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Trump contra Hillary: los peores a la cabeza

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Los estadounidenses se enfrentan ahora a la difícil decisión de elegir entre dos de los peores candidatos de las últimas décadas: el desastre será absoluto.

Llegado el momento de abandonar la Casa Blanca, conviene echar la vista atrás y recordar algunas de las grandes promesas de cambio que catapultaron a Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos de América. La campaña electoral de Obama hizo especial hincapié en acabar con la polarización social y política del país, en poner fin a las tensiones raciales, en limpiar la corrupción y el lobbismo de Washington y en resolver el descontento generalizado de la población norteamericana hacia sus gobernantes.

Ocho años después podemos afirmar que el resultado de la presidencia de Obama en cada uno de estos aspectos es un rotundo fracaso: la conflictividad racial y la polarización social se han disparado, la corrupción y los grupos de presión siguen dominando todo el aparato estatal americano y la población está más descontenta y asqueada con la casta política que nunca. Obama ha dejado el campo abonado para que en una sociedad en otros tiempos liberal y abierta, sean muchos los que opten por echarse en brazos del populismo de Donald Trump.

Trump es el síntoma de una América que ha perdido el rumbo. El magnate neoyorquino saltó a la política aprovechándose del enorme descontento social tras estos ocho años con Obama en el Despacho Oval. Es cierto que sobre el papel, algunas de las propuestas de Trump no son descabelladas: su plan de reducción de impuestos en todos los niveles de renta sería una buena idea siempre que fuera acompañada de medidas para garantizar el equilibrio presupuestario; y su plan de promover el cheque escolar entre los usuarios de la educación pública y su propuesta de reforma del sistema sanitario, si se hicieran bien, serían avances relativos respecto a la situación actual en estos dos importantes ámbitos.

Sin embargo, todos los posibles aciertos puntuales de la propuesta de Donald Trump se ven emborronados por el carácter antiliberal que rezuma el grueso de su discurso. Mucha gente opina que Trump parece no tener una ideología firme, pero no es cierto. Trump tiene una filosofía política muy clara que articula la inmensa mayoría de su programa político y económico: el nacionalismo. No es casualidad que “America First” sea uno de los dos lemas centrales de su campaña y el que según él sería el hilo conductor de su administración si fuera presidente.

Casi todas las voces críticas contra Donald Trump, tanto dentro como fuera de EEUU, se han centrado en las toscas formas del candidato, en sus continuos comentarios irrespetuosos y en sus expresiones que rompen por completo con lo políticamente correcto. En mi opinión estas cuestiones son casi irrelevantes al lado del peligro que supone aplicar su programa político nacionalista y su enfoque económico mercantilista: su ataque general al comercio internacional, la derogación de los tratados de libre comercio, su propuesta de rearme arancelario, la promoción del producto y el empleo nacional a costa de la libertad de intercambio o la idea de levantar muros para impedir la entrada de trabajadores extranjeros, son algunas de las medidas más conocidas del candidato republicano. Trump promete “hacer a América grande otra vez”, pero ataca con saña muchas de las características fundamentales que han hecho que EEUU sea grande: un país tradicionalmente cosmopolita, abierto, partidario del comercio internacional y abierto a la inmigración. Trump no haría a América grande, sino mucho peor.

El único motivo por el que un candidato tan peligroso como Trump tiene serias probabilidades de convertirse en presidente de EEUU es porque su oponente, Hillary Clinton, es igualmente desastrosa. No sólo por su política económica clientelar y liberticida o por su obsesión militarista. Es que, además, la candidata del Partido Demócrata representa lo peor del establishment de Washington: son conocidas sus conexiones con grupos de presión nacionales (la industria armamentística, la banca, las farmacéuticas y aseguradoras) e internacionales (incluidos regímenes como el saudí o el catarí), sus múltiples escándalos y el historial de irregularidades, fracasos e irresponsabilidad en todos los puestos políticos por los que ha pasado en su extensa experiencia política.

Sin ir más lejos, la campaña electoral ha estado marcada por la investigación del FBI a la candidata por el uso del correo electrónico personal para asuntos con información clasificada cuando era secretaria de Estado y la posterior eliminación de más de 32.000 correos. El propósito de esto, claro está, era evitar el control sobre los contenidos de sus comunicaciones contemplado en las leyes de transparencia. Pero como todos los resortes del Estado trabajan activamente en favor de Clinton, el FBI ha dado carpetazo al asunto y aquí no ha pasado nada.

Los ciudadanos americanos se enfrentan ahora a la difícil decisión de elegir entre dos de los peores candidatos de las últimas décadas. Gane Trump o gane Hillary el resultado es el mismo: un absoluto desastre. Es inevitable en estas circunstancias recordar el famoso capítulo del libro “Camino de servidumbre”, de F. A. Hayek, titulado “Por qué los peores se colocan a la cabeza”. En política existe un inevitable proceso de selección negativa por el que tienden a triunfar quienes tienen menos escrúpulos, los más mentirosos, manipuladores y sedientos de poder, quienes, como decía Hayek, empujan a la sociedad al odio a un enemigo o a la envidia de los que viven mejor. Una persona que quiera alcanzar el poder político en una sociedad cada vez más estatista tiene que elegir, en palabras del economista austriaco, “entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar”. En esta ocasión esto es más visible que nunca: los peores, tanto Trump como Hillary, se han colocado a la cabeza. Sólo falta decidir cuál de los dos gobernará la democracia más antigua del mundo. Esperemos que, al menos, el Senado y el Congreso actúen como un freno antes los desmanes que cualquiera de estos dos terribles candidatos está deseando llevar a cabo. 

4 Comentarios

  1. Efectivamente los dos
    Efectivamente los dos candidatos dan una pésima imagen (una corrupta declarada y un populista de derecha), y da igual votar a uno u otro. EE.UU hace ya mucho que ha dejado por el camino varios de sus principales principios en los que se fundamentó como nación libre, y de eso solamente ellos tienen la culpa. Por mi parte, desearle al Partido Libertario del Sr. Johnson (único por el que valdría la pena votar), todo el éxito del mundo. Esperemos que , a pesar de todo, el gran pueblo estadounidense no se deje lavar el cerebro y reaccione antes de que sea demasiado tarde.

    • De acuerdo.
      De acuerdo.

  2. Comienzo del cuarto párrafo:
    Comienzo del cuarto párrafo:

    «Sin embargo, todos los posibles aciertos puntuales [sic] de la propuesta de Donald Trump se ven emborronados por el carácter antiliberal que rezuma el grueso de su discurso.»

    La mente colmena Borg-politiquesa está asimilando a los autores del IJM. En español, «puntual» significa que algo o alguien llega a la hora establecida. Nada más. Sin embargo, gracias a los sistemas centralizados de control mental de la población que el Poder tiene a su disposición, la neolengua de los oligarquistas, el politiqués (o, para enfatizar su carácter precursor en la creación de una mente colmena Borg, el Borg-politiqués) se propaga como un virus (o programa malicioso) por las mentes del público.

    La falta de resistencia ante esta invasión/corrupción en el ámbito mental es un indicio de falta de espíritu crítico, en el ámbito de la lengua y, dado que esta es mediadora del pensamiento, también más allá de lo puramente lingüístico. Es un indicio de falta de diferenciación individual, es decir, de una excesiva tendencia a buscar la conformidad con la masa, pasando por encima de valores mucho más importantes. Es un signo de interiorización del lema Borg «toda resistencia es inútil». Se interioriza el principio Borg y se aplica en la práctica. Se empieza por la lengua y vaya usted a saber por dónde se sigue.

    La palabra Borg-politiquesa «puntual» es una de las más virulentas en los últimos tiempos. No solamente sustituye a alrededor de una docena de palabras de la lengua española, sino que incluso sustituye a la ausencia de palabras. Veámoslo en la frase anterior, corregida simplemente eliminando el virus, sin necesidad de poner algo en su lugar:

    «Sin embargo, todos los posibles aciertos de la propuesta de Donald Trump se ven emborronados por el carácter antiliberal que rezuma el grueso de su discurso.»

    Perfecta. No falta ni sobra nada. Gramaticalmente hablando, claro está.

    Entremos en el análisis del mensaje del artículo y veremos que mi afirmación de que los indicios lingüísticos de asimilación por la mente colmena Borg señalan que dicha asimilación progresa en ámbitos mentales situados más allá de lo lingüístico no es alarmista.

    La tesis del artículo es que tanto Donald Trump como Hillary Clinton son «igualmente desastrosos». En España, los que tenemos ya cierta edad, sabemos que hay «equidistancias» sumamente injustas.

    1) Hillary Clinton es una psicópata de libro: su narcisismo no solamente es ridículo en su total falta de consciencia de sí misma y su patológica creencia en sus propias mentiras (la demonización de Donald Trump), sino que toma los asuntos de vida o muerte frívolamente. En contraste, Donald Trump simplemente es un bocazas un tanto vanidoso que a lo largo de la campaña ha seguido una estrategia de provocación y confrontación verbal para canalizar el hartazgo de gran parte de la población con el Culto de lo Políticamente Correcto, una organización oligarquista (gobierno, medios de control de masas, guerreros de la justicia social… ) que ha estado haciendo más difícil la vida de esa gran masa silenciosa del fly-over country.

    2) A lo largo de su carrera, Hillary Clinton ha dejado un reguero de «muertes en extrañas circunstancias». Nada comparable en la trayectoria de Trump.

    3) El asunto del servidor privado de correo de Hillary Clinton, citado por Ignacio Moncada, sería suficiente para que la candidata se hubiera enfrentado a cargos por los que tendría que responder ante la administración de justicia. Gente normal y sin poder ha sido condenada por mucho menos. A Trump no se le conocen delitos por los que tenga papeletas para lucir un mono naranja.

    4) Ignacio Moncada no cita explícitamente el gravísimo caso de corrupción que encierra la Fundación Clinton. Es tan grave que va más allá de la corrupción y el tráfico de influencias más descarados y lucrativos. Llega al punto de que sería factible formular el cargo de traición contra Hillary Clinton, ya que acepta en su fundación dinero de las mismas naciones que financian a Daesh, que se supone es enemigo de Estados Unidos. ¿Hay algo comparable en el armario de Donald Trump? No, parece que no (las filtraciones de correos y documentos, por cierto, no provienen de Rusia, como han afirmado a los cuatro vientos los propagandistas del Partido Demócrata, sino de fuentes estadounidenses, incluido probablemente algún soplón de la NSA, que, a diferencia de Rusia, sí tiene acceso a tan exhaustiva información). Además, Donald Trump no tiene como ayudante personal a una Huma Abedin educada en Arabia Saudí, muy probablemente estrechamente vinculada a la Hermandad Musulmana, y autora de artículos contrarios a la libertad de las mujeres. Hillary Clinton sí tiene a Huma Abedin como ayudante personal, tan allegada como para considerarla una segunda hija. ¿A qué intereses sirve Hillary Clinton?

    5) Hillary Clinton es parte activa de la política de demonización de Putin y búsqueda de confrontación con Rusia. De resultar elegida presidente, las probabilidades de conflicto bélico entre Estados Unidos y Rusia, con el consiguiente peligro de una escalada nuclear, aumentarían. Por el contrario, si Donald Trump es elegido presidente (la votación del colegio electoral tendrá lugar el día 19 de diciembre), lo más probable es una normalización de las relaciones entre ambas potencias.

    6) Tal y como dice acertadamente Ignacio Moncada, Hillary Clinton representa lo peor del establishment de Washington. Por el contrario, Trump es un «populista de derechas». Y, como todos sabemos, eso es incluso peor que representar «lo peor establishment de Washington». Al menos, eso es lo que uno saca como conclusión leyendo los artículos del IJM. Parece claro que la mente colmena Borg ha asimilado completamente el IJM en lo referente al virus «Populismo, malo». También es evidente en un medio afín, como Libertad Digital/esradio. No es difícil propagar tal virus en España cuando se califica a Podemos como «populismo», cuando lo preciso sería clasificarlo como una nueva cepa mucho más extremista de la demagocia marxista imperante en el sistema. El populismo es otra cosa. Puede ser demagógico, nacionalista y otras cosas, o no serlo. Lo que es el populismo es antioligarquista (Podemos se presenta como anti-casta, pero siendo demagogos marxistas lo que quieren en realidad es en constituirse en oligarquía, suponiendo que no sean oposición controlada). El populismo se define por su oposición al oligarquismo. Lectores del IJM, hagánse la siguiente pregunta: ¿Cuantas veces han oído o leido la palabra «populismo» en esradio, Libertad Digital o el IJM? Muchísimas, ¿verdad? ¿Y la palabra «oligarquista»? ¿O «globalista»?, que en el contexto actual es un sinónimo. Ninguna, ¿verdad? Saquen sus propias conclusiones (pista: es la mente colmena Borg en pleno proceso de asimilación). No todo populismo es bueno, ni mucho menos; pero el liberalismo genuino no es oligarquista, sino populista. Paradójicamente, es populista a la vez que aristocrático (*). Algunos populismos pueden ser dignos de simpatía. Aun con sus ramalazos antiliberales, el populismo de Trump puede merecer alguna simpatía de un liberal. Por ejemplo, por ser una bofetada al oligarquismo representado por Hillary Clinton. Por otra parte, también hay que cuidarse de críticas oligarquistas que se disfrazan de liberales. Por ejemplo, se le acusa a Trump de oponerse a los «tratados de libre comercio». Pero, ¿son esos tratados lo que su nombre indica? ¿O son otra cosa más del gusto de los oligarquistas? Como por ejemplo, comercio mercantilista que privilegia a las grandes compañías internacionales y perjudica a la gente corriente quitándole sus trabajos. ¿Herejía? Antes de llamar a la Inquisición Liberal, sin duda un órgano oligarquista, pregúntense si los procesos de deslocalización de la producción de las grandes compañías habrían llegado tan lejos en tan poco tiempo en un sistema monetario internacional con patrón oro y la imposibilidad de tirar indefinidamente de la «tarjeta de crédito» de déficits comerciales que no tienen que autolimitarse y corregirse, gracias a un sistema de expansión monetaria ilimitada (he aquí un lema liberal: «Otro globalismo es posible, sin globalistas ni oligarquistas»). Pregúntense también si la libertad y la seguridad jurídica que el liberalismo defiende es para las personas jurídicas (artificiales) constituidas con ánimo de lucro y sin conciencia inherente, o para las personas naturales de carne y hueso, es decir, para las personas que constituyen el pueblo. Y cuando lo hayan hecho, pongan en una balanza, a un lado, a la perfecta oligarquista Clinton, y al otro, al imperfecto populista Trump. Este último es luces y sombras, la primera es todo oscuridad. Hay equidistancias que las carga el diablo.

    Por cierto, no me inspira mucha confianza Donald Trump. Y sospecho que, si se ha permitido su victoria electoral, será para cargarle con la culpa de la próxima crisis económica y propiciar un contraataque oligarquista/globalista. Trump no es mi ídolo, ni mucho menos, pero hay que ser justo y faltan matices muy gruesos en el artículo de Ignacio Moncada, porque de otro modo no podría sostener una tesis tan injusta.

    Jubal

    +++

    (*) Paradójicamente, el liberalismo genuino es populista y aristocrático a un mismo tiempo. Defiende la libertad de las personas de carne y hueso, que forman el pueblo, contra los abusos de la oligarquía. La oligarquía es la versión degenerada de la aristocracia, su contraparte positiva. La oligarquía impone mediante la fuerza y el engaño. La aristocracia («gobierno de los mejores») se eleva a posiciones preeminentes gracias a la adhesión suscitada por la virtud y el ejemplo.

    +++

    Anexo: El liberalismo como populismo de principios.

    Punto primero de The Ten Points of the Libertarian Party Rothbard Caucus:

    «Principled Populism The Libertarian Party should be a mass-participation party operating in the electoral area and elsewhere, devoted to consistent libertarian principle, and committed to liberty and justice for all. The Libertarian Party should trust in and rely on the people to welcome a program of liberty and justice and should always aim strategically at convincing the bulk of the people of the soundess of libertarian doctrine.»

    • Una rectificación:
      Una rectificación:

      Me he percatado de que sí hay una palabra de la lengua española que encaja bien en la frase y contribuye a precisar su sentido. La palabra desplazada por el virus Borg-politiqués es «parcial», con lo que la frase traducida al español quedaría como sigue:

      «Sin embargo, todos los posibles aciertos parciales de la propuesta de Donald Trump se ven emborronados por el carácter antiliberal que rezuma el grueso de su discurso.»

      Jubal


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