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Hitler, ¿un revolucionario anticapitalista?

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Por Stefan Beig. El artículo Hitler, ¿un revolucionario anticapitalista? Fue publicado en el IEA.

A día de hoy, se considera que Hitler tenía una visión del mundo de extrema derecha. Ahora, décadas después de su publicación original, un libro que cuestiona la clasificación de la ideología política de Hitler despierta un interés creciente y está disponible en una nueva edición. El aclamado estudio de Rainer Zitelmann Hitler. Selbstverständnis eines Revolutionärs (en español: El nacionalsocialismo de Hitler) revela que Hitler no se identificaba ni con la derecha ni con la izquierda, sino más bien como un revolucionario anticapitalista que no sentía más que desprecio por los intereses burgueses y conservadores. Daba gran importancia a las cuestiones sociales y a la igualdad de oportunidades y, a medida que envejecía, llegó a expresar su admiración por la economía planificada soviética.

El libro es un «longseller», pues se ha vendido con éxito durante muchos años. Cuando fue publicado por primera vez por Berg-Verlag hace 37 años, atrajo principalmente a historiadores. En los últimos años, ha suscitado el interés de un público cada vez más amplio, ajeno al mundo especializado, tanto dentro como fuera del país. Hitler. Selbstverständnis eines Revolutionärs de Rainer Zitelmann es una exploración en profundidad del pensamiento y las creencias íntimas de Adolf Hitler. A través de un meticuloso análisis de los discursos y escritos de Hitler, la primera tesis doctoral de Zitelmann, que le valió el doctorado en Historia en 1986, se ha consolidado como un estudio definitivo sobre la visión del mundo del líder nazi.

Hasta la fecha se han publicado varias ediciones en alemán de la obra. El interés por la obra también crece a escala internacional: el estudio ya se ha publicado en inglés y recientemente se ha editado en ruso y checo. Actualmente, se están realizando traducciones al polaco, español, portugués e italiano, a las que seguirán otras en breve.

Un estudio matizado con conclusiones inesperadas

El libro de Zitelmann se distingue de las obras de otros historiadores en varios aspectos. En primer lugar, distingue muy cuidadosamente entre el Hitler de los años veinte, el de los treinta y el de los cuarenta. Otros autores tienden a adoptar un enfoque general de la visión del mundo de Hitler a partir de 1919, como si el líder del NSDAP tuviera una única visión coherente del mundo desde el principio. Esto no es cierto. Rainer Zitelmann identifica varios cambios y evoluciones en la forma de pensar de Hitler, hasta los últimos años de su vida.

En segundo lugar, la valoración que Zitelmann hace de Adolf Hitler es sobria y objetiva, sin emitir nunca juicios de valor. Por razones comprensibles, muchos estudiosos siguen teniendo dificultades para mantener una postura tan neutral y libre de prejuicios a la hora de evaluar a uno de los mayores criminales de la historia de la humanidad. Sin embargo, la clara separación entre el análisis de los hechos y la opinión personal refuerza el rigor académico del libro y evita caer en la misma trampa que otros biógrafos de Hitler, muchos de los cuales sacan conclusiones precipitadas basadas en juicios morales. Además, Zitelmann consigue en todo momento desvincular claramente su estudio de sus propias convicciones políticas (entonces de izquierdas). (En la actualidad, Zitelmann es miembro del Partido Demócrata Libre (FDP) alemán y partidario del liberalismo clásico).

En tercer lugar, las conclusiones del estudio son bastante sorprendentes: rebaten la categorización tradicional de Adolf Hitler a la derecha del espectro político. Según Zitelmann, Hitler era tanto un extremista de derechas como de izquierdas. Como líder del NSDAP, pretendía trascender esta dicotomía, «pero no en el “medio”, sino mediante un nuevo extremo en el que ambos se sublimaran». Además, Hitler se consideraba a sí mismo un revolucionario y tenía a los socialdemócratas y a los comunistas en mayor estima que a los conservadores, a la burguesía e incluso a sus aliados fascistas como Benito Mussolini y Francisco Franco. Inicialmente en el ala izquierda del espectro político, Hitler conservó muchas de sus convicciones hasta el final.

Socialistas y comunistas: ¿la verdadera fuerza opositora al nacionalsocialismo?

Según la valoración convencional de Hitler como político de extrema derecha, la izquierda habría sido la verdadera oposición política al nacionalsocialismo. A primera vista, este punto de vista parece plausible, sobre todo teniendo en cuenta la persecución generalizada de socialistas y comunistas en el Tercer Reich.

En conjunto… es incontestable que los comunistas y los socialdemócratas tuvieron que soportar los mayores sacrificios. Mientras ellos eran torturados y asesinados en los campos de concentración, los burgueses de derechas y las fuerzas capitalistas seguían ganando mucho dinero en el Tercer Reich.

Rainer Zitelmann

Adolf Hitler atacó públicamente al «bolchevismo judío» en varias ocasiones, y algunos estudiosos identifican esta animadversión como el principal catalizador de sus creencias antisemitas. Además, y esto es indiscutible, existe una contradicción fundamental (de la que el propio Hitler era muy consciente) entre el nacionalismo de Hitler y el internacionalismo del socialismo.

Para intelectuales de izquierdas como Max Horkheimer, el principal filósofo de la Escuela de Fráncfort, estaba por tanto claro: el nacionalsocialismo era fascismo, de acuerdo con la definición de fascismo proporcionada por Georgi Dimitrov, secretario general de la Internacional Comunista, que lo describía «como la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero».

Esta tesis profundamente ideológica persiste hasta nuestros días, a pesar de que hace tiempo que ha sido desmentida por la investigación histórica. No obstante, la reputación de la izquierda como verdadera antítesis del hitlerismo ha otorgado a menudo credibilidad a sus análisis del nacionalsocialismo. Sin embargo, Zitelmann, él mismo maoísta en su juventud, llega a una conclusión completamente diferente en su estudio. Llega a la conclusión de que Hitler tenía mucho más en común con la izquierda de lo que generalmente se supone.

¿Qué pensaba realmente?

El análisis de Rainer Zitelmann se basa principalmente en dos de los libros de Hitler -Mein Kampf (1925) y su Segundo Libro (1928), que no llegó a publicarse en vida- junto con innumerables discursos, artículos periodísticos y grabaciones de sus monólogos y conversaciones.

Como señala Zitelmann, los discursos públicos de Adolf Hitler deben leerse con precaución. Tomar sus palabras al pie de la letra puede llevar a conclusiones contradictorias, ya que el líder del NSDAP decía cosas diferentes según la ocasión, el momento y el público. Hitler era también un hábil populista, que adaptaba sus mensajes a los diferentes grupos destinatarios y a sus respectivos intereses. Era muy diferente dirigirse a campesinos, obreros o industriales. «En esto era un maestro de la demagogia y a menudo conseguía engañar tanto a sus partidarios como a sus oponentes sobre sus verdaderas opiniones e intenciones», subraya Zitelmann.

Como Hitler creía que las masas eran estúpidas, sus discursos seguían un patrón simple de «blanco/negro» y «bueno/malo». Sin embargo, sus declaraciones en privado demuestran que su pensamiento sobre ciertas cuestiones era mucho más matizado. En sus primeros discursos y artículos, así como en sus dos libros, Hitler expresó sus objetivos de política interior y exterior a largo plazo con una franqueza asombrosa, señala Zitelmann.

Ataques a Benito Mussolini y Francisco Franco

Para distinguir entre las declaraciones de Hitler motivadas tácticamente y las que deben tomarse en serio y al pie de la letra, Zitelmann las somete a tres «pruebas de coherencia». Compara las declaraciones públicas de Hitler con las que no estaban destinadas al público, las realizadas a puerta cerrada, registradas en actas y diarios de colaboradores cercanos. Este análisis revela disparidades significativas. Por ejemplo, Hitler criticó con frecuencia a Mussolini y más tarde al dictador español Franco en conversaciones privadas, algo que nunca hizo en la misma medida en público. Al mismo tiempo, Hitler mostraba admiración por socialistas y comunistas dentro de su círculo íntimo, mientras que no expresaba más que desprecio por los partidos burgueses y conservadores.

El partido empresarial DVP (Partido Popular Alemán), fue menospreciado por Hitler como un mero «hormigueo», con sus miembros considerados «inofensivos, sin importancia, políticamente sin fuerza; solo vegeta». El veredicto de Hitler sobre el liberal Partido Democrático Alemán (DDP) fue aún más mordaz. Lo llamó «una llaga apestosa dentro de la nación». En cambio, se mostró mucho más positivo hacia el Partido Socialdemócrata (SPD): «El pueblo alemán es racialmente más impecable y mejor convive en la socialdemocracia». Valoraba al SPD como un partido revolucionario y esperaba antes de la Primera Guerra Mundial que los socialdemócratas de Austria provocaran un «debilitamiento del régimen de los Habsburgo que tanto odiaba.» Según las propias notas de Hitler, el hecho de que se apartara de los socialdemócratas se debió a la influencia de los judíos dentro del partido.

Las ideas fijas de Hitler

Además, Zitelmann distingue entre las declaraciones realizadas por Hitler en momentos concretos o ante audiencias particulares, y las realizadas de forma sistemática a lo largo de su carrera política ante todas las audiencias. Las primeras tenían a menudo motivaciones tácticas, mientras que las segundas pueden considerarse un reflejo más fiel de las verdaderas convicciones de Hitler. Por ejemplo, a finales de la década de 1920, Adolf Hitler apeló a los votantes rurales con visiones románticas de la vida agraria, pero esta estrategia fue efímera y estuvo claramente motivada por consideraciones tácticas.

En tercer lugar, Zitelmann examina la coherencia de las declaraciones de Hitler, concretamente si ciertas afirmaciones contradicen las creencias que expresó en otros lugares. Es importante señalar que había temas coherentes en la ideología de Hitler, que servían como principios fundacionales de los que se podían derivar sus demás opiniones. El más importante de estos axiomas fundamentales era su concepto de la «lucha eterna», que para él se basaba en el darwinismo social: «Considero que la lucha es el destino de todas las criaturas».

Un revolucionario que une nacionalismo y socialismo

Zitelmann reconstruye y traza la evolución de la visión del mundo de Hitler con un gran número de citas, a veces sorprendentes. Según su análisis, el líder del NSDAP se veía a sí mismo como un revolucionario cuya misión era transformar la sociedad. Hitler creía que esta transformación sólo podía lograrse con una élite combatiente, un grupo que, en su opinión, sólo podía encontrarse en los márgenes del espectro político, entre comunistas y nacionalistas, y no entre los «colgados» pasivos del centro burgués.

Hitler admiraba el comunismo porque, a diferencia de las fuerzas burguesas, defendía «fanáticamente» una visión del mundo. Quería llevar a cabo su revolución con partidarios del campo comunista y nacionalista. En 1941, recordaba: «Mi partido en aquel momento estaba formado en un noventa por ciento por gente de izquierdas. Sólo podía utilizar a gente que hubiera luchado». (Es probable que el porcentaje sea una exageración).

Hitler: nacionalismo = socialismo

Para Hitler, «nacionalismo» y «socialismo» eran idénticos.

Toda idea verdaderamente nacional es social en última instancia, es decir, quien esté dispuesto a comprometerse con su nación tan completamente que realmente no tenga ningún ideal más elevado que sólo el bienestar de ésta, su nación, … es un socialista…

Cuanto más fanáticamente nacionales somos, más debemos tomarnos a pecho el bienestar de la comunidad nacional, eso significa que más fanáticamente socialistas nos volvemos.

Adolf Hitler

Al mismo tiempo, Hitler «rechazaba tajantemente el nacionalismo burgués porque identificaba los intereses egoístas de clase y de lucro con los intereses de la nación», y Hitler también quería trascenderlos. En palabras del propio Hitler: «el socialismo se convierte en nacionalismo, el nacionalismo en socialismo… No reconocemos el orgullo de estamento, tan poco como el orgullo de clase. Sólo conocemos un orgullo, el de ser servidores de un pueblo». Dentro de esta nación, Hitler quería llevar a cabo la igualdad buscada por el socialismo: «El socialismo sólo puede existir en el marco de mi nación» porque «sólo puede haber iguales aproximados dentro de un cuerpo nacional, en comunidades raciales más grandes, pero no fuera de ellas.»

Siempre fue anticapitalista, pero sólo esporádicamente antibolchevique

Contrariamente a lo que se ha supuesto durante mucho tiempo, las cuestiones sociales desempeñaron un papel importante en el pensamiento de Hitler. Estaba profundamente preocupado por promover la igualdad de oportunidades y eliminar las distinciones sociales y de clase. Al mismo tiempo, Hitler era un anticapitalista acérrimo. Una creencia que impregnaba su pensamiento de forma coherente, en lugar de ser una mera maniobra táctica, como sugirieron en la década de 1920 algunos marxistas y socialdemócratas, para quienes la retórica anticapitalista de Hitler planteaba un problema. Como demuestra Zitelmann, el anticapitalismo fue una característica definitoria del pensamiento de Hitler en todo momento. No hay contradicción aquí entre Hitler en público y Hitler en privado. El anticapitalismo fue un hilo conductor constante, desde el principio de la carrera política de Hitler hasta el final.

No puede decirse lo mismo de la actitud de Hitler hacia el «bolchevismo judío». Según Zitelmann, Hitler creía en esta ideología a principios de los años 20. A finales de los años 20, su convicción había empezado a flaquear. Y en los años 40 se limitó a defender de boquilla la tesis del bolchevismo judío, defendiéndola públicamente sin tomársela en serio.

El historiador Thomas Weber llegó a una conclusión similar hace unos años en su libro Becoming Hitler: The Making of a Nazi. Según Weber, Hitler no veía el bolchevismo como una amenaza distinta, sino más bien como una herramienta del capitalismo judío.

Sólo veía a los comunistas como rivales, aunque la oposición más peligrosa procedía de la derecha

Por tanto, quien interprete las declaraciones antibolcheviques de Hitler como prueba de un fascismo reaccionario y chovinista se equivoca. Sin embargo, el hecho de que Hitler persiguiera más a la izquierda que a las filas de la burguesía «no tiene nada que ver con la preferencia de Hitler por la derecha, sino todo lo contrario. Consideraba a las fuerzas derechistas y burguesas como cobardes, débiles, sin energía e incapaces de cualquier resistencia. Mientras, suponía que la izquierda tenía las fuerzas valientes, valerosas, decididas y, por lo tanto, peligrosas.» Hitler consideraba el nacionalsocialismo como un movimiento revolucionario en competencia con los comunistas. Por tanto, consideraba a los comunistas como sus únicos adversarios serios. 

Posiblemente se trataba de una suposición errónea. Como señala Zitelmann:

La única oposición efectiva a Hitler, en realidad, representada por fuerzas conservadoras y en parte también monárquicas como Ludwig Beck, Franz Halder, Hans Oster, Erwin von Witzleben, Carl Friedrich Goerdeler, Johannes Popitz, el conde Peter Yorck von Wartenburg y Ulrich von Hassell, se situaba a su derecha.

Sebastian Haffner

El renombrado periodista Sebastian Haffner expresó una opinión similar en 1979:

La única oposición que realmente podría haber llegado a ser peligrosa para Hitler procedía de la derecha. Desde su posición ventajosa, estaba a la izquierda. Esto nos hace pararnos a pensar. Hitler no puede clasificarse tan fácilmente en la extrema derecha del espectro político, como mucha gente tiene la costumbre de hacer.

Sebastian Haffner

El 24 de febrero de 1945, ante el fracaso total e irreversible del Tercer Reich, Hitler declaró: «Liquidamos a los luchadores de clase de izquierdas. Pero desgraciadamente olvidamos entretanto lanzar también el golpe contra la derecha. Ese es nuestro gran pecado de omisión». Intentaba encontrar una explicación a su inminente derrota. De hecho, como subraya Rainer Zitelmann, fue la adhesión de Hitler a sus creencias ideológicas lo que le impulsó a no actuar contra los oponentes de derechas que tanto despreciaba, y no un mero descuido.

El Estado necesitaba «espacio vital en el Este»

Las políticas económicas de Hitler estaban muy influidas por el célebre economista Thomas Robert Malthus. Malthus sugería que el crecimiento de la población superaría a la producción agrícola, lo que provocaría posibles hambrunas, malestar social e inflación. Él extendió esta teoría a la producción industrial, prediciendo que la demanda de recursos naturales superaría a la oferta. A diferencia de Malthus, Hitler creía que la solución a este problema residía en la expansión territorial. Sostenía que si un Estado carecía de recursos suficientes dentro de sus fronteras, debía adquirirlos de Estados vecinos, escasamente poblados y con abundantes tierras fértiles. Esta ideología alimentó su fijación por adquirir «espacio vital en el este».

Con esto en mente, el 23 de noviembre de 1939, Hitler declaró a sus comandantes en jefe:

El creciente número de nuestro pueblo requiere un mayor espacio vital. Mi objetivo es establecer un equilibrio racional entre el tamaño de la población y el espacio vital. Aquí es donde debe comenzar la lucha. Ninguna nación puede eludir este reto o, de lo contrario, deberá ceder y extinguirse gradualmente… He elegido un camino diferente: ajustar el espacio vital para acomodar a la población. Una constatación es importante: el Estado sólo tiene sentido si sirve para preservar la esencia de su pueblo. En nuestro caso, hablamos de 82 millones de personas … El eterno reto es adecuar el número de alemanes a la tierra disponible.

Adolf Hitler

El dictador, inspirado en Malthus

Por cierto, la suposición de Malthus era errónea. Las poblaciones en crecimiento también pueden alimentarse mediante el aumento de la productividad y el libre comercio. El hecho de que pequeños Estados como Suiza y Singapur se encuentren hoy entre los países más ricos del mundo habla por sí solo. Pero a Hitler no le interesaba el libre comercio y tenía una visión pesimista del futuro del comerciJoo mundial. Este sentimiento era compartido por muchos políticos de su época que, como él, abogaban por la autosuficiencia, pero sin dar prioridad a la expansión de sus propios territorios.

Su actitud hacia la propiedad privada de los activos productivos es algo más complicada. Prescindió de las nacionalizaciones totales. Pero sus políticas erosionaron los derechos de los propietarios al imponer un estricto control estatal sobre la producción y la inversión. Hitler creía que la propiedad privada sólo era permisible cuando servía al «bien común» y no al interés propio del empresario. Se exigía a los propietarios que alinearan sus acciones con los objetivos del Estado. De este modo, todo quedaba subordinado al Estado.

La admiración de Adolf Hitler por la economía soviética fue en aumento, sobre todo en los últimos años de su vida. Recibía informes del Frente Oriental en los que se destacaban los importantes avances logrados gracias a los esfuerzos de industrialización de Stalin. En su círculo íntimo, elogió explícitamente el sistema soviético de planificación estatal. E insinuó que debería convertirse en un componente de la economía de posguerra, en total consonancia con su nacionalsocialismo.

El libro de Zitelmann es muy recomendable para profundizar en las perspectivas políticas y económicas de Hitler. En los años transcurridos desde entonces, se han publicado cada vez más resultados de investigaciones que apoyan y validan las conclusiones originales de Zitelmann.

Ver también

Por qué Hitler adoraba la justicia social. (Jon Miltimore).

Hitler y Che Guevara, dos caras de la misma moneda. (Manuel Llamas).

Tener a Hitler para cenar. (Helen Dale).

Hitler, líder de la izquierda. (José Carlos Rodríguez).

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