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Palabras que carga el diablo

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No es casualidad que se propalen expresiones en economía y otros campos de las ciencias sociales con una gran carga semántica contra el mercado.

No es casualidad que se propalen expresiones en economía y otros campos de las ciencias sociales con una profunda carga semántica en contra del mercado. Hay toda una fraseología muy bien hilada que trata de despertar sentimientos negativos contra la libertad comercial en quienes lo escuchan. En esos casos, si sólo cambiamos aquella palabra con alto componente peyorativo por una esclarecedora, la realidad que nos evoca es bien distinta.

Veámoslo con algunos ejemplos:

En economía, se contrasta lo que a menudo se entiende como competencia “perfecta” con otros modelos más realistas, conocidos como competencia imperfecta o monopolística. La competencia perfecta asume, por su calificativo de “perfecto”, una pureza virtuosa que no se gana con sus actos: cómo podemos catalogar de “perfecta” una competencia que está ausente en el proceso de mercado que describe esta construcción teórica. En todo caso, estaremos hablando de «incompetencia perfecta», pues en esta estructura de mercado se entiende que todos los productores hacen lo mismo: son del mismo tamaño, tienen la misma forma de producir y producen lo mismo. Vamos, que no compiten entre sí. En cambio, es el otro tipo de competencia (el denostado) el que deja rastros de verdadera competencia y rivalidad. ¡Y recibe el calificativo de imperfecta o monopolística! Difícil descolgarse el sambenito cuando el bulo está ya extendido. En su lugar, sería más acertado referirnos a este tipo de competencia como completa o diversa, pues se trata de mercados en los que se compite de forma diversa: con cambios en las características del producto, diferente garantía y reputación (marca), diversas características de servicio, oferta a variados segmentos de población (a los que se cubren necesidades específicas), etc.

En nuestro segundo ejemplo, nos trasladamos a una expresión muy en boga, el crony capitalism o capitalismo de amiguetes, para referirnos a un sistema en el que grupos de productores organizados y aliados con el poder obtienen ventajas regulatorias. Este es un viejo sistema que históricamente ha recibido el nombre de mercantilismo. Primero, no es algo nuevo, sino que de hecho es anterior al capitalismo; segundo, no se puede calificar de capitalismo, puesto que en el sistema de libre mercado es el consumidor, y no el político o burócrata, el soberano o guía en la economía. En su lugar, podríamos referirnos a ello, con mucho más sentido, como regulación discriminatoria en favor de los lobbies, neomercantilismo o simplemente lobbying.

Llegamos a otro contraste deliberadamente extendido. Es habitual confrontar interés público, propio de la actividad dentro de la administración pública, con ánimo de lucro, propio del mundo mercantil. Con esta terminología, se transmite el embeleco de que los burócratas, gobernantes y funcionarios no tienen más intereses que los de la comunidad. Pero no les veremos renunciar a cobrar, a acumular poder y prebendas ni a su poltrona en su cargo público… Por su parte, con el “lucro monetario”, se entiende que la práctica mercantil es ignominiosa por su egoísmo.

Resulta sangrante presenciar cómo se tacha de egoísta (en el peor sentido) el sistema de libre mercado, el cual exige que, para recibir, haya que entregar previamente algo de más valor a juicio del consumidor. Como resultado de un mercado con intrínseca vocación pública, surge un juego de suma positiva y creciente para la sociedad. Por lo demás, en el mercado, a diferencia de quienes ejercen la protegida función pública, no hay red de seguridad ni garantía en los ingresos al estar sometidos los agentes a la incertidumbre de no saber si serán capaces de ofrecer algo útil al consumidor, de si los cambios sociales alterarán las pautas de consumo de sus clientes o de si la competencia se adelantará en la mejor atención de las necesidades del mercado. Como sangrante es hacer pasar como puramente altruista una actividad que, está sí, se desempeña en régimen de monopolio, que saca no pocas veces la versión más egoísta de las personas (acumular poder irrestricto, blindarse como sea ante la competencia para asegurarse una renta, no servir a nadie más que a uno mismo o a su grupo) y que ha de financiarse coactivamente (no hay voluntariedad por parte del pagador a diferencia del mercado).

Seguramente, es la última vuelta de tuerca de una fraseología inherentemente tramposa.

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