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Algo huele a podrida corrección política en Dinamarca

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En torno al Islam hay una valla infranqueable para la libertad de expresión.

La presidenta del Parlamento Danés, Pia Kjaersgaard, escribió el pasado día 9 un post en su blog en el que relata que en Cinemaxx, las salas de un centro comercial de Copenhague, se proyectó una película para una comunidad musulmana. Siguiendo los preceptos morales del Islam, la compra de entradas se organizó en dos filas: una para hombres, otra para mujeres.

Kjaersgaard se lamenta de que hayamos progresado hacia la segregación de sexos en un acto público, si bien ella no utiliza exactamente estas palabras. Sí ve propio de un régimen como el appartheid que haya un acto para una etnia en exclusiva, lo cual no es del todo exacto. En Suráfrica hace décadas que no funciona ese régimen y hay actos a los que sólo acude una etnia todos los días. También se duele de la segregación por sexo, algo que consideramos lamentable casi todos nosotros, con la única excepción de las feministas radicales.

Estas situaciones cada vez son más comunes, y dejarán de ser noticia. Es más, si Kjaersgaard, quien tampoco es un dechado de virtudes políticas, no lo hubiese comentado en su página personal, este asunto tampoco habría sido noticia, viendo la poca repercusión que ha tenido en los medios de comunicación. ¿Cómo es que un hecho así, en la capital de Dinamarca, no merece mayor atención? Es difícil conocer todos los motivos, pero al menos uno de ellos es que en torno al Islam hay una valla infranqueable para la libertad de expresión.

Ejemplos de ello no faltan, por desgracia. Como el caso de Fleeming Nielsen. Escribió en Facebook que “la ideología del Islam es tan repugnante, nauseabunda, opresiva y deshumanizante como el nazismo. La inmigración masiva de islamistas a Dinamarca es el proceso más devastador que la sociedad danesa ha sufrido en tiempos históricos recientes“.

Nielsen fue condenado a una pena de 1.600 coronas por violar el artículo 266 del Código Penal, que condena la expresión de actitudes racistas. Nielsen respondió a la sentencia en una televisión, diciendo: “No violé el artículo por el que me acusaron. No mencioné la religión del Islam o los musulmanes con una sola palabra. Me referí a los islamistas y la ideología del Islam”.

Quizá la expresión “ideología del Islam” no fuera muy precisa. Desde luego, lo que no se puede considerar es que él se refiriese a una raza. Primero por su mención a las ideas, y luego porque el Islam no es una raza, sino una religión que, además, tiene la vocación de llegar a la totalidad de las razas.

Pero el razonamiento de la sentencia fue otro: “Las afirmaciones que ha hecho el acusado deberían verse en el contexto social e histórico del invierno de 2013, y en ese contexto el tribunal ve las afirmaciones sobre ‘la ideología del islam’ en referencia a todo el islam, en general, y no a su lado más extremo”. Lo cual no es tan descabellado si vemos el contexto de lo que es el Islam en Dinamarca. Un año más tarde de estas declaraciones, la televisión TV2 fue mezquita por mezquita, visitando las 14 en Jutlandia del Este y preguntándoles si denunciaban la actividad de Estado Islámico. Sólo una se distanció claramente de la organización, a la que llamó “terrorista”. El resto, no lo hizo. Quizás en Dinamarca Islam e Islam extremo se confundan; ese es “el contexto social e histórico”, al fin y al cabo.

Aún así, no parece motivo suficiente para condenar a una persona por expresar su opinión. El razonamiento del tribunal es que del Islam sólo se puede criticar lo que entiendan los propios jueces que es extremo en el Islam, pero que la propia religión tiene el privilegio de quedar protegida de cualquier crítica.

Nielsen tuvo mala suerte. Si hubiera dicho que los judíos son “la prole de monos y cerdos”, como dijo en el mismo país Mohamed Al Khaled Samha, imán de la mezquita de Odense, no le habría pasado nada. Se da la circunstancia de que el judaísmo no tiene la vocación universalista, ecuménico, del cristianismo o del Islam. En definitiva, son un pueblo histórico elegido por Dios. Luego sus afirmaciones son más cercanas a lo que puede entenderse por racismo. Aunque quizá sólo sea una muestra del estado de la ciencia islámica del momento, que todo puede ser.

Algo más recientemente, en 2015, Mogens Camre fue condenado al pago de 8.000 coronas por comparar al Islam con el nacional socialismo. Lo hizo con estas palabras: “Por lo que se refiere a la situación de los judíos en Europa: los musulmanes están siguiendo donde Hitler lo dejó. Sólo el mismo tratamiento que se le dió a Hitler cambiará la situación”. Camre es un patán xenófobo que dice cosas como que los inmigrantes no contribuyen en nada a Dinamarca. Lo curioso del asunto es que fuese condenado por racismo al criticar el racismo de otros.

El gobierno de Dinamarca ha reaccionado elaborando una lista negra de predicadores del odio, a los que no deja entrar en el país. Se ha estrenado con cinco clérigos musulmanes y un pastor evangélico americano. Nada de esto mejora la situación de la libertad de expresión en Dinamarca. El año pasado, un hombre de 42 años fue encausado por quemar un ejemplar del Corán en su jardín, y publicar el vídeo. El fiscal recuperó, para poder encausarle, la ley que condenaba la blasfemia. Un cambio legislativo, que ha eliminado la pena por esta causa, ha terminado con su caso. Eso sí es una mejora en la libertad de expresión. Hubiera sido la primera condena en Dinamarca por blasfemia desde 1946.

Por supuesto, todos recordamos la situación que se creó con la publicación de las viñetas de Mahoma en el diario Jyllands-Posten. El asunto preocupa a la sociedad danesa, y una parte de ella reúne el valor suficiente como para expresar sus miedos. En febrero de 2015 se organizó un simposio sobre Islam y libertad de expresión en un centro cultural de Copenhague.

No estoy al tanto de lo que se habló allí, pero los más agoreros comentarios se verían trágicamente refrendados cuando, a la salida del acto, el director de cine Finn Norgaardmurió asesinado por Omar El-Hussein. Norgaard era un documentalista que había mostrado una especial preocupación por lo que llamamos integración. Una de sus películas, por cierto, se rodó en España; mostraba el peregrinaje de cuatro jóvenes delincuentes extranjeros a Santiago de Compostela. Aquí, el peligro por ejercer la libertad de expresión no procede del sistema legal, sino de la comunidad musulmana.

De modo que vemos la libertad de expresión amenazada en primer lugar por la intolerancia islámica, pronta a resolver la discrepancia o la diferencia con ejecuciones. Y de otro, vemos cómo funciona el mecanismo de censura cuando alguien señala la realidad que conocemos como corrección política. No se trata de prohibir el ejercicio de una fe religiosa, ni de evitar cualquier expresión que pueda molestarle a cualquiera de sus fieles. Se trata de asumir que la sociedad es plural, que hay opiniones y fes distintas, y que no debemos transigir con las amenazas a la libertad de todos.

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