Skip to content

El lenguaje económico (XI): El comercio

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El comercio tiene luces y sombras. Desde una óptica praxeológica, se trata de una actividad útil pues, axiomáticamente, beneficia a todos cuantos participan en los intercambios. El comercio es ético, pues se trata de una actividad libre, pacífica y consentida; sin embargo, los comerciantes no son seres angelicales y a menudo son vistos con suspicacia. El fraude comercial y su corolario, el enriquecimiento ilícito, han sido causantes de la condena moral del comercio. Recordemos el pasaje bíblico: «Entró Jesús en el templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas» (Mateo, 21: 12). Según Antonio Escohotado (2015) este episodio constituyó un ataque injusto, pues tanto el cambio de moneda como la venta de animales tenía por finalidad la ofrenda de sacrificios a Yahvé. De igual modo, hoy veríamos injusto el destrozo de las tiendas que hay dentro de las iglesias donde se venden libros y souvenirs. La condena generalizada al comercio no solo está injustificada, sino que supone un freno al desarrollo económico. Esta secular animadversión al comercio es el origen de múltiples expresiones que hoy analizaremos.

El dogma Montaigne

Posiblemente, el error más funesto y persistente contra el comercio proviene del filósofo y humanista francés Michel de Montaigne (1533-1588), cuyo ensayo Nº 21 se titula: «El beneficio de unos es perjuicio de otros». Es muy extendida la creencia de que la riqueza es una cantidad fija, por tanto, alguien solo puede ser rico a expensas de los pobres. La estadística es utilizada para abundar en este error de «suma cero», por ejemplo, se afirma que el «1% de los ricos del mundo acumula el 82% de la riqueza global», pero nunca se dice que ese 1% enriquece al 99% restante mediante inversiones que aumentan la productividad del trabajo y los salarios reales. Los igualitaristas parecen ignorar que en un mercado no interferido el aumento de la riqueza de unos pocos se produce necesariamente aumentando la riqueza de las masas.

Comercio justo 

Todas las iniciativas denominadas comercio «justo» reconocen implícitamente que el libre comercio no lo es, por ejemplo, frecuentemente se dice que existe una inequidad de ingresos entre productores y comercializadores. Supuestamente estos últimos obtienen beneficios «excesivos» a expensas de los primeros. En esta nueva versión de la teoría de la explotación es el comerciante el que abusa del agricultor o ganadero. Pero si la utilidad es subjetiva, ¿cómo saber si un intercambio es o no equitativo? ¿Y quien será el juez de tan espinosa cuestión? Los promotores del comercio justo apelan a la justicia global, los derechos humanos o el medioambiente para alcanzar sus objetivos igualitaristas, pero el comercio afortunadamente es inmune a prejuicios y pseudoderechos. Los defensores del comercio justo, en lugar de demonizar al comerciante, podrían pedir a los gobiernos la eliminación de aranceles a la importación de productos.

El problema del comercio justo es que sus promotores desean eliminar o acotar el ánimo de lucro, sin darse cuenta de la importante función social que desempeña. En un mercado no interferido quien más se lucra es aquél que ha sido capaz de servir más cumplidamente las necesidades de los consumidores. La riqueza se obtiene enriqueciendo a los demás. No hay conflicto de intereses entre compradores y vendedores. 

El salario «digno»

La relación laboral es un intercambio económico. El empresario compra el trabajo que el empleado vende. La formación del salario, como precio del trabajo, obedece a las mismas leyes económicas que cuando se compran materias primas, maquinaria o bienes de consumo. Los salarios no se forman atendiendo a la dignidad del empleado ni a sus necesidades personales o familiares, sino a su productividad. Frecuentemente se apela a la «dignidad» para exigir una remuneración superior a la que el libre mercado concede a cada trabajador. Salario «digno», condiciones laborales «dignas», vivienda «digna», etc. son consignas que se utilizan para alcanzar unas condiciones económicas y laborales distintas de las que una persona obtiene con su propio trabajo. En lugar de exigir «dignidad, quién desee mejorar su salario deberá trabajar más horas, cambiar de ocupación o de lugar de residencia, mejorar su cualificación, etc. Pero mientras no lo consiga, deberá admitir que su actual empleador es la persona que más lo valora. 

Beneficio comercial «excesivo»

Otras veces se afirma que el beneficio (nunca las pérdidas) comercial es «excesivo» o que la ganancia debería ser «razonable». Por ejemplo, la usura es un caso particular donde se considera que el precio del préstamo —el interés— es excesivo. ¿Pero cómo saber si un precio es razonable o excesivo? Puesto que el valor es subjetivo, el único juez capaz de dirimir esta cuestión es el cliente. Si éste considera que el precio es «excesivo» no habrá intercambio, pero si lo hubiera, asumimos que el comprador lo da por bueno, por elevado que sea éste. Por otro lado, considerar «excesivo» el beneficio comercial no deja de ser una suposición, pues solo el empresario conoce en detalle los costes soportados. Que el beneficio comercial sea elevado no es malo ni censurable, todo lo contrario, es la mejor prueba de que el empresario satisface a sus clientes de un modo superior a sus competidores. Para rizar el rizo, también se critica al comerciante por vender «demasiado» barato, es decir, la denominada «venta a pérdida» o dumping. Haga lo que haga, el comerciante está condenado. Si el precio es muy alto, es avaricioso; si el precio es similar al resto es que hay colusión de precios (cártel) y si el precio es muy bajo, es que hace dumping.

Comercio exterior y balanza de pagos

La distinción entre comercio interior o exterior es únicamente producto de la existencia de Estados, cuyas legislaciones restringen la movilidad transfronteriza de las mercancías y de los factores de producción. «La verdad es que los individuos, al actuar, al proceder ya sea como productores o como consumidores, como vendedores o como compradores, jamás diferencian el mercado interior del exterior» (Mises, 2011: 392). Los errores del mercantilismo siguen instalados en la mente de muchos, por ejemplo, creyendo que que es mejor exportar que importar. La balanza de pagos es un mito porque todo incremento o decremento de los saldos en efectivo siempre es favorable para quienes realizan intercambios comerciales. Exportación e importación son cara y cruz de una misma moneda y ambas tienden a igualarse. Por ejemplo, los euros que salen de España al comprar vehículos Audi o BMW vuelven con los turistas alemanes. Las metáforas de corte nacionalista —soberanía alimentaria o energética— o incluso las campañas de «consumo local» y «kilómetro cero» reproducen el mismo error: creer que la autarquía rinde mejores frutos que el libre comercio.

Bibliografía

Escohotado, A. (2015). Los enemigos del comercio (I). Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=sgl9ZvTjiGE

Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.

Montaigne, M. (1580). Ensayos. Edición digital basada en la de Paris, Casa Editorial Garnier Hermanos, [s.a.]. http://www.cervantesvirtual.com

Serie ‘El lenguaje económico’

(X) Capitalismo

(IX) Fiscalidad

(VII) Sobre lo público

(VII) La falacia de la inversión pública

(VI) La sanidad

(V) La biología

(IV) La física

(III) La retórica bélica

(II) Las matemáticas

(I) Dinero, precio y valor

6 Comentarios

  1. Me alegro mucho de leer al señor Hernández Cabrera.

    Un comentario sobre el párrafo inicial en la parte de Jesús atacando el «comercio» en el templo. Aquí hay dos asuntos que no están claros. El primero no es interesante para los economistas. El segundo templo de Jerusalén era bastante distinto del primero (el primero fue destruido mucho tiempo antes, y en su destrucción los judíos perdieron el arca de la alianza, con su contenido, según las escrituras), y no está claro para mí que, según la ley mosaica, fuera posible vender animales para sacrificar en los rituales precisamente ahí. Surgen muchas preguntas, por ejemplo: las adiciones al templo donde se desarrollaba el comercio ¿eran parte del templo o no lo eran?. Según algunos comentaristas bíblicos que he leído, los judíos se habían distanciado mucho de la ley en esa época. Solo eso ya explicaría muchas cosas.

    El segundo asunto sí es de interés para economistas y juristas, pero es dudoso, y no sé si Escohotado lo llegó a comentar. Lo acostumbrado (y quizás lo mandado) era que la gente fuera a Jerusalén, desde cualquier otra localidad, a cumplir con los rituales religiosos anuales, trayendo consigo sus propios animales que ellos criaban, los cuales debían cumplir unas condiciones concretas. El judío que no tenía animales, podía comprarlos, pero si traía una moneda distinta a la moneda que se usaba en Jerusalén (entonces Judea era una provincia romana), debía cambiarla yendo primero a un cambista. Y aquí viene la corrupción: parece ser los que mandaban en el templo y los cambistas tenían un acuerdo para manipular el precio de la moneda. La gente estaba obligada a comprar monedas devaluadas, para comprar animales para cumplir con sus obligaciones religiosas, perdiendo valor que iba, injustamente, a ser repartido entre los cambistas y los del templo. Si esta interpretación del asunto es certera, entonces Jesús no estaría castigando a unos comerciantes de dinero inocentes que buscaban justa ganancia, sino a comerciantes corruptos que estafaban a la gente indefensa. Por otra parte, este negocio, si existió, seguramente era legal según los romanos, o, al menos, miraban a otro lado. De la misma manera como hoy hay leyes que regulan algunas actividades financieras que todo el que esté informado sabe que solo existen para destruir valor y defraudar a los incautos. La ira de Jesús era por el incumplimiento de la ley religiosa, pero no por la ley secular de ese tiempo. La cuestión es si la ley religiosa prohibía la ganancia en ese tipo de comercio o no. Y los liberales tendrán algo que decir sobre esa ley religiosa, o quizás prefieran callar. Seguramente, los romanos y los líderes religiosos de los judíos eran, en todo, más enemigos del comercio que Jesús con el látigo.

    Suena realmente raro que los ateos acusen a Jesús de cometer una injusticia atacando a gente inocente, porque la opinión por defecto de muchos es negar la existencia de Jesús, de modo que ese episodio tampoco existió: ¿De qué se quejan?. Así que para criticar con justicia a Jesús primero hay que reconocer alguna parte de verdad en la narración evangélica (cosa muy inusual), y después hay que explicar que esa estafa entre cambistas y levitas no existió (difícil), o bien que era legal según la ley religiosa (mucho más difícil, en mi opinión).

    Así que nos quedamos como estábamos.

    Los enemigos del comercio, son, primeramente, los legisladores y los comerciantes que se ponen de acuerdo para anular el riesgo de la competencia y la innovación. Cualquier otro ataque al libre comercio es de mucho menor calado. La tasa natural de beneficios tiende a decrecer, así que todo es ir en contra de la naturaleza, de la realidad. Realmente, esto es lo único que hacemos en todas las actividades: desobedecemos la naturaleza, nos llevamos un buen coscorrón, y luego nos recuperamos volviendo a obedecerla sumisamente, planeando la siguiente revuelta. Es desternillante.

    No se escapan los liberales. También ellos se empecinan en luchar contra la naturaleza: es evidente que la gente no quiere libre comercio. La gente quiere privilegios y esclavos, riquezas interminables logradas sin esfuerzo, y total impunidad legal y política. Nada de esto es posible en el libre mercado, y lo saben intuitivamente, y por eso huyen. No quieren vivir dentro de los márgenes de la realidad. Los liberales les dicen la verdad: es la única opción sensata. Y siempre la rechazan. Es su naturaleza. Los liberales también van en contra de una parte de la naturaleza.

    Estos días oigo a mucha gente escéptica del Estado (sorpresa inesperada en España) que tienen simpatías por Vox, partido político que no defiende el libre comercio, como se sabe. Básicamente, sus opiniones económicas son mercantilistas y tienen una mentalidad autoritaria (como Eric Zemour o Steve Bannon) pero ellos creen que eso es la libertad, a diferencia del mercantilismo y del autoritarismo que impera en Europa (gran ironía). Buscan que el Estado les salve del Estado. Es fascinante observar todo esto. Están a un paso de la solución, y no se atreven. Todo el que empieza a dudar del Estado moderno busca la forma de salvarlo, de crear un Estado «bueno», útil, sensato, razonable, uno que no destruya ni abuse. Cualquier imposibilidad es preferible al libre mercado, en esta fase del desarrollo del pensamiento.

    De estos que describo, algunos ya hablan de sacar a España de la Unión Europea, en contra de la línea del partido, que es que la Unión Europea puede ser útil para acabar con el marxismo cultural, el ecologismo, los ataques a la familia. ¡Lo cual va claramente en contra de la ideología básica de la UERSS!

    El plan es, y siempre fue, la disolución de los Estados europeos dentro de la Unión, que sería un macroestado sin forma clara (¿república, monarquía, dictadura personal como Stalin o Franco, algo distinto?). Este nuevo Estado va en contra de los intereses de todos los enemigos del libre mercado, y, a un tiempo, también va en contra del libre mercado. Es otra cosa. Es algo para lo que todavía no hay palabras. No es racial, no es religioso, es otra cosa. Creo que ni siquiera los europeístas más avanzados en el plan saben lo que quieren ser. Solo saben que hay demasiada libertad y hay que acabar con esos excesos.

    Los simpatizantes de Vox tienen que elegir qué es lo que menos quieren: reducir el centralismo español y arriesgar la religión, la ley, la monarquía, las tradiciones y su libertad personal (que ellos creen que depende del Estado), o bien abrazarse a Europa y asegurar la destrucción de la religión, la ley, la monarquía, las tradiciones y su libertad personal. Soy bastante pesimista. Si esta es la oposición…

    Lo que está claro es que, en España, el comercio gusta a pocos. Es una de esas contradicciones típicas del Mediterráneo y, en general, de los lugares con climas templados. Todavía sigue en pie la confusión de llamar demandantes de empleo a los que buscan empleo, cuando son los empleadores los que demandan empleo, y los trabajadores contratados los que lo ofrecen. Es una gran jugarreta lingüística del Estado creado por la dictadura ya casi soberana del PSOE. ¡Les sale todo bien!

    Ahora debería producirse el imponderable. Si yo fuera el autor de esta obra de teatro, usaría este momento para sacudir la trayectoria de todos los personajes. El público lo agradecería.

    • La solución es compleja, pero te recuerdo, que los malos siempre van a votar, cuando yo era malo, ya me obligaban y me daban la papeleta correspondiente. Ahora, una vez que me he liberado, cuando voy a votar siempre me pregunto ¿Quién es el que mejor defiende la propiedad?, A ese voto. Si son pocas las ideas que hay que tener claras para poder avanzar.

      • Yo sigo pensando que es imposible avanzar gradualmente hacia la libertad mediante el voto.
        Sobre todo cuando es imposible tener ningún tipo de elección o referéndum que no sea manipulada antes, durante o después. Los medios informáticos han facilitado el fraude electoral, y no han aumentado la seguridad. Solo mi opinión.

        Aclaro que no soy trumpista, entre otras muchas cosas porque ni siquiera el propio Trump es tan trumpista como sus fanáticos seguidores, los cuales tienen la cabeza llena de pájaros. Pero nos cuentan que en España el sistema electoral es mejor que en EEUU, y no es verdad. Aquí también se intimida a la gente (en Andalucía es muy común), se soborna, se hace que los muertos «voten», tanto o más que en EEUU. Hace falta algo más que el voto. Por ejemplo, una huelga masiva explícitamente contra todos los partidos políticos, incluso los que no están en el parlamento español ni en el europeo. La desobediencia civil y no violenta me suena mejor que votar a qué capataz le damos cuatro o cinco años.

        Y, personalmente, creo que sería mejor sortear los cargos públicos entre una lista de candidatos en la que se excluya a los psicópatas, a los cleptómanos y a los pederastas. Esto es discriminatorio pero el derecho a sufragio pasivo no es absoluto, es decir, la discirminación es implícitamente legal en algunos casos, por más que la constitución la prohiba. Por ejemplo, una persona puede estar condenada a una pena de inhabilitación para ejercer cargo público, y, aunque la ley electoral dijera que tal persona puede presentarse, todo el mundo entendería que no es razonable votar por una persona así. A menos que los electores opinen que el tribunal se equivocó o tenía prejuicio contra el inhabilitado, en cuyo caso el elegido podría asumir su cargo público previo indulto o anulación de la sentencia, si es que la ley lo permite en su caso. Pero estoy describiendo aquí una pequeña parte de la biografía de Hit¬ler y de la de Hugo Ch¬ávez. Es mal asunto indultar a golpistas socialistas megalómanos.

        Por cierto, yo voy con Eric Zemmour solo por fastidiar. Ocasionalmente en la historia, a España le va mejor cuando a Francia le va mal. Pero la verdad es que Europa parece un polvorín a punto de estallar. Conviene seguir la inveterada tradición hispánica de permanecer neutrales mientras los europeos se matan entre sí. A la UE le queda poco. Los británicos hicieron bien en herirla de muerte, en mi opinión. Ahora es más difícil negar la realidad: la Unión es un proyecto totalitario ruinoso y siempre lo fue. ¡Mire al inútil de Garicano! ¡El mariscal Tito era más liberal que Garicano! El liberalismo político es un desastre sin remedio.

        Tiene usted razón, hay que votar a los que usted dice, Julete, pero hay muchas formas de votar. Por eso critico.

  2. Muy interesante.

  3. Estimado José HC. Señalas:
    «Salario «digno», condiciones laborales «dignas», vivienda «digna», etc. son consignas que se utilizan para alcanzar unas condiciones económicas y laborales distintas de las que una persona obtiene con su propio trabajo».
    Permíteme comentar. Estas consignas se utilizan por quienes pretenden desenfocar la perspectiva de los trabajadores, oferentes de trabajo, tanto trabajadores ocupados como los parados. Todos y cada uno de los trabajadores estarían más predispuestos a ofrecer  las mismas horas a cambio de un mayor salario hora, esto es obvio. Pero el objetivo de los trabajadores no es lograr la mayor renta salarial. Si esto fuera así todos ofrecerían el máximo número de horas disponibles. Cosa realmente irreal. El enfoque real y monetario del trabajador, el que conjuga elección y dignidad resulta de intentar optimizar su objetivo de satisfacción eligiendo la mejor combinación de renta salarial y ocio sujeto a la inexorable restricción de que tenemos 24 horas al día y la renta salarial que alcance es siempre el producto del salario hora, monetario o real, multiplicado por las horas de trabajo ofrecidas, resultante de las horas de ocio elegidas voluntariamente : w. L = w. ( 16 – horas de ocio). Siendo w el salario (real o monetario)  y L horas de trabajo. Así se aprecia praxeológicamente su combate sin tregua al despilfarro, pues a mayor salario hora toda persona estará más dispuesta a renunciar a ocio al ver mejor compensada su renuncia. Los oferentes de trabajo, ocupados y parados, sitúan voluntariamente y subjetivamente el punto en el que consideran correcto el salario, ¿digno, por sí mismos?, no por enfoques ajenos, para ofrecer su recurso laboral. Importante es apreciar en el problema que de la renuncia a parte del tiempo de ocio, las horas de trabajo surgen, tras dormir 8 horas, de restarle a las 16 hh disponibles al dia, las horas de ocio;ocio, que también valora. Nadie ofrece de las 24 horas diarias, 16 horas de trabajo, el objetivo no es maximizar la renta salarial.
    Las confusiones que generan los enfoques desenfocados y ruidosos, no praxeológicos ni catalácticos, colocando los salarios por intervención de agente (público, institucional o  privado) puede  ser dramáticas en términos de ocupación, paro e inconsecuentemente de pérdidas de dignidad laboral ( subjetivamente evaluada por cada quién) y eficiencia económica.

    Señalas seguidamente :
    «En lugar de exigir «dignidad, quién desee mejorar su salario deberá trabajar más horas, cambiar de ocupación o de lugar de residencia, mejorar su cualificación, etc. Pero mientras no lo consiga, deberá admitir que su actual empleador es la persona que más lo valora».

    Permíteme también un comentario:
    En el anterior párrafo creo que se aprecia bien cómo nos hacen caer en su argumentario desde sus desenfoques, esto es muy común.

    El trabajador (oferente) y los empresarios (demandantes) de este apreciado recurso que es el trabajo no se plantan en la exigencia al otro, así se vende en los medios y en la cochambre del anacrónico discurso de la pugna (de socialismos y marxismos prácticos (tb culturales) y en los pseudocapitalistas ni eso, no hay ni pugna que valga, el oferente, el trabajador está ‘descabezado’). En los mercados laborales trabajadores y empresarios no compiten. Entre las partes, no compiten, no pugnan, tú, Jose HC, muy bien lo describes en el artículo. Entre las partes negocian y acuerdan, sin renunciar a sus objetivos optimizadores respectivos. Si alguna de las partes, o terceros, del mercado fijara el salario, la otra parte determinará voluntariamente la cantidad.
    Indicas con cristalina frase: «Pero mientras no lo consiga, deberá admitir que su actual empleador es la persona que más lo valora». Así es. Lo alcanzable, lo factible, no pende del voluntarismo, ni de la ingenuidad, pende de lo voluntariamente alcanzable por las partes concurrentes.

    Gracias por tu artículo. Felicidades. Amigo y compañero. Un cordial saludo, José Manuel González Pérez.

  4. Gracias por la exhaustiva explicación


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos