Ben Bernake, Douglas W. Diamond y Philip H. Dybvig han sido los ganadores del Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel 2022 por su investigación sobre los bancos y las crisis financieras. Diamond y Dybvig son dos académicos reconocidos por su trabajo explicando el funcionamiento de los bancos como intermediarios financieros, sus puntos de equilibrio y la necesidad de un seguro de depósitos. Diamond y Dybvig elaboraron un modelo en su artículo “Bank Runs, Deposit Insurance and Liquidity” de pánicos bancarios y crisis financieras basado en el comportamiento racional de los depositantes y sus expectativas buscando demostrar que los sistemas de garantías de depósitos (medida para proteger a los depositantes bancarios, en todo o en parte, de las pérdidas causadas por la incapacidad de un banco para pagar sus deudas a su vencimiento) pueden proveer resultados ventajosos a las soluciones de mercado. Este artículo supuso el primero en una nueva tradición en el estudio de la inestabilidad financiera. Debido a la estabilidad global de los sistemas bancarios desde los años 30 hasta los 70 del siglo pasado, la literatura académica sobre la inestabilidad financiera no avanzó mucho. La crisis mundial de deuda de los años 80 levantó interés otra vez en el tema, siendo este uno de los papers más importantes hasta ahora, sobre todo por romper con la tradición más informal y realizar un análisis formal de la inestabilidad bancaria.
Para Diamond y Dybvig, su modelo “tiene un explícito papel económico para el funcionamiento de los bancos: la transformación de activos líquidos en pasivos líquidos” (Diamond y Dybvig 1983, 402). En una economía sin bancos, si A es un agente con capacidad de financiación y quiere hacerle un préstamo a B, primero tendrá que incurrir en los riesgos de la operación, después, en los costes de transacción por llevar a cabo ese intercambio, y, por último, aceptar hacerse con activo ilíquido, como lo será la deuda de B.
Como explica Glasner (1989, 12-13), los bancos emergen como intermediarios financieros para estimar la demanda de liquidez de la sociedad y para especializarse en la evaluación de los prestatarios, para decidir si eran merecedores de crédito. Esta especialización en la evaluación del merecimiento del crédito no es, ni ha sido, ni mucho menos perfecta. Pero al menos gozaban de cierta ventaja frente al tenedor medio de efectivo. Antes de que surgiera la intermediación financiera bancaria, la gente para invertir tenía que hacerlo en proyectos que le costaba mucho más valorar, por lo que la incertidumbre añadida llevaba a que la poca inversión que se realizaba se hiciese en proyectos más arriesgados. Los bancos como intermediarios se especializaron en su este papel para facilitar las condiciones de la inversión entre las distintas partes. Redujeron el riesgo de las inversiones y con ello bajaron los tipos de interés. Los bancos atraían fondos que de otra manera hubieran permanecido ociosos. El negocio bancario aumentó la cantidad y calidad de las inversiones promoviendo el progreso económico al poder, como explica el modelo Diamond-Dybvig, transformar activos ilíquidos en pasivos líquidos. Según este modelo, un banco es un intermediario que permite compartir el riesgo de forma óptima poniendo en común las inversiones y dividiendo los rendimientos previstos entre los consumidores.
En una economía con bancos, estos ejercen de intermediarios financieros que pueden aceptar la liquidez que ceden A y otros oferentes de liquidez para hacer préstamos a B y a demandantes de liquidez. Los bancos emiten su deuda a los agentes con capacidad de financiación, quienes la prefieren a las deudas de los agentes con necesidad de financiación al ser activos más líquidos. Los bancos, a cambio, reciben más en intereses por sus prestamos de lo que pagan a sus acreedores.
Según Diamond y Dybvig, el sistema se mantiene en dos puntos de equilibrio. En uno, los clientes esperan que los otros clientes tendrán fe en el banco y que no habrá un pánico bancario para deshacerse de todos los depósitos. En el otro, todo el mundo espera un pánico bancario y este se transforma en una profecía autocumplida: cualquier evento que lleve a los individuos a anticipar una corrida bancaria les hará anticipar insolvencia, por lo que desencadenará en una corrida. Los pánicos bancarios causan desequilibrios monetarios y daños en el lado real de la economía. El sistema funciona porque, en condiciones normales, no todos los agentes quieren disponer de su liquidez a la vez. Si, por el contrario, la gente demanda su dinero porque emergen las expectativas de un pánico, nos encontraremos ante uno. Un banco podría pagar de sus activos todas sus deudas, pero el problema es que muchos de estos activos se encuentran en préstamos ilíquidos que no pueden venderse rápidamente. Para los autores, un sistema bancario sin garantías de depósito “puede proveer liquidez, pero deja a los bancos vulnerables de un pánico” (DD 1983, 402).
Para Diamond y Dybvig, la transformación de plazos es una función esencial del banco y mediante la cual se crea la liquidez; “transformar los activos ilíquidos ofreciendo pasivos con un patrón de rendimiento diferente y más regular a lo largo del tiempo que el que ofrecen los activos ilíquidos” (Diamond y Dybvig 1983, 403). Si hay confianza en el sistema, nos encontramos en el equilibrio estable. Pero si los agentes desconfían, se entra en un equilibrio en el que “todo el mundo se apresura a retirar sus depósitos antes de que el banco entregue todos sus activos” (Diamond y Dybvig 1983, 403).
Los pánicos bancarios en este modelo son, por tanto, causados “por un cambio de expectativas, que podría depender de casi cualquier cosa, consistente con el comportamiento aparentemente irracional observado comportamiento observado de la gente que corre en los bancos” (Diamond y Dybvig 1983, 404). Y ahí está el problema. Si las corridas bancarias fuesen un fenómeno exclusivo de los bancos que antes de sufrir el pánico fuesen insolventes, no habría ningún problema—incluso sería un buen mecanismo de refuerzo del sistema porque forzaría al banco a cerrar antes de que el banco consuma aún más riqueza de los depositantes y se endeude más. En este modelo, se puede desencadenar un pánico por cualquier motivo, racional o no.
Debido a que “los pánicos bancarios son costosos y reducen el bienestar social al interrumpir la producción (cuando se solicitan los préstamos) y destruyendo el reparto óptimo del riesgo entre los depositantes” (Diamond y Dybvig 1983, 403) los autores buscan contratos bancarios que puedan solventar este problema. Consideran los contratos de suspensión de la convertibilidad de depósitos a moneda ofrecen un resultado subóptimo comparando con los fondos de garantía de depósito. Este sistema de garantías de depósito, además, debería ser gestionado por el gobierno, por el poder que tiene como autoridad fiscal y tener menos restricciones que las empresas privadas, y garantizar el pago total de los depósitos bancarios (Diamond y Dybvig 1983, 413). Diamond (2007, 198) defiende que como el gobierno tiene la capacidad de obtener recursos sin acuerdos previos, este tiene una ventaja frente al sector privado, quienes pueden caer en caso de pánico o necesitan demasiados activos líquidos para inyectar liquidez en el sistema.
El modelo Diamond-Dybvig establece un mundo simplista para derivar explícitamente una función útil para un banco. Sólo hay un banco, y tiene básicamente una sola función: permitir a los depositantes poner en común un riesgo. El banco no concede préstamos y no emite cuentas corrientes ni billetes. Así pues, el modelo Diamond-Dybvig contempla un tipo de “banco” bastante especial.
George Selgin (1993) introduce una versión revisada del modelo de Diamond y Dybvig para ilustrar cómo la suspensión de la convertibilidad podría suponer solo costes sociales menores, siempre y cuando la deuda interna del banco sea transaccionable y pueda funcionar como un medio de intercambio. Selgin defiende que recurrir a suspensiones bancarias ocasionales es una alternativa superior a establecer un fondo de garantías de depósito. Si los bancos pueden legalmente suspender la convertibilidad, estos evitarían muchos de los costes típicamente asociados a la suspensión “restringiendo” los pagos dentro de la base monetaria mientras continúan recibir y emitir billetes o cheques. El modelo de Diamond y Dybvig no puede permitir esta posibilidad porque no permite el uso de la deuda bancaria como medio de cambio. Los bancos solos suspenderían pagos en condiciones de última necesidad, porque iría acarreando con pagos de elevados intereses posteriores, por lo que tendrían el incentivo de evitar activada esta cláusula tanto como pudieses. Algo similar sucedía en el periodo de banca libre de Escocia con los contratos de opción de ciertos billetes, que en caso de ser redimidos cuando el banco no tenía oro suficiente, el banco podía reservarse el derecho a pagarlo en unos meses a una cantidad lo suficientemente mayor como para no interesarle hacerlo y para el cliente querer aceptarlo. Por lo que esta opción juega con los incentivos correctos, a diferencia de un sistema de depósitos garantizados que genera problemas de imprudencia.
Kevin Dowd (1993, 101) critica el modelo de Diamond y Dybvig porque este no puede dar una respuesta satisfactoria a por qué debe encargarse el gobierno de los fondos de garantía de depósito. Las aseguradoras privadas no necesitan tener reservas, sino una riqueza adecuada con la que puedan contar llegada la ocasión. Dowd dice que es un argumento lógicamente errado que el gobierno crea que él sí que tiene los recursos para gestionar los fondos, pero el sector privado no los tendría, cuando todo lo que tiene el sector público lo ha sustraído del privado anteriormente. Salvo que se haga mediante inflación, pero para que haya inflación ya tienes que permitir al gobierno el control sobre la moneda y asumir que la banca libre no se da o puede dar. Además, para Dowd (2000) hay otro tipo de agente con capacidad de financiación, que son los capitalistas, quienes podrían comprar acciones de un banco. Este banco, podría ser más atractivo hacia otros capitalistas y, sobre todo, para los depositantes que provengan del ordinario banco de Diamond y Dybvig porque este banco contaría también como patrimonio para protegerse ante pánicos y no solo los depósitos.
Lawrence White (1999, 123) afirma que el banco propuesto por Diamond y Dybvig es inestable por varias razones. Primero, los activos son menos líquidos que sus depósitos. Segundo, tampoco puede saber cuántos depósitos se retirarán en un período. Y, tercero, tampoco podría satisfacer la mayor demanda de reembolso masivo que los depositantes puedan elegir racionalmente. En este modelo, la inestabilidad es perjudicial porque interrumpe el proceso de producción que el banco debería posibilitar y, por lo tanto, arruina el beneficioso acuerdo de distribución del riesgo que el banco proporciona. White (1999, 132-133) también aporta evidencia histórica para apoyar su caso, mencionando los casos de Escocia, Canadá, Suecia y Suiza, sistemas bancarios libres que no fueron víctimas de pánicos como los que pronostican el modelo Diamond-Dybvig.
Además de las críticas expuestas por estos teóricos monetarios, se pueden hacer todavía algunas más. En primer lugar, el paper asume que el papel de la banca como intermediario financiero es la transformación de plazos. Pero esta no es su función, sino la de evaluar la solvencia de sus prestatarios y emitir pasivos con liquidez casada a la de sus activos o adquirir activos con liquidez ajustada a la de sus pasivos. En segundo lugar, el trabajo de Diamond y Dybvig tampoco explica cómo sería posible evitar el riesgo moral causado por el hecho de que los bancos operarán con un respaldo, el de saber que a pesar de su mala gestión de sus activos, sus clientes contarán con sus depósitos garantizados, lo que les hará a los depositantes omitir cualquier labor de rendición de cuentas. Diamond y Dybvig solventan esto diciento que los sistemas de garantía de reservas “estarían acompañados de algún tipo de regulación bancaria.” (Diamond y Dibvig 1993, 417). Los fondos de garantías de depósito han contribuido a motivar a los bancos a asumir riesgos adicionales, lo que hace que, en la mayoría de los casos, se vuelvan aún más ilíquidos. Los efectos perversos de esta regulación se deben a su falta de primas ajustadas al riesgo, lo que conduce a una mayor toma de riesgos por parte de los bancos, quienes no tienen unos depositantes que les vigilen debido a que no se preocupan por la seguridad de sus depósitos ni la calidad de las entidades de crédito, viéndose tentados a operar con aquellas que prometen un mayor tipo de interés. Anteriormente, los acreedores del banco ejercían un elaborado trabajo de rendición de cuentas. Era común que se publicasen los balances de los bancos en la Escocia de la banca libre y en Estados Unidos las cámaras de compensación demandaban ciertos requisitos de liquidez para poder unirte a ellas (Timberlake 1984, 9). Además, como Selgin (1989, 436-437) afirma “mientras el seguro tenga un precio por debajo del precio de mercado, las instituciones de depósito se volverán más propensas a la quiebra. A medida que aumentan los fracasos, los propios fondos de seguros se ven amenazados por la quiebra. Entonces se necesita un prestamista de última instancia para rescatar los fondos directamente o para rescatar y subvencionar las fusiones de los bancos insolventes.”
Por último, este modelo está abocado a la creación de crédito descalzado. Las expansiones crediticias pueden ser calzadas o descalzadas. Diremos que esta expansión está calzada cuando las condiciones del pasivo de los intermediarios financieros coincidan en plazo y riesgo con las del activo contra el que están creando este crédito. Los intermediarios financieros deberían buscar casar el plazo y el riesgo de los acreedores según sus preferencias por los recursos y el de los deudores según la disponibilidad de sus recursos. Si la expansión crediticia los intermediarios financieros descalzan los plazos y el riesgo de sus activos y pasivos porque los bancos han prestado a corto para invertir a largo, diremos que es una expansión descalzada. Como hemos visto, la garantía de un fondo de depósitos aumenta el riesgo moral y la iliquidez de los bancos, llevando a expansiones sistemáticas de crédito descalzado, que, en última instancia, generan ciclos económicos.
La solución de Diamond y Dybvig es totalmente contraproducente. Garantizar fondos de garantía de depósitos únicamente sirve para degradar aún más la liquidez del sistema.
Referencias:
Diamond, Douglas W. 2007. “Banks and Liquidity Creation: A Simple Exposition of the Diamond-Dybvig Model”, Economic Quaterly 93(2): 189-200.
Diamond, Douglas W. y Philip H. Dybvig. 1983. “Bank Runs, Deposit Insurance, and Liquidity”, Journal of Political Economy 91(3): 401-419.
Dowd, Kevin. 1993. Laissez-faire Banking. Oxford, Reino Unido: Routledge.
Dowd, Kevin. 2000. “Bank Capital Adequacy versus Deposit Insurance”, Journal of Financial Services Research 17(1): 7-15.
Glasner, David. 1989. Free Banking and Monetary Reform.
Selgin, George. 1989. “Legal Restrictions, Financial Weakening, and the Lender of Last Resort”, Cato Journal 9(2): 429-469.
Selgin, George. 1993. “In Defense of Bank Suspension”, Journal of Financial Services Research 7:347-364.
Timberlake, Richard H. 1984. “The Central Banking Role of Clearinghouse Associations.” Journal of Money, Credit and Banking 16 (1): 1–15.
White, Lawrence. 1999. The Theory of Monetary Institutions. Maiden, Estados Unidos: Blackwell Publishers.
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