En 1763 finalizaba la Guerra de los Siete Años de la que España había salido muy perjudicada. El monarca que reinaba en aquella época era Carlos III, hijo de Felipe V, que sucedió a su hermano Fernando VI en el trono en 1759.
Carlos tenía la firme decisión de implementar las ideas ilustradas que recorrían toda Europa a la monarquía hispánica, quería una reforma política, económica y social del país. Aunque si bien es cierto, la crítica francesa ilustrada a las instituciones del Antiguo Régimen encontró poco apoyo en España ya que tanto los gobernantes como el pueblo español seguían siendo profundamente católicos y fieles al absolutismo. Se buscaba, por lo tanto, un cambio en la administración, en la economía y en la educación, y no tanto de filosofía.
Para esta tarea de modernización Carlos III optó por nombrar a ministros extranjeros, a los que tenía mucha simpatía, en particular a los italianos debido a su reinado en Nápoles y Sicilia. Los dos principales fueron el marqués de Grimaldi como Secretario de Estado, y nuestro protagonista, Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, como ministro de Hacienda.
Como hemos señalado anteriormente, la Guerra de los Siete Años había dejado una situación económica muy complicada a la monarquía hispánica, produciendo una alta inflación, que sumada a las malas cosechas provocó una subida generalizada de los precios. Sumado a todo ello, Esquilache elevó gran cantidad de impuestos, estas medidas provocaron un malestar generalizado en los súbditos de la Corona.
La gota que colmó el vaso fue el intento de Esquilache de hacer cumplir una antigua ley que prohibía a los hombres llevar en Madrid sus chambergos de ala ancha y sus largas capas so pretexto de que eran una tapadera para el crimen ya que se podía esconder fácilmente un arma. Esto se vio como un ataque a una manera de vestir de pura tradición española, aunque paradójicamente esta moda había sido introducida apenas cien años atrás por el duque Schomberg y popularizada por Mariana de Austria en la capital. Esto provocó un episodio de revueltas y motines entre el 23 y el 26 de marzo de 1766 al grito de “¡Viva el rey! ¡Viva España! ¡Muera Esquilache!
En la capital se asaltaron las viviendas de los ministros italianos e incluso el propio rey se vio forzado a trasladarse a Aranjuez, tras varios días Carlos aceptó las condiciones impuestas por los insurrectos en humillantes condiciones, entre ellas estaba el destierro del marqués de Esquilache, revocación de la medida de los atuendos y la bajada de los precios de los alimentos.
Según la versión oficial, estas revueltas no solo fueron un movimiento en contra de la imposición de Esquilache sino un intento de alterar la estabilidad del gobierno por vía insurreccional. La verdadera causa de las revueltas fue, como en casi todas las ocasiones, el hambre. Hay algunos historiadores que defienden que este motín fue motivado por grupos de nobles y eclesiásticos que deseaban expulsar a los ministros extranjeros y paralizar las reformas que querían imponer. Las dos versiones siguen hoy día a debate, V. Rodríguez Casado sostiene que las revueltas fueron planeadas con el consentimiento de los jesuitas, esta acusación pudo ser utilizada por el gobierno para expulsar a la orden un año después, en 1767. En cambio, también hay otros historiadores como C. Eguía en su obra Los Jesuitas y el Motín de Esquilache, que defiende que fue un movimiento espontáneo por parte de la población.
Sea como fuere lo cierto es que este suceso es uno de los acontecimientos más significativos dentro de la política interior del reinado de Carlos III y deja vislumbrar la resistencia que había en el pueblo español a las ideas ilustradas y que cimentaría la resistencia contra los franceses en 1808.