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Debate Sánchez-Feijóo: sobre la falta de un proyecto político

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Anoche, lunes 10 de julio, fue el debate Sánchez-Feijóo, en el que discutieron por ver cuánto nos van a robar a cada uno y en qué se lo van a gastar. Feijóo mencionaba su proyecto político, por el cual le han criticado antes del debate y le criticaron después de él. O más bien por la ausencia de este.

En Twitter, tras el debate, muchas de las críticas concurrían, Alberto Núñez Feijóo carece de proyecto político. El exministro de Sanidad de Pedro Sánchez Salvador Illa criticaba a Feijóo por esta supuesta falta de proyecto de país. Este mismo reproche se le ha hecho en repetidas ocasiones a Isabel Diaz Ayuso. Mi opinión es que quien dice eso está muy equivocado. Ojalá estuviesen en lo cierto. Ojalá los políticos no hicieran nada y se dedicasen a cobrar sin tocar nada (salvo que fuese pare minimizar el estado, pero eso ya sería mucho pedir). Todos los partidos políticos sufren de un exceso de proyecto de país. Todos quieren intervenir demasiado y regularnos hasta la saciedad.

Un programa común: el control del país

No obstante, parece que la gente no lo vea así y que los partidos de todos los colores necesiten un claro y extenso programa de mediadas sobre cómo controlar el país y cómo solventar todos y cada uno de los problemas que le puedan aparecer hasta al último de los ciudadanos. Esto se debe a que los votantes se encuentran bajo dos sesgos: de pensar que lo importante es el trabajo y no la productividad y el sesgo por lo físico. Esto, traducido a la política, significa que los votantes quieren ver a los políticos trabajar, es decir, quieren verlos pasar nueva legislación, construir y arreglar cosas con dinero público, decir que están llevando a cabo programas y abriendo observatorios para solucionar problemas y demás.

Los votantes son irracionales y saben poco de economía, como demuestra Bryan Caplan en The Myth of the Rational Voter. Los políticos que vemos, los que han sido exitosos en su carrera política, saben darle a los votantes lo que quieren sin importar cuál sería la mejor acción para cada caso, aunque ellos mismos lo sepan. A los políticos no les guía ni la eficiencia ni la eficacia, sino el rédito electoral. La única excepción parece darse cuando los votantes relacionan el trabajo del político con la situación económica. Si lo relacionan en un alto grado, entonces sí que los políticos tendrían incentivos para aprobar políticas más impopulares, pero que mejorasen la economía del país.

Hacer mucho, no haciendo nada

Si lo que la mayoría de los votantes demanda es ver a los partidos legislar para intentar solucionar sin problemas sin ver las consecuencias inintencionadas, lo que los políticos les ofrecerán será esto mismo. Si los votantes no piensan en estas consecuencias, los políticos carecerán de incentivos para hacerlo. Una sociedad de votantes proteccionistas generará una clase política proteccionista, aunque de clones de Adam Smith se trataran. En este caso, como estamos hablando de clones de Adam Smith, estos políticos podrían explicarle al electorado por qué están equivocados y por qué es mejor el libre mercado que el proteccionismo.

En un primer momento, nos tendríamos que enfrentar al sesgo de la productividad vs. el trabajo. Permitir el libre mercado implica no hacer nada. Como decía Murray Rothbard, para un tratado de libre mercado solo necesitas una línea donde diga, ambos países comerciarán libremente. El resto es intervencionismo. Pues bien, de liberalizar cualquier industria, implicaría que los políticos no están haciendo nada, solo dejando hacer a los agentes privados. Esto aumentaría la productividad y la riqueza del país, pero no les haría trabajar. Mucha gente cree que la riqueza viene por el trabajo cuando no, viene de ser más productivos.

Explicar como éxito propio el trabajo ajeno

Los políticos tendrían que explicar esto y, con esta lección, vendría el segundo obstáculo para los clones de Adam Smith: proporciona un mayor rédito electoral, exacerbar la irracionalidad de los votantes que reducirla. A los votantes no les gusta que les digan que están equivocados. Como dice Paul Krugman: “los votantes sienten una aversión visceral por los candidatos que parecen intelectuales, y menos aún por los que intentan que el electorado haga cálculos aritméticos”.

Los votantes critican cuando los políticos no tienen un gran proyecto de país porque eso es lo que demandan, políticos que hagan o que parezca que hagan mucho, regulación diseñada a medida para sus problemas particulares y logros de su equipo para poder lucir los colores ante los demás y decir “mira este aeropuerto fantasma lo construyo mi partido”.

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