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Nada ha cambiado en el totalitarismo cubano un año después de morir Fidel Castro

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El líder del mayor grupo opositor dentro del país está encarcelado desde la muerte de Fidel Castro.

Cuando Fidel Castro se apartó oficialmente del poder y entregó el testigo a su hermano Raúl, en febrero de 2008, no faltaron quienes quisieron ver en ello el inicio de una transición hacia la democracia. Ocho años y otros tantos meses después, cuando el longevo dictador falleció, volvió a ocurrir lo mismo. Numerosos analistas, y no pocos políticos, consideraron que el actual mandatario aprovecharía para iniciar un proceso de apertura en Cuba. El anuncio de que se retirará de la Presidencia del país en febrero de 2018 fue interpretado en el mismo sentido. Sin embargo, una vez más, volvieron a fallar tan optimistas vaticinios.

El menor de los Castro es un comunista aún más ortodoxo que su hermano, y ha mantenido inamovible la esencia totalitaria de una dictadura que él dirige con mano de hierro. Un año después del fallecimiento de su hermano, y cuando faltan cuatro meses para su teórico retiro, no ha habido ningún cambio de fondo real. Sólo habían pasado cinco días desde la muerte del fundador del régimen comunista cubano cuando fue detenido el líder del mayor grupo opositor en el interior del país.

Presos políticos y represión laboral

Eduardo Cardet, sucesor del fallecido Oswaldo Payá al frente del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), fue arrestado por declarar a una emisora española de radio que Fidel Castro era “controvertido, sumamente odiado y rechazado por el pueblo cubano”. El coordinador nacional del MCL, organización que cuenta con unos mil miembros dentro de la isla, fue condenado a tres años de prisión por esa frase. Doce meses después, sigue cumpliendo la pena.

A mediados de este octubre, Amnistía Internacional (AI) daba a conocer su informe Es una prisión mental, que lleva el explícito subtítulo de Cuba: mecanismos de control de la libre expresión y sus efectos intimidantes en la vida cotidiana. El documento incluye numerosos testimonios sobre cómo el régimen utiliza la amenaza de la pérdida de empleo para poner freno a cualquier tentación de criticar al poder. Para sufrir este tipo de represión no es necesario tan siquiera haber escrito o dicho algo que pueda molestar al Gobierno o al Partido Comunista de Cuba (PCC).

Es suficiente con no haber dado muestras públicas de adhesión. AI recoge el caso de un camarero que trabajaba en un restaurante propiedad del Estado. Fue despedido por no haber participado en una marcha con motivo del Día del Trabajo (que, como en todos los sistemas comunistas, se utilizan como movilizaciones de supuesto apoyo popular a la ‘revolución’).

Ni tan siquiera el limitado sector privado es una salida para estos represaliados por el poder. Los conocidos como “cuentapropistas” (permitidos desde el año 2008 en una desesperada búsqueda de aliviar la dura situación económica) están sometidos a duras regulaciones y férreos controles estatales. El expulsado de un empleo público, o cualquier otro, que opte por esta vía para ganarse la vida tiene siempre sobre él la espada de Damocles de la arbitrariedad de la Policía y otros organismos de inspección. Cualquier expresión, por sutil que sea, que el régimen pueda considerar como una crítica al sistema puede conducir a la cárcel o, como poco, a la pérdida de la autorización para trabajar.

Raúl Castro se asegura el continuismo del régimen

El régimen castrista no ha cambiado su naturaleza represiva, y la dura situación económica que atraviesa Cuba no va a forzar a sus dirigentes a afrontar cambios reales. El Gobierno de La Habana se está moviendo para sobrevivir a pesar de la dura crisis política, económica y social que vive una Venezuela a la que ha parasitado durante las ya casi dos décadas de chavismo. Como en tiempos de la Guerra Fría, un dictador Castro vuelve a mirar a Moscú. Y, también como en aquella época, Vladimir Putin está dispuesto a gastar ingentes cantidades de dinero de la Federación Rusa para mantener un aliado dependiente del Kremlin y hostil a Estados Unidos a pocas millas de las costas de Florida.

La retirada de Raúl Castro de la Presidencia no cambiará las cosas. Aunque deje la Jefatura del Estado, seguirá al frente del todopoderoso PCC. Será, de esta manera, un auténtico presidente en la sombra con capacidad para manejar a su sucesor como si de una marioneta se tratara. Además, se va a garantizar que todo quede ‘atado y bien atado’ para que el futuro presidente (seguramente, el apparátchik comunista y actual vicepresidente segundo, Miguel Díaz-Canel) no se deje llevar por poco probables veleidades reformistas. El poder militar estará a las órdenes de un miembro de la siguiente generación de los Castro: el jefe de la Inteligencia y la Contrainteligencia, Alejandro Castro (hijo del propio Raúl y sobrino de Fidel).

La gravedad de la situación en Venezuela ha puesto en aprietos a la dictadura cubana, que ya ha buscado en Rusia la nueva potencia a la que parasitar, pero le ha venido muy bien para apartar los focos internacionales de la represión que ejerce contra su pueblo. Nada cambió tras la retirada de Fidel Castro, ni lo hizo tras su muerte. Y, por desgracia, posiblemente tampoco lo haga cuando Raúl Castro deje de ser nominalmente el presidente del país. O al menos esos son sus planes y los de sus más cercanos. La mayor de las islas del Caribe seguirá sometida al terror y la represión.

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