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Soluciones Rothbardianas al problema de la natalidad

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Los subsidios o incentivos económicos no contrarrestan la caída de la natalidad; las políticas públicas y los discursos políticos en favor de tener más hijos no suelen tener un efecto significativo o sostenido sobre el aumento de la natalidad. Además, los países menos ricos y en desarrollo pueden presentar una natalidad más alta que los países ricos o desarrollados. Estos hechos parecen indicar que el problema de la natalidad no es un problema económico, sino cultural, subjetivo y cognitivo (creencias).

Las asociaciones más comunes que encuentro en las personas cuando hablo del problema de la natalidad son: bajo poder adquisitivo y, a nivel cognitivo, hedonismo, miedo al compromiso, individualismo y corto plazo en los adultos jóvenes. Es decir, la mayoría de las personas me dice que cree que estamos teniendo pocos niños porque los jóvenes no tienen suficientes recursos y, aunque los tuvieran, temen al compromiso de pareja, priorizan su carrera, viajar, tener el nuevo iPhone, etc.

Si partimos de que se pueden tener hijos con bajo poder adquisitivo, porque así lo demuestra la historia de la humanidad, queda claro que el factor cognitivo es determinante. ¿Por qué, cuando se compara tener hijos con otras alternativas, tener hijos pierde? Ahora bien, esto no implica que no podamos analizar cómo el factor económico y político puede moldear el elemento cognitivo y cultural en favor de la natalidad.

La política pública en detrimento de la natalidad

En Poder y Mercado, Rothbard nos enseña que el escenario de libre mercado es un contrafactual muy difícil de estimar. No sabemos qué sería de la educación, la sanidad o la seguridad si fuesen privadas; las pequeñas ofertas privadas de esos servicios dentro de un sistema público no nos sirven para hacer esas estimaciones. Por ello, preguntarnos: ¿Qué sería de la natalidad sin tanto intervencionismo? Es algo que solo podemos especular. Sin embargo, Rothbard nos enseña a usar la praxeología para describir de forma lógica cursos de acción en escenarios de mayor libertad, es decir, estimar dicho contrafactual a partir de entender las distorsiones que generan las políticas públicas sobre la economía.

El Estado de bienestar y las pensiones públicas

Rothbard nos explica cómo la intervención se caracteriza por la apropiación y redistribución de recursos ajenos, lo que lleva a conflictos entre grupos sociales. En el caso de la natalidad, es particularmente relevante el conflicto intergeneracional a corto plazo: el Estado redistribuye recursos desde la población productiva hacia la improductiva. Esta última puede incluir parásitos sociales, niños o ancianos. Por lo tanto, los sistemas públicos de pensiones y el estado de bienestar en general ponen en competencia a estos grupos por los escasos recursos extraídos de la población productiva.

Dado que los niños no votan, es evidente que los ancianos y los grupos o personas parasitarias (quienes toman más de lo que aportan al sistema) van ganando esta competencia.

Las fronteras abiertas y la flexibilidad laboral en favor de la natalidad

Las políticas migratorias y las regulaciones sobre contrataciones y despidos de los trabajadores, nacionales o internacionales, forman parte de lo que Rothbard denomina intervenciones triangulares, ya que «el invasor puede obligar o prohibir un intercambio entre un par de sujetos (…) se crea una relación hegemónica entre el invasor y un par de intercambiantes o futuros intercambiantes». Este tipo de intervenciones restringe la asignación efectiva del capital humano, es decir, que las personas puedan ir a trabajar allí donde son más necesarias. Además, estas regulaciones, al igual que los impuestos al salario, incentivan el «hágalo usted mismo».

Estas consecuencias desincentivan la natalidad porque la crianza de los humanos es cooperativa y se puede facilitar incorporando a más personas en la labor. La política más popular suele ser ampliar las bajas por maternidad/paternidad, pero eso solo ayuda a los padres en los primeros meses. Por el contrario, poder contratar niñeras o ayudantes del hogar, a bajos precios, de forma flexible, sean extranjeras o locales, constituye una ayuda constante durante todo el proceso de crianza.

La liberalización del suelo en favor de la natalidad

Rothbard desarrolló en detalle los mecanismos libres para la asignación de la propiedad sobre el suelo. Según él, la propiedad podría adquirirse por apropiación originaria o por transferencia legítima a través del mercado. Además, defendía que el Estado debía vender las tierras que tenía en su control o que los individuos podían apropiarse legítimamente de ellas para vivir.

Sin lugar a duda, la dominación del territorio por parte del Estado responde únicamente a su naturaleza mafiosa y confiscatoria. El Estado acapara el suelo y regula su uso, limitando artificialmente la oferta de vivienda.

La liberalización del mercado de vivienda tiene tantas consecuencias positivas que Bryan Caplan ha dedicado su último libro, «Build, Baby, Build: The Science and Ethics of Housing Regulation», a exponer por qué esta sería una medida clave para generar una cadena de resultados positivos para la economía norteamericana. Un menor gasto en vivienda permite iniciar el proyecto familiar de forma temprana y libera una gran parte del presupuesto familiar, que puede destinarse a tener más hijos.

Además, de la combinación entre libertad de construcción, educación y contratación, podrían surgir urbanizaciones privadas con servicios de bajo costo adaptados a las familias con hijos. Estas familias, en caso de no contar con el apoyo directo de la familia extendida, necesitan recurrir diariamente a servicios como guarderías, cuidados en el hogar, transporte privado, entre otros.

Libre mercado y natalidad

Por un hecho, diría yo, de pura aversión intuitiva y deseabilidad social, hablar de la transferencia libre y voluntaria de derechos sobre la tutela de los niños es un tema excesivamente controversial, porque ya existe la transferencia pública de tutelas. Rothbard aclara que el mercado posee un humanismo elevado, lo cual se evidencia en la forma en que la mayoría de los individuos cuidan de la propiedad que han adquirido pacífica y voluntariamente.

En su famoso capítulo sobre la adopción en La ética de la libertad, Rothbard plantea que la demanda por tutelas de niños supera por mucho a la oferta. Esto es algo cierto, especialmente en el caso de niños a edad temprana y con buena calidad genética. La heterogeneidad humana es una fuente de riqueza, y algunas mujeres tienen capacidades extraordinarias para dar a luz niños sanos sin complicaciones, mientras otras enfrentan enormes dificultades. El mercado podría aprovechar las ventajas relativas de estas mujeres, permitiéndoles recibir ingresos o una compensación adecuada por sus talentos y esfuerzos, al tiempo que contribuiría a ayudar a aquellas familias con dificultades, cubriendo así la demanda excesiva existente.

Lamentablemente, debido a la controversia, los intercambios de tutela seguirán siendo monopolio estatal y solo serán sustituidos por soluciones de mercado que incorporen tecnología en el desarrollo de embriones y bebés sanos. El monopolio estatal y la imposibilidad del mercado de atender el asunto de la adopción posiblemente dejarán a los niños adoptados del futuro en una mayor vulnerabilidad.       

El egoísmo altruista en favor de la natalidad

Finalmente, creo que existe una parte de la batalla cultural que hemos perdido y que está teniendo efectos negativos sobre la natalidad. El estatismo promueve una ética fundamentada en el altruismo forzado, y para sostenerla construye la asociación: «virtuoso = todo aquello que hacemos por los demás o el bien común» y «no virtuoso = todo aquello que hacemos priorizándonos a nosotros mismos». Es cierto que aquellos que toman en consideración a los demás pueden ser mejores agentes cooperadores, pero la ética del libre mercado nos muestra que existen muchas externalidades positivas que surgen de motivos egoístas. Una de ellas es la natalidad.

Ser padres se considera actualmente un sacrificio en toda regla, un acto de dar sin esperar nada a cambio. Las redes sociales bombardean a los padres con lecciones sobre todo aquello que deben hacer en la crianza para evitar tener un impacto negativo sobre sus hijos. Esto solo hace que la idea de tener hijos se presente como excesivamente abrumadora, costosa y poco gratificante. Es por ello que la virtud del egoísmo debe resurgir: ser padres debe basarse en motivos egoístas acerca del estatus, el placer o la trascendencia que nos da ser padres, y no en lo sacrificado que es. Las acciones egoístas se incentivan de manera más fácil y sostenida que las acciones altruistas, las cuales suelen depender de la expectativa inespecífica de retribuciones sociales.

Conclusión

En conclusión, las aportaciones de Murray Rothbard nos dotan de las herramientas para determinar el tipo de regulaciones e intervenciones que tienen un mayor impacto negativo sobre la natalidad. Sin embargo, el juego real consiste en cambiar las condiciones económicas y políticas para impactar sobre las creencias o factores culturales que impactan la decisión de tener hijos. Para hacer esta decisión más atractiva, hay que promover que sea una decisión abiertamente egoísta e incentivar que tener muchos hijos vuelva a ser un señalizador de estatus, riqueza y buena vida; donde, en el cine, la publicidad y las redes sociales, resurja la imagen de hombres y mujeres que se esfuerzan por construir familias numerosas a su alrededor para ser más felices y vivir con mayor plenitud.

Ver también

Natalidad, alternativas y economía: la milonga de las guarderías. (Domingo Soriano).

De la apología de la natalidad y la libertad a la guerra cultural y la política pop. (María José Calderón).

‘Feria’ de Ana Iris Simón, y la baja natalidad. (Fernando Parrilla).

Invierno demográfico en Europa. (Francisco Moreno).

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