Mi admirada Irune, subdirectora de esta casa, me mandaba un pantallazo del libro “Borges y la economía” de Martín Krause, editado por Unión Editorial. Al día siguiente lo tenía en casa. Así funciona la innovación, también conocida como capitalismo, y que algunos quieren repensar. Que repiensen lo que quieran, con el dinero de los demás por cierto, pero que no nos protejan de comprar algo y tenerlo al día siguiente, por favor. Un día es un libro y otro es un medicamento.
El libro es precioso y sentí ganas de escribir sobre ello. Desde este rincón doy mi enhorabuena a Unión Editorial y a Martín Krause.
Los que defendemos las ideas de la libertad estamos demasiado acostumbrados a oír sobre Hayek, Mises o Friedman, eminencias a las que no me corresponde quitar mérito. También oímos hablar mucho sobre el liberal Mario Vargas Llosa o sobre la escritora rusa Ayn Rand. Rara vez se escucha en esta batalla, que algunos creemos necesario librar, a Jorge Luis Borges.
Empezaré fuerte, diciendo que la obra de Borges es bastante más libertaria, anarquista, minarquista o liberal, como cada uno le quiera llamar a “dejar-en-paz-al-de-al-lado”, que la obra de Vargas Llosa. Separando al escritor del pensador, la obra de Vargas Llosa, no se sienta lejos de García Marquez, por poner un ejemplo cercano. Y lejos de debatir, porque no me corresponde ni me interesa, el porqué de ese giro copernicano, diré que los valores que defiende Borges en su vida y en su obra responde más al liberalismo clásico que casi cualquier otro escritor que podamos pensar.
Aquella frase del profesor Bastos, que tanta enjundia tiene a la vez que sorna en redes y dice “capitalismo, ahorro y trabajo duro, no hay otra cosa”, es lo que vemos repetidamente en la obra de Borges. El escritor no habla de estados, de impuestos, banderas o ni siquiera de países, Borges habla de individuos, como casi lo único real. Borges no necesita exponer al siempre excitante Howard Roark, ni aquella heroína Dominique Francon, encima de edificios viendo como los hombres de bien vencen a los hombres colectivistas. Borges comparte historias que comienzan siendo aparentemente humildes pero acaban situando al hombre en medio de todo, como piedra angular de la vida como la conocemos.
Tenemos al hombre que se pregunta si puede existir otro hombre en su propio sueño, en ese cuento que se llama “Las ruinas circulares”; tenemos a dos Borges encontrándose en un banco obviando el tiempo en “El otro”, como si el hombre pudiera superar en alguna realidad o en el futuro los límites el tiempo. ¿Quién podría hacerlo sino el hombre?. Tenemos a Pierre Menard intentando escribir, otra vez, “El Quijote”; tenemos a Funes, capaz de recordar todo, capaz de contener un “Aleph” en su memoria; tenemos los cien poemas que mencionan a Heráclito con la cuestión del ser. Y con el hombre, Borges, también hace mención y homenaje a los oficios, todos ellos respetables hasta el extremo de la admiración, por esos cuchilleros apátridas a los que solo les queda el honor de ser quiénes son. Tenemos esa crítica con el fino estilo borgiano al “azar” en la lotería de Babilonia, donde el trabajo duro ha dejado paso al “azar” convirtiendo en tiranía lo que era la democracia. No sé si les suena. O esos “inmortales” que, privados de la muerte, se dan cuenta que están privados de su capacidad de ser hombres, ese “salario mínimo vital” que es saber que al día siguiente seguirás vivo pase lo que pase dejando incluso, como se describe en el cuento que un pájaro, “anidaba en su pecho”.
Aunque nos hagan creer que el capitalismo es “American Psycho” de Easton Ellis, está en nuestra mano demostrar que el capitalismo es ser honrado, ahorrar, usar la cabeza e intentar sobrevivir con dignidad. No hay otra cosa, como diría Bastos.
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