En un artículo anterior, El calentamiento global en un futuro incierto, defendía la adaptación al cambio climático (facilitada por el crecimiento económico, el desarrollo de nuevas tecnologías, etc.) frente a los infructuosos y onerosos esfuerzos por mitigarlo, que asumen un contexto estático. Por supuesto, hay una cuestión previa: ¿el calentamiento global es causado por el hombre? ¿Hasta qué punto serán catastróficas sus consecuencias?
Algunos no tenemos suficientes conocimientos científicos como para emitir una opinión cabal independiente y tenemos que basarnos en las opiniones ajenas que nos parecen más creíbles. La pregunta es, ¿cómo decidimos a quién creer en este tipo de situaciones? Una opción es fijarse en los incentivos de la gente para decir lo que dice. Por ejemplo, a las compañías tabaqueras les perjudica que se extienda la opinión de que el tabaco afecta gravemente a los fumadores pasivos, además de a los fumadores, por lo que los estudios financiados por la industria sobre este tema tendrán en principio menos credibilidad que los estudios de la comunidad médica o investigadores independientes, que no se juegan nada en sus resultados. Eso no quiere decir que los primeros no puedan tener razón, significa simplemente que desde la ignorancia es más prudente apostar por los segundos.
Los ecologistas acusan a multinacionales de la energía como Exxon de promover sus propios intereses económicos financiando estudios y campañas que ponen en duda el calentamiento global y la conveniencia de regulaciones que menoscabarían su negocio. Es posible que los verdes tengan razón y estas empresas no estén pensando en el bien común. La defensa de la verdad puede estar alineada con el beneficio propio, pero la coincidencia a veces suscita sospechas.
No obstante, muchos ecologistas también tienen incentivos para expresar sus opiniones sobre el cambio climático. No se trata (normalmente) de incentivos económicos, sino de incentivos ideológicos, que no son menos poderosos. Como señala David Friedman, el ecologismo en general y el calentamiento global en particular aportan nuevos argumentos a favor de un Estado más intervencionista, más impuestos, etc. Son medidas que mucha gente respalda por motivos ideológicos, luego tienen incentivos para creer en la validez de esos argumentos, popularizarlos y exagerarlos. Documentales catastrofistas como los de Al Gore o la excesiva politización de las conclusiones del IPCC confirmarían esta tendencia.
La mayoría de ecologistas son estatistas, muchos de extrema izquierda, y son hostiles a la sociedad de consumo o ven con recelo el estilo de vida occidental. El calentamiento global proporciona argumentos muy convenientes para los que aborrecen el status quo y quieren un giro de signo socialista. Friedman dice que el ecologismo es en parte un argumento real, en parte una religión, y en parte una cuestión ascética. Las dos últimas sugieren que la gente está demasiado dispuesta a aceptar la primera.
Otra forma de estimar la credibilidad de determinadas opiniones consiste en hacer que los expertos que las sostienen apuesten dinero en ellas. Como opinar es gratis, la gente no tiene incentivos económicos para contenerse, matizar o ponderar bien sus juicios. Si tu opinión puede costarte dinero (o reportarte ganancias), te lo piensas dos veces antes de expresarla. Apostar por tus opiniones demuestra una confianza adicional en tu propio juicio.
En el marco de las apuestas los escépticos se han mostrado poco activos. James Annan, científico británico que cree en el calentamiento global, ha retado a numerosos científicos escépticos a apostar sobre el aumento de las temperaturas en las próximas décadas. Varios de ellos han rechazado la apuesta, aunque otros la han aceptado. En general no parece que los escépticos apuesten entusiasmados por sus tesis como hicieran Julian Simon y Paul Ehrlich a propósito del agotamiento de los recursos. Pero las apuestas no suelen contemplar aspectos relevantes del debate, y su peso debería relativizarse en consecuencia. Por ejemplo, la mayoría de apuestas giran en torno al aumento de las temperaturas independientemente de si existe contribución humana o de si se debe a otros fenómenos como un supuesto incremento de la actividad solar. Pero solo en el primer caso tienen sentido medidas como el Protocolo de Kyoto.
Las apuestas tampoco ponderan la extensión de los daños y posibles beneficios que resultarían del calentamiento global, ni se refieren a la efectividad de las políticas destinadas a limitarlo. Es lógico que aquellos que creen que existe cierto calentamiento global pero no tienen claro que sea de origen antropogénico o que las políticas para limitarlo sean efectivas no encuentren el reto de Annan demasiado atractivo.
Otros economistas, como Bryan Caplan, sugieren apuestas más interesantes: ¿por qué no apostar sobre el aumento de la renta per cápita o la esperanza de vida en 2059 (o en 2109) condicionado a no hacer nada sobre las emisiones de carbono?