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El paraíso de la libertad

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Mientras paseábamos por las hermosas calles del casco histórico de Tallin, o por los deprimentes barrios construidos en esa misma ciudad durante la época soviética, había algo que no sabíamos. Estábamos caminando por la capital del país del mundo donde la red es la más libre.

Años después, hice un viaje muy distinto junto con otro liberal español. A diferencia de las repúblicas bálticas, el país al que nos dirigimos no se había liberado de la opresión comunista. Luis Margol, colaborador de este mismo periódico, y yo fuimos a Cuba a conocer en persona a quienes luchan de forma pacífica por la instauración de la democracia en la isla. Visitábamos, y en esta ocasión sí lo sabíamos, el lugar del mundo donde internet es menos libre. Nada de extrañar en un país donde la libertad en general es algo de lo que se oye hablar pero que les es robada a los ciudadanos por una dictadura totalitaria que ya se prolonga medio siglo.

Un magnífico estudio de la organización independiente Freedom House identifica las amenazas existentes sobre la libertad en la red y presenta además un análisis comparativo de un total de quince países. Cada uno de ellos es clasificado como "libre", "parcialmente libre" y "no libre". A la cabeza de la primera y la tercera categoría, siendo los dos extremos opuestos, se encuentran los países de los que hablaba al principio de este artículo. Justo a medio camino está Malasia. Este país, donde es relativamente frecuente el arresto arbitrario de bloggers, periodistas online y otros usuarios de tecnologías de la información, demuestra la falacia de que la virtud se encuentra en el punto medio.

El paraíso de la libertad online se encuentra en un pequeño rincón de Europa cuyos habitantes sufrieron durante décadas el comunismo y, durante un breve periodo en la II Guerra Mundial, el nazismo de los invasores alemanes. Viven en él apenas 1,3 millones de personas, vecinas de una Rusia cuyos dirigentes parecen añorar a partes iguales el zarismo y el imperio soviético. Y de ese país dirigido con mano firme y poco democrática desde Moscú ha procedido precisamente la principal amenaza contra la libertad de internet en Estonia: los ataques a páginas web que ha sufrido en el pasado. De hecho, las sospechas de que los atacantes estaban vinculados de alguna manera al Kremlin parecen estar bastante fundadas.

Sin embargo, la amenaza de un vecino gigantesco con ansias de controlar lo que antaño fuera parte de su imperio no supone que los estonios renuncien a su libertad en la red o fuera de ella. Se demuestra así el error de quienes consideran que una dictadura se justifica por la presencia de un poderoso vecino o por devolver, supuestamente, la "dignidad" a un pequeño pueblo. Dicha dignidad tan sólo se encuentra en la libertad de los seres humanos y en no cederla ante amenazas reales o ficticias. Estonia es un buen ejemplo de ello.

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