Hasta hacerse con el gobierno, ambos medraron en los siempre duros y complejos entramados del poder bajo la hoz y el martillo.
Casi 11.600 kilómetros separan el Kremlin de Zhongnanhai, el complejo gubernamental en Pekín. A pesar de la distancia geográfica, son muchos los puntos en común entre los autócratas que rigen los destinos de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping. Ambos parecen guiar su vida según una frase expresada hace ya muchos años por el célebre economista estadounidense Thomas Sowell: “La política es el arte de conseguir que tus intereses egoístas parezcan intereses nacionales”. Arropados en un discurso nacionalista, uno y otro acumulan poder de forma creciente y se alzan como modernos emperadores.
Hasta hacerse con el gobierno, ambos medraron en los siempre duros y complejos entramados del poder bajo la hoz y el martillo. Putin ingresó en la KGB nada más terminar los estudios de Derecho. Alcanzó el rango de teniente coronel y, tras la disolución de la URSS, llegó a ser director del FSB (sucesor del siniestro servicio secreto soviético). Los largos años en una de las agencias de espionaje más sanguinarias del mundo siguen marcando su manera de entender y ejercer el gobierno.
Xi es un ‘niño mimado’ del totalitarismo marxista chino postmaoísta. Su padre fue un líder comunista purgado en la Revolución Cultural, y rehabilitado tras la muerte de Mao Tse Tung. Su carrera política arrancó en 1975 y fue subiendo escalones de forma continuada hasta alcanzar la Secretaría General del Partido Comunista de China (PCCh) en 2012 y la Presidencia del país en 2013.
Xi es un hombre de formas aparentemente modestas, si bien le gusta acumular títulos y honores que parecen propios de los antiguos emperadores (Ver más: Xi Jinping aumenta su poder y avanza en el viaje desde el comunismo chino hacia el fascismo). Además, su carrera política se vio impulsada gracias a que sus superiores vieron en él un luchador incansable contra la corrupción.
Putin, por el contrario, es amigo de la pompa zarista e incluso ofrece al mundo poses más propias de Rambo o Chuck Norris que de un político al uso. Y si para la carrera política del presidente chino fue clave la lucha contra la corrupción, con el ruso ocurre todo lo contrario. En la Federación Rusa poder político y económico están profundamente entrelazados. Grandes oligarcas provenientes del antiguo PCUS y algunos de ellos viejos compañeros de Putin en la KGB y el FSB hacen jugosos negocios al amparo del Kremlin. El antiguo teniente coronel de los servicios secretos no duda en utilizar la maquinaria del Estado para favorecer a los empresarios amigos y perseguir a sus rivales. Muchos de los primeros figuran en la conocida como ‘Lista de Putin’ que el Departamento del Tesoro de EEUU publicó el 29 de enero de este año.
Pero ahí acaban las diferencias. Ambos ejercen el poder de forma autoritaria. Más allá de las nomenclaturas oficiales, en Rusia y China el ciudadano ha sido convertido en súbdito. La persona está por debajo del Estado, y sobre este rige sin contrapeso alguno el presidente-emperador. Las libertades y los derechos fundamentales son violentados sin límite alguno. Eso resulta evidente, por ejemplo, en lo referido a libertad de expresión. En el gigante asiático hay 54 periodistas (entre profesionales y los denominados ciudadanos) encarcelados, según los datos actualizados de Reporteros Sin Fronteras).
En las cárceles rusas penan cinco y otros dos (Nicolai Andrushchenko y Dimitry Popkov) fueron asesinados en San Petersburgo y Siberia el año pasado. Como en anteriores muertes violentas de periodistas, activistas de derechos humanos y opositores, las fuerzas de seguridad y los tribunales no se han caracterizado por su diligencia a la hora de intentar esclarecer estos crímenes.
Perpetuación en el poder
Xi y Putin han reforzado su poder en las últimas semanas. El primero logró, de forma nada sorprendente, que el Congreso Nacional Popular eliminara la limitación de mandatos que se estableció tras la larga Presidencia de Mao. Dado que controla todos los resortes del poder, desde el PCCh hasta el Ejercito, se ha garantizado la Presidencia vitalicia si ese es su deseo.
El segundo está en el mismo camino, si bien se ve obligado a pasar de forma periódica por el formalismo de las elecciones. En Rusia estas no gozan de la mínima garantía, a lo que se suma que el absoluto control de los medios y su destreza en movilizar los sentimientos nacionalistas le garantizan a Putin una altísima popularidad.
Como ocurre con la mayor parte de los autócratas, ambos utilizan el nacionalismo para afianzar su poder. Uno y otro lanzan promesas de tipo imperial a sus respectivos pueblos. Xi ha proclamado que quiere hacer de China la potencia hegemónica mundial, disputarle ese puesto a EEUU. Putin reclama para Rusia el papel que tuvo la URSS como gran potencia rival de la estadounidense, y para ello no duda en poder en marcha una política con rasgos propios de una nueva Guerra Fría (Ver más: Por qué Donald Trump pone a un halcón de la CIA para enfrentar a las águilas de la KGB).
Xi y Putin son los nuevos emperadores de dos potencias que desprecian los derechos de sus compatriotas. Cautivos de una megalomanía creciente, no dudan en reprimir cualquier atisbo de libertad en los países que gobiernan, al tiempo que apoyan a tiranos de distinta ralea en diversas partes del planeta (ambos, por ejemplo, son socios de Nicolás Maduro). Los valores democráticos no sólo les son ajenos. Además, les molestan y no dudan en combatirlos dentro y fuera de las fronteras de los territorios que rigen desde Zhongnanhai y el Kremlin.