente de los agentes del mercado.
Cálculo económico
A su vez, por medio del cálculo económico del que somos capaces, en procesos complejos de producción, se generan las ganancias y las pérdidas. Las tenemos por una especie de “sugerencias” por parte de los consumidores a los productores y a los trabajadores. También a los dueños de medios de capital y a los de porciones de tierra. Esas sugerencias nos indican si continuar o desistir de algunos cursos de acción productiva, en la medida de que puedan o no significar un desperdicio de recursos.
En otras palabras, de haber distraído la producción hacia cursos de acción que no resultaban, en el fondo, tan urgentes como se habría juzgado inicialmente, las pérdidas que experimentaríamos serían la señal que estuviéramos esperando de haber juzgado erróneamente las necesidades de los demás y de haber producido algo que nadie nos estaba demandando. Es a través, entonces, de la producción en el proceso de mercado que se juzga qué es necesario y qué no, de tal manera que los agentes de este pongamos manos a la obra y dirigimos nuestra acción hacia aquellos cursos de acción que resultan serlo -y no nos distraigamos con los que no lo son.
Así, si el mercado termina produciendo tres jueces menos de los que los cálculos del ministerio nos sugieren será porque se calculó económicamente que insistir en la producción de aquellos tres superfluos jueces sería una terquedad, que terminaría distrayendo valiosos recursos en su producción.
Hasta donde alcance la mirada
Pues bien, ¿hasta dónde llega, entonces, el mercado? La única conclusión a la que podemos llegar es que el mercado no tiene límite; o, mejor, que el límite que tiene el mercado en crear medios, de la nada, para satisfacer necesidades que constantemente están surgiendo, es temporal, en el sentido de que es cuestión de tiempo para que se manifieste la necesidad por medio del sistema de precios y se ajuste la acción en función de la satisfacción de tales necesidades. El límite del mercado es la imaginación, que es lo mismo que decir que no tiene límite alguno. Mal haría aquel que enuncia que el mercado hasta donde sea posible para imponer un límite al mismo, cuando, en realidad, lo que está haciendo es manifestar los límites de su propia imaginación, impidiendo a la función empresarial contestar la pregunta.
El límite del mercado es, entonces, la mirada del empresario hacia el futuro, que es aguda y que mucho alcanza. Y por supuesto que las decisiones de producir en favor de los demás pueden resultar equivocadas. ¡Si es que la mirada puede ver algo en el horizonte y confundir patinetas voladoras con mesas de planchar! Lo interesante en este punto, y con esto termino esta primera parte, es que el error y desperdicio de un empresario, se entiende como la oportunidad de corrección de otro. Y eso es el mercado: un proceso incesante, sin límite, de prueba y error -nunca en equilibrio, ¡pero sí que buscándolo constantemente!
Ver también
La contradicción lógica del anarcocapitalismo. (Alejandro Sala).
Anarcocapitalismo, minarquismo y evolucionismo. (Francisco Suárez).
Más problemas del anarcocapitalismo. (Francisco Capella).
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